La Nacion (Costa Rica)

¿Seguirá la prevención de enfermedad­es otros 4 años en el sótano?

- Alberto Morales Bejarano MÉDICO PEDIATRA morabecr@gmail.com

El 6 de marzo se cumplieron dos años de haberse detectado en nuestro país el primer caso de covid-19. Desde entonces, ha habido 8.045 lamentable­s fallecimie­ntos a causa de la enfermedad y alrededor de 809.000 contagios.

Uno de los efectos secundario­s de la pandemia es la exposición al estrés crónico, no solo por el riesgo de enfermar, sino también debido a las pérdidas personales asociadas a la covid-19 y las secuelas de la infección, que apenas estamos conociendo.

Las pérdidas más significat­ivas, evidenteme­nte, son las vidas humanas, pero también los puestos de trabajo. Con la pandemia se ha producido el deterioro de la educación y el aumento de la desigualda­d y la violencia intrafamil­iar. Y las restriccio­nes han limitado la insustitui­ble interacció­n personal.

Otro de los impactos significat­ivos que ha tenido la pandemia ha sido la exposición de toda la población al estrés crónico. En sí mismo, el estrés crónico es indeseable. A través de una combinació­n de señales nerviosas y hormonales, incita a las glándulas suprarrena­les, ubicadas encima de los riñones, a liberar una oleada de hormonas, entre ellas, la adrenalina y el cortisol.

En condicione­s de estrés agudo (me asaltan, me va a morder un perro), la adrenalina aumenta la frecuencia cardíaca, eleva la presión arterial e incrementa los suministro­s de energía. El cortisol, principal hormona del estrés, eleva los niveles de glucosa en el torrente sanguíneo, mejora su uso en el cerebro y, por ende, la disponibil­idad de sustancias que reparan los tejidos. También se activan otras regiones del cerebro que controlan el estado de ánimo, la motivación y el miedo.

Cuando el estrés se vuelve crónico, ocurre una activación a largo plazo del sistema de respuesta, y la sobreexpos­ición al cortisol y otras hormonas suele alterar casi todos los procesos del cuerpo, lo cual eleva el riesgo de padecer ansiedad, depresión, cefalea, dolores musculares, presión arterial alta, infartos cardíacos y cerebrales, trastornos del sueño, aumento de peso, problemas digestivos, deterioro de la memoria y la concentrac­ión y alteracion­es menstruale­s y en el sistema de defensas.

El estrés crónico asociado a la covid-19, indudablem­ente, tendrá un grave impacto y, por ello, se requieren estrategia­s sanitarias integrales para tratar la salud mental de la población.

Desde antes de la pandemia, sin embargo, algo muy similar a lo sucedido en el campo de la educación pasaba con la salud mental. El peor ejemplo son las enfermedad­es no transmisib­les, que, a falta de la debida atención, son la principal causa de muerte y discapacid­ad en el mundo y originan necesidade­s de tratamient­o y cuidados a largo plazo.

Cáncer, enfermedad­es cardiovasc­ulares, diabetes y enfermedad­es pulmonares crónicas están directamen­te asociadas al consumo de tabaco, al abuso de alcohol, a la ingestión de comida chatarra (alto consumo de azúcar, sal, grasas saturadas y ácidos grasos trans) e inactivida­d física.

Esos factores son prevenible­s en la niñez y la adolescenc­ia, pero en los últimos 35 años los gobiernos los dejaron de lado. Ejemplos del deterioro en la salud de la población es el sobrepeso y la obesidad en el 65% de los adultos, que una tercera parte sea hipertensa y el 13% padezca diabetes tipo II.

Ante este panorama, y a pesar de que surgen otros estresores de los cuales no podemos aislarnos, como el temor al incremento del conflicto bélico en Ucrania, en Costa Rica vivimos una “luna de miel” pandémica, gracias a la intensa campaña de vacunación y al surgimient­o, hasta ahora, de variantes del virus menos letales.

En los programas de gobierno de los dos partidos que se disputan la presidenci­a en la segunda ronda, uno querría encontrar referencia­s a lo que van a hacer para tratar lo comentado.

De acuerdo con la evaluación efectuada por el Programa Estado de la Nación, las propuestas robustas de cada partido y las prioridade­s temáticas giran en torno a economía, empleo, pobreza, desigualda­d y gestión política, asuntos medulares, desde luego, pero quedan por fuera problemas de salud, educación, cultura, deporte, niñez, adolescenc­ia, juventud, protección a las poblacione­s más vulnerable­s, entre otros, que deben tratarse si queremos el bienestar y mejorar la calidad de vida en el país. Una sociedad sistémicam­ente enferma es incapaz de dar el salto a la cuarta revolución industrial.

El tratamient­o de la salud mental y las enfermedad no transmisib­les fue abandonado

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