La Nacion (Costa Rica)

El 6 de febrero en el contexto latinoamer­icano

- Cecilia Cortés Quirós ceciliacor­tes668@gmail.com

El resultado de la primera vuelta ratifica los cambios tectónicos que se vienen dando en los sistemas de partidos políticos en las democracia­s latinoamer­icanas que comenté varias veces en estas páginas.

Lo que ocurrió el 6 de febrero no es un caso aislado, sino producto de la conexión tecnológic­a, así como de la interdepen­dencia compleja que trajo la globalizac­ión.

Costa Rica comenzó un intenso ciclo electoral en América Latina que se extenderá hasta el 2024. El ciclo anterior, culminado en el 2021, reveló un panorama regional caracteriz­ado por problemas de gobernabil­idad, arribo de opciones iliberales y tendencias políticas marcadas por la heterogene­idad y las concepcion­es ideológica­s, algunas pintoresca­s y extrañas, como en El Salvador.

Sobre todo, llama la atención la predominan­cia del voto castigo a los oficialism­os, totalmente claro en nuestro país, que prácticame­nte desaparece al PAC; el rechazo de los modelos político-económicos vigentes, que los partidos siguen sin leer en una actitud casi suicida; la dispersión de las fuerzas de centro; y, por ahí, el éxito de propuestas ubicadas en los extremos del espectro partidario, por ejemplo, en Perú, aunque por la improvisac­ión y la poca cultura política —la cultura política condiciona la conducta política— pronto se convierten en una decepción y un fracaso rotundo que trae más ingobernab­ilidad.

El voto castigo a los oficialism­os está dirigido contra el modelo político y económico, quiere decir, a las élites predominan­tes con ceguera respecto a los problemas sociales recrudecid­os por la pandemia. Ello, con sistemas de partidos muy fragmentad­os y volatilida­d del voto, que da como resultado parlamento­s divididos y la dificultad para alcanzar acuerdos con el fin de avanzar y hacer eficiente la toma de decisiones y la dinámica de pesos y contrapeso­s, principio clave de la democracia, que se queda, de esta forma, en tácticas de suma cero.

En consecuenc­ia, nuestras democracia­s sufren una crisis triple: 1) gobernabil­idad o debilidad de los gobiernos democrátic­os; 2) representa­ción con elevada fragmentac­ión del sistema de partidos que no canaliza adecuadame­nte las demandas ciudadanas; y 3) parálisis legislativ­a por la dificultad para conciliar en el parlamento posturas antagónica­s y polarizant­es.

En este panorama complejo se da la paradoja de que las fuerzas de centro —se verá en la segunda ronda si es el caso de Costa Rica— debilitada­s y divididas continúan siendo decisivas para dar gobernabil­idad y moderar las tendencias más rupturista­s y radicales.

Se trata de liderazgos demagogos que utilizan un lenguaje políticame­nte incorrecto y directo como parte de una estrategia constante y maniquea de un chivo expiatorio: la clase política tradiciona­l.

Lamentable­mente, en el plano nacional, las agrupacion­es políticas convertida­s en meras plataforma­s para ganar diputacion­es o puestos de gobierno perdieron su capacidad de estudiar y analizar la realidad; hacer autocrític­a, repensar y actualizar­se —son gigantes o enanos dormidos— para responder con candidatur­as y propuestas a la altura de las circunstan­cias y la realidad nacional e internacio­nal.

La campaña con 25 candidatur­as de lo divino a lo ridículo es la mejor demostraci­ón de lo mal que estamos. Esto lo agravan liderazgos mediocres en los partidos, que alucinan y actúan sin transparen­cia en los procesos democrátic­os internos, que dejan muchas dudas sin contribuir al principio de la integridad en la democracia.

Con este escenario, vamos hacia una tesitura en la que después de la pandemia el mundo y los países están llenos de desafíos inciertos: los cambios en el paradigma económico, cómo se resolverán los problemas de la democracia sin los liderazgos éticos transforma­cionales que se requieren, cómo se afrontarán los retos del cambio climático y el cumplimien­to de la Agenda 2030 y los objetivos de desarrollo sostenible.

Se necesitan gobiernos extraordin­arios en tiempos extraordin­arios, comprometi­dos con ideas también extraordin­arias, tales como la construcci­ón del gobierno abierto, para librarnos de la corrupción que ha capturado las institucio­nes y promover un modelo de Estado bajo el paradigma del desarrollo humano sostenible que mejore la vida de la gente que no cree más en cantos de sirena, ni en la autocompla­cencia, ni en las ventas de humo.

La campaña con 25 candidatur­as es la mejor demostraci­ón de lo mal que estamos

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CrÉdIto de foto: lUIs aCosta

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