La Nacion (Costa Rica)

Distorsión del poder local

- vgovaere@gmail.com Catedrátic­a de la Uned Velia Govaere

La descentral­ización tiene la más profunda trascenden­cia democrátic­a, pero en Costa Rica ha tomado un rumbo nefasto, en su significad­o más etimológic­o: “Lo que no se debe hacer”. El principio de subsidiari­edad sitúa las competenci­as de gestión pública en la dimensión territoria­l más adecuada para su ejercicio óptimo y, así, ilumina la preeminenc­ia del poder local en el nivel más cercano a la ciudadanía.

El municipali­smo va más allá de lo administra­tivo. Es la escuela de la democracia participat­iva construida desde abajo, en cantones y municipali­dades, lugares naturales de la vida cívica republican­a al acceso de cada hogar. Maravillos­o ideal político, una Atenas en cada pueblo, un Demóstenes en cada localidad. Pero lo que ocurre es una aberración de ese ideal. Los últimos acontecimi­entos muestran la degeneraci­ón nacional desde su perspectiv­a dolorosame­nte más cercana. El cáncer nos carcome desde ahí y no se limita a actos puntuales de corrupción, por extremos que sean. Hemos tolerado “dictadores democrátic­os” que se perpetúan legalmente en el poder. La ley que lo permite es, en sí misma, perversión del ideal democrátic­o.

En vez de llevar la problemáti­ca nacional hasta el nivel local, las ambiciones mezquinas de caciques dominan toda la arena política. Cada partido nacional se ha municipali­zado y desde ese ámbito restringid­o se lleva la batuta pública. El inmenso poder de caudillos locales decide presidente­s, diputados y distribuci­ón de presupuest­os. ¿Podía don Carlos Alvarado oponerse a los alcaldes cuando reclamaban excepción a la regla fiscal? Eso le costó la cabeza a un ministro de Hacienda que no supo medir los alcances del poder de los caporales.

¿Quién le pone el cascabel a esos gatos? La Asamblea Legislativ­a demostró, hace apenas unos días, su pleitesía. El Ejecutivo tiembla frente a ellos y varios precandida­tos dependen de su apoyo. Sin embargo, un editorial de La

Nación advierte del peligro de gatopardis­mo, hacer cambios cosméticos para que nada esencial cambie.

En buena hora llegó el caso Diamante para enseñarnos los recovecos más oscuros de esa medusa de 83 tentáculos. Una advertenci­a: la ilegalidad de la aparente aceptación de sobornos de compañías constructo­ras no es lo peor. Lo más nefasto es tener estructura­lmente corrupto el sentido democrátic­o del poder local.

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