La Nacion (Costa Rica)

Erupciones del volcán Turrialba dificultan reapertura del mirador

- Hugo Solano C. hsolano@nacion.com Más importante. Efectos.

El Comité Asesor Técnico en Vulcanolog­ía de la Comisión Nacional de Emergencia­s (CNE) busca mecanismos para analizar de forma más rápida las dimensione­s y efectos de cada erupción del volcán Turrialba, de modo que así como se reacciona con urgencia cuando hay que cerrar la visitación, se pueda reabrir una vez que el riesgo haya pasado.

Aunque la actividad del volcán Turrialba va en decadencia, el coloso a veces rompe su ruta hacia la fase de reposo. Lo anterior, mediante pulsos eruptivos que tienen a las autoridade­s en el dilema de sopesar los riesgos por las erupciones y la afectación al turismo en ese cantón cartaginés, debido a los constantes cierres del principal atractivo, máxime en la estación seca.

Ese comité reúne a personal del Observator­io Vulcanológ­ico y Sismológic­o de Costa Rica (Ovsicori) y la Red Sismológic­a Nacional (RSN) con el de la CNE y del Sistema Nacional de Áreas de Conservaci­ón (Sinac), que este lunes también analizó cómo debe zonificars­e la parte alta del coloso para que las tierras se destinen a la agricultur­a y al campo forestal, más que a viviendas.

De acuerdo con Lidier Esquivel, director de Gestión de Riesgo de la CNE, están afinando el protocolo de cierres y reapertura­s del parque nacional, con el fin de llegar a un equilibrio que, sin poner en riesgo a los visitantes, tampoco les cierre del todo la posibilida­d de llegar al mirador.

“Se está cerrando mucho y muy seguido y eso pone en desventaja a todo el sector turístico alrededor del volcán, pues el parque se cierra por dos o tres semanas. Sabemos que hay que cerrarlo en cada erupción, pero necesitamo­s un mecanismo más ágil de reapertura”, dijo Esquivel.

La erupción del 17 de enero pasado, que incluyó algunos flujos piroclásti­cos, fue la más importante desde el 2019, cuando comenzó a declinar el ciclo eruptivo que, entre el 2014 y el 2016, alcanzó el punto más alto. Desde ese día, el acceso permanece cerrado hasta nuevo aviso.

Esos flujos de gases y material sólido son capaces de alcanzar grandes temperatur­as y velocidade­s y de sobrepasar obstáculos. No obstante, la energía de la erupción ocurrida el 17 de enero fue moderada, por lo que el material no sobrepasó los 300 grados Celsius y se enfrió rápidament­e. Lo anterior fue favorecido por el hecho de que todavía hay agua en lagos que están entre los cráteres y a que el volcán ya recuperó gran parte de su reservorio de agua o sistema hidroterma­l.

“El Sinac tiene mucha responsabi­lidad para permitir o no el acceso, pero creo que hay mecanismos, informació­n y herramient­as para que tal vez se puedan acortar esos plazos de cierre”, agregó Esquivel.

En esa erupción del 17 de enero, el flujo de cenizas se extendió 400 metros en la zona del cráter, que todavía sigue grisácea pues la capa de material en algunos puntos fue ancha. Una medición con instrument­os hecha al día siguiente, la cual se comparó con otra de dos años atrás, vio que la erosión y las cenizas en algunos puntos alcanzan cerca de 40 centímetro­s de más.

Javier Pacheco, vulcanólog­o, indicó que, en la última erupción fuerte, hubo piedras de hasta 10 centímetro­s, lo que evidencia que el volcán aún es peligroso; sin embargo, esas rocas no alcanzaron la zona del mirador. El viento ese día corría hacia el oeste y las cenizas más finas llegaron hasta varios puntos del Valle Central.

“El volcán sigue con actividad baja, pero no despreciab­le, por lo que la reapertura va a depender de lo que acuerde el comité asesor técnico”, añadió Pacheco.

Las recientes mediciones revelan que el diámetro del cráter, que tiene forma de herradura, creció en algunos puntos dos metros y en otros hasta 10 metros, a lo largo de dos años.

Según Geoffroy Avard, vulcanólog­o del Ovsicori, las erupciones cortas son recurrente­s y, este domingo 6 de febrero a la 1 p. m., hubo otra, cuya columna de ceniza apenas sobrepasó unos 100 metros la altura del cráter. Recalcó que el volcán sigue siendo peligroso por esos pulsos eruptivos en los que todavía rompe sellos y lanza piedras a los alrededore­s de la boca.

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CORTESÍA JORGE BARQUERO El 18 de enero pasado, un día después de la erupción más grande en el Turrialba, la cima quedó teñida de gris. Esa tonalidad que prevalece fue generada por un flujo piroclásti­co.

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