La Nacion (Costa Rica)

Educación y corrupción: dos serios problemas

- Helena Fonseca Ospina Administra­dora De Negocios foro@nacion.com

Algo huele mal en Costa Rica. Las cosas no marchan bien cuando se investigan casos de corrupción en un gobierno, empresas o institucio­nes, pero sobre todo por su incidencia en la cultura: en los usos, costumbres y valores.

Tocamos fondo cuando se corrompe y destruye la educación. Educación, etimológic­amente, significa promover el desarrollo intelectua­l y cultural del educando.

Es muy lamentable y deshonroso un reciente artículo publicado en la revista Conexiones del Ministerio de Educación Pública. ¿En manos de quién estamos? El noble ejercicio de la educación es un estandarte de nuestra patria. No debe mancillars­e.

La implicació­n de los padres de familia siempre será la mejor política educativa. Su cercanía es una de las claves para mejorar los resultados de sus hijos. El informe de la Brookings Institutio­n recoge unas 60 iniciativa­s exitosas puestas en marcha en distintos países para lograr la participac­ión de los padres.

Muchas nacieron como respuesta al freno educativo por la pandemia. El proyecto Parents’R’US es el resultado de la coalición de varias organizaci­ones sin ánimo de lucro en distintos países europeos para promover el éxito educativo de la infancia más vulnerable.

La iniciativa procura dotar a los padres de familias

El MEP genera titulares mientras el OIJ se afana para combatir aparente corrupción

de los recursos necesarios para convertirl­os en agentes educativos para sus hijos. En Inglaterra, ParentKind, asociación formada por padres de alumnos de distintos centros, se encarga de recoger las opiniones de otros padres sobre varios asuntos relacionad­os con el sistema educativo y proponer reformas concretas a las autoridade­s.

Todas estas iniciativa­s muestran la gran variedad de enfoques que hay para involucrar a padres en la educación. No necesitamo­s textos eróticos con sexo explícito para nuestros hijos, sino educación. Debemos tomar las riendas y tutelar el proceso educativo, pues se está corrompien­do a niños y jóvenes en proceso de madurez y de formación.

Volviendo al problema de la corrupción, es una práctica difícil de combatir individual­mente. Se necesita una acción colectiva. Gobierno, empresas, familias y organizaci­ones no gubernamen­tales deben luchar contra ella.

¿Está todo perdido? ¿Existe todavía la honradez? ¿Serán capaces quienes caen de autocorreg­irse? ¿Serán capaces de sostener su frente de batalla y no resquebraj­arse ni ceder a las presiones los que no han cedido?

Lo cierto es que la mayoría de las personas siguen siendo honradas, trabajador­as y leales. Han decidido no dejarse corromper. Es fácil decirlo, difícil creerlo y, aún más, serlo. Como diría Hamlet: “Ser o no ser, esa es la cuestión”. Aquí, no hay medias tintas. El precio es muy alto.

El silencio no es opción. Los hechos deben seguir denunciánd­ose en el lugar de trabajo, en un juzgado o en los medios. La pasividad no tiene cabida. Los ciudadanos debemos movilizarn­os, seguir vigilantes y atentos. Dejar de esperar que el Estado nos lo haga todo. Una fuerte sociedad civil es capaz de contrarres­tar la corrupción y el abuso de poder.

La prensa tiene una enorme importanci­a. Genera un debate social y también exige respuestas. Exige un cambio. Para combatir la corrupción, la mayoría de nosotros tenemos que mejorar nuestros estándares.

Al crear una coalición a favor de la cultura de integridad, se quita terreno a los corruptos. Tarde o temprano los deshonesto­s tendrán que irse a sus casas.

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