El 6 de febrero en el contexto latinoamericano
El resultado de la primera vuelta ratifica los cambios tectónicos que se vienen dando en los sistemas de partidos políticos en las democracias latinoamericanas que comenté varias veces en estas páginas.
Lo que ocurrió el 6 de febrero no es un caso aislado, sino producto de la conexión tecnológica, así como de la interdependencia compleja que trajo la globalización.
Costa Rica comenzó un intenso ciclo electoral en América Latina que se extenderá hasta el 2024. El ciclo anterior, culminado en el 2021, reveló un panorama regional caracterizado por problemas de gobernabilidad, arribo de opciones iliberales y tendencias políticas marcadas por la heterogeneidad y las concepciones ideológicas, algunas pintorescas y extrañas, como en El Salvador.
Sobre todo, llama la atención la predominancia del voto castigo a los oficialismos, totalmente claro en nuestro país, que prácticamente desaparece al PAC; el rechazo de los modelos político-económicos vigentes, que los partidos siguen sin leer en una actitud casi suicida; la dispersión de las fuerzas de centro; y, por ahí, el éxito de propuestas ubicadas en los extremos del espectro partidario, por ejemplo, en Perú, aunque por la improvisación y la poca cultura política —la cultura política condiciona la conducta política— pronto se convierten en una decepción y un fracaso rotundo que trae más ingobernabilidad.
El voto castigo a los oficialismos está dirigido contra el modelo político y económico, quiere decir, a las élites predominantes con ceguera respecto a los problemas sociales recrudecidos por la pandemia. Ello, con sistemas de partidos muy fragmentados y volatilidad del voto, que da como resultado parlamentos divididos y la dificultad para alcanzar acuerdos con el fin de avanzar y hacer eficiente la toma de decisiones y la dinámica de pesos y contrapesos, principio clave de la democracia, que se queda, de esta forma, en tácticas de suma cero.
En consecuencia, nuestras democracias sufren una crisis triple: 1) gobernabilidad o debilidad de los gobiernos democráticos; 2) representación con elevada fragmentación del sistema de partidos que no canaliza adecuadamente las demandas ciudadanas; y 3) parálisis legislativa por la dificultad para conciliar en el parlamento posturas antagónicas y polarizantes.
En este panorama complejo se da la paradoja de que las fuerzas de centro —se verá en la segunda ronda si es el caso de Costa Rica— debilitadas y divididas continúan siendo decisivas para dar gobernabilidad y moderar las tendencias más rupturistas y radicales.
Se trata de liderazgos demagogos que utilizan un lenguaje políticamente incorrecto y directo como parte de una estrategia constante y maniquea de un chivo expiatorio: la clase política tradicional.
Lamentablemente, en el plano nacional, las agrupaciones políticas convertidas en meras plataformas para ganar diputaciones o puestos de gobierno perdieron su capacidad de estudiar y analizar la realidad; hacer autocrítica, repensar y actualizarse —son gigantes o enanos dormidos— para responder con candidaturas y propuestas a la altura de las circunstancias y la realidad nacional e internacional.
La campaña con 25 candidaturas de lo divino a lo ridículo es la mejor demostración de lo mal que estamos. Esto lo agravan liderazgos mediocres en los partidos, que alucinan y actúan sin transparencia en los procesos democráticos internos, que dejan muchas dudas sin contribuir al principio de la integridad en la democracia.
Con este escenario, vamos hacia una tesitura en la que después de la pandemia el mundo y los países están llenos de desafíos inciertos: los cambios en el paradigma económico, cómo se resolverán los problemas de la democracia sin los liderazgos éticos transformacionales que se requieren, cómo se afrontarán los retos del cambio climático y el cumplimiento de la Agenda 2030 y los objetivos de desarrollo sostenible.
Se necesitan gobiernos extraordinarios en tiempos extraordinarios, comprometidos con ideas también extraordinarias, tales como la construcción del gobierno abierto, para librarnos de la corrupción que ha capturado las instituciones y promover un modelo de Estado bajo el paradigma del desarrollo humano sostenible que mejore la vida de la gente que no cree más en cantos de sirena, ni en la autocomplacencia, ni en las ventas de humo.
La campaña con 25 candidaturas es la mejor demostración de lo mal que estamos