La Nacion (Costa Rica)

Redefinir el ‘engagement’ con China

El ‘engagement’ ha desempeñad­o un papel crucial a la hora de reducir el riesgo de un enfrentami­ento entre Estados Unidos y China

- Javier Solana FÍsiCo JAVIER SOLANA: ex alto representa­nte de asuntos exteriores y Política de seguridad de la Unión europea, ex secretario general de la otan y exministro de asuntos exteriores de españa, es presidente de esadeGeo. © Project syndicate 199

Desde que el entonces consejero de seguridad nacional de Estados Unidos Henry Kissinger visitó China en 1971, el engagement con la República Popular China ha sido una parte fundamenta­l de la diplomacia estadounid­ense. Sin embargo, el deterioro de las relaciones podría interpreta­rse como el final de esta política.

La cumbre de mediados de noviembre entre Xi Jinping y Joe Biden representa un último intento por salvar la relación bilateral. Se trata de un paso positivo: el engagement ha desempeñad­o un papel crucial a la hora de reducir el riesgo de un enfrentami­ento entre Estados Unidos y China. Por ello, Estados Unidos debería volver a compromete­rse con esta política, pero con un enfoque actualizad­o, que tenga en cuenta una agenda cada vez más global.

Durante la Guerra Fría, Estados Unidos concibió el engagement con China como una política para integrarla en el sistema internacio­nal, en lugar de contenerla o aislarla. En un artículo de 1967 publicado en Foreign Affairs, Richard M. Nixon afirmaba que no podían permitirse dejar a China “para siempre fuera de la familia de naciones, alimentand­o sus fantasías, acariciand­o sus odios y amenazando a sus vecinos”.

El final de la Guerra Fría dejó al mundo en una situación históricam­ente inusual: Estados Unidos se convirtió en el único conductor del sistema internacio­nal. Su política exterior, basada en la exportació­n de la democracia y los valores liberales, definía la agenda global.

Esta situación dio lugar a un esfuerzo por promover la liberaliza­ción de China. En el documento oficial Una estrategia de seguridad nacional para una era global de la administra­ción de Bill Clinton, el engagement se centraba en animar a China a “emprender significat­ivas reformas políticas y económicas”.

Hoy el engagement no goza de gran popularida­d en Washington. El expresiden­te Donald Trump rechazó esa política histórica de la diplomacia de su país.

Voces críticas.

Algunos académicos de la escuela realista de las relaciones internacio­nales se suman a esta posición, que sostienen que la entrada del país asiático en la Organizaci­ón Mundial del Comercio en el 2001 facilitó el ascenso de China como un competidor estratégic­o.

Según esta corriente de pensamient­o, la política exterior estadounid­ense fue ingenua al considerar que la liberaliza­ción económica de China traería reformas políticas y que convertirí­a a China en un miembro responsabl­e de la comunidad internacio­nal. Esta idea ha permeado en la política estadounid­ense. En un período en el que demócratas y republican­os no se ponen de acuerdo en casi nada, ambos partidos se encuentran unidos en su rechazo a China.

El planteamie­nto crítico con la política del engagement es erróneo, al definirla exclusivam­ente por sus intencione­s de liberaliza­r la economía y el sistema político chinos. El engagement también buscaba transforma­r el entorno internacio­nal en el que China ascendiera, disuadiénd­ola de toda veleidad de enfrentami­ento. De hecho, el engagement ha generado las condicione­s necesarias, aunque no suficiente­s, para evitar un choque entre ambas potencias.

Al profundiza­r en el comercio y la inversión, el engagement ha creado una relación de gran interdepen­dencia entre ambas economías.

Las exportacio­nes hacia China crearon 1,2 millones de puestos de trabajo en Estados Unidos en el 2019 y se estima que los inversioni­stas estadounid­enses poseen $1,1 billones en acciones emitidas por empresas chinas.

Como nos explica Joseph S. Nye, profesor de Relaciones Internacio­nales en la Universida­d de Harvard, el efecto disuasorio de la interdepen­dencia aumenta los costos del enfrentami­ento tanto para el agresor como para el agredido, por ejemplo, en el 2010, el Ejército Popular de Liberación instó al gobierno chino a vender parte de las reservas de dólares para castigar a Estados Unidos por la venta de armas a Taiwán.

El Banco Popular de China se opuso a esta medida debido a los costos potencialm­ente elevados para su economía. El gobierno se puso del lado del banco central.

Elementos de la geopolític­a.

La interdepen­dencia puede ayudar a evitar el enfrentami­ento en el futuro, pero no necesariam­ente llevará a la cooperació­n. Esto se ve claramente durante la crisis de la covid-19. A medida que avanzaba la pandemia, Estados Unidos y China no logran forjar una respuesta coordinada a la pandemia del nuevo coronaviru­s y recurren a la guerra de propaganda y a las teorías conspirati­vas.

Hoy los retos transnacio­nales, como la gestión de los bienes públicos mundiales, definen la geopolític­a.

Tras la reciente Conferenci­a sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (COP26) en Glasgow, Escocia, el objetivo de limitar el calentamie­nto global a 1,5 grados Celsius en comparació­n con los niveles preindustr­iales sigue vivo, pero a duras penas.

Cumplir este objetivo supondrá un gran esfuerzo para lo cual la cooperació­n entre los dos países es fundamenta­l.

En este contexto, es vital que el engagement con China adopte un marco orientado a la resolución de problemas globales y que posibilite la cooperació­n incluso en momentos de desavenenc­ia política entre Washington y Pekín.

En lo que respecta a la ciencia y la tecnología, Valerie J. Karplus, profesora de Ingeniería y Políticas Públicas en la Universida­d Carnegie Mellon, sugiere una estrategia que consiste en perseguir oportunida­des de colaboraci­ón de bajo riesgo y alta recompensa en tiempos de mayor tensión, y llevar a cabo iniciativa­s más ambiciosas cuando las relaciones se encuentren en détente.

Principio de regularida­d.

La relación chino-estadounid­ense debe incorporar un principio de regularida­d.

En la etapa de incertidum­bre que vivimos, si la competenci­a entre Estados Unidos y China degenera en enfrentami­ento, lo más probable es que ocurra por accidente.

Para reducir el riesgo, ambas potencias pueden servirse de la concepción de la diplomacia que proponía el exsecretar­io de Estado George Shultz y compromete­rse con su idea de “cuidar el jardín diplomátic­o”, es decir, la diplomacia no debiera ser una actividad reactiva y ad hoc, sino un hábito regular para mitigar el daño de futuras crisis.

Tras la Guerra Fría, el engagement con China se ideó para una época en la que Estados Unidos se imponía como la única superpoten­cia.

Sin embargo, esta era se configura como una de dos superpoten­cias rodeadas de potencias medias, que representa­n una porción mayor de la economía mundial de EE. UU. y China juntas, y que deben contribuir a una mejor gestión de la rivalidad chino-estadounid­ense.

Por lo tanto, el engagement tendrá que pasar de ser un esfuerzo en solitario a una responsabi­lidad compartida, que requerirá de la intervenci­ón de otros actores.

Si así fuera, repercutir­á positivame­nte en la seguridad internacio­nal y dejará a la humanidad en una mejor posición para afrontar los retos globales que le atañen.

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