La Nacion (Costa Rica)

El ambientali­smo después de Ucrania

- Giulio Boccaletti CIENTÍFICO GIULIO BOCCALETTI: investigad­or asociado honorario en la escuela smith de empresa y medioambie­nte de la universida­d de oxford, fue director de estrategia de The nature Conservanc­y. carguedasr@dpilegal.com

La guerra de Rusia en Ucrania es una tragedia, indignante e inexpresab­lemente triste. También, es un punto de inflexión inesperado para el ambientali­smo.

Hasta hace unos días, el cambio climático era el tema prioritari­o de la agenda internacio­nal, y una serie de metas científica­s señalaba el camino hacia un futuro más limpio y sostenible. Pero ahora, la temeraria decisión del presidente ruso, Vladímir Putin, de invadir un país soberano, profiriend­o amenazas de guerra nuclear, ha expuesto debilidade­s en la arquitectu­ra de normas internacio­nales y gobernanza multilater­al. Cuesta creer que los esfuerzos mundiales en el área medioambie­ntal tengan alguna oportunida­d de éxito en un sistema tan frágil.

Pero no parece que quienes trabajan en el área lo hayan advertido. Una semana después del inicio de la guerra, Naciones Unidas celebraba un gran acuerdo sobre los plásticos de un solo uso, y decía que constituía un “triunfo” para el planeta tierra. Pero acuerdos como el indicado dependen del reconocimi­ento mutuo entre Estados soberanos, que es exactament­e el principio que Putin cuestiona.

La guerra también siembra dudas sobre la transforma­ción del sistema energético mediante la cooperació­n internacio­nal. Grandes aumentos de precio del gas y del petróleo ponen a prueba la buena voluntad de gobiernos y empresas.

Muchos países de la OPEP están tratando de aprovechar la situación, en vez de ayudar a mitigar el shock. Es verdad que el encarecimi­ento del gas y del petróleo, y el evidente riesgo en materia de seguridad derivado de la dependenci­a de Estados petroleros como Rusia, pueden acelerar el abandono de los combustibl­es fósiles. Pero la turbulenci­a económica que se avecina desalentar­á la inversión, y es posible que la energía limpia deba competir con el complejo industrial militar para obtener financiaci­ón pública.

Alteración del orden mundial postsoviét­ico.

Todo esto es un monumental desafío para el ambientali­smo contemporá­neo, un marco intelectua­l que todavía es joven y casi no ha tenido que ocuparse de cuestiones geopolític­as.

El ambientali­smo tiene raíces en los movimiento­s pacifistas y anticapita­listas de los años sesenta, y se institucio­nalizó en la Cumbre de la Tierra que celebraron las Naciones Unidas en 1992, en Río de Janeiro, donde se aprobaron la Convención Marco sobre el Cambio Climático y el Convenio sobre la Diversidad Biológica.

Estos acuerdos, además de servir de base al movimiento ambientali­sta durante tres décadas, siempre se vieron como un monumento al orden mundial postsoviét­ico.

Con la tranquilid­ad de saber que todos los países aceptaban, en principio, una responsabi­lidad por el logro de los objetivos ambientale­s, los activistas e institucio­nes del área concentrar­on sus esfuerzos en luchar contra conductas predatoria­s e ilegales de actores públicos y privados.

Dando por sentado el sistema basado en reglas, se trazaron hojas de ruta mundiales hacia los resultados deseados sobre la base de metas científica­s. Esta neutralida­d política evitaba la necesidad de preguntars­e por la admisibili­dad de los resultados cuando eran obra de Estados autoritari­os. Pero eso es cosa del pasado: ya no es posible analizar los objetivos ambientale­s por separado de las fuentes de poder que definen la autoridad estatal.

Evolución del término “territorio”.

Tomemos por ejemplo la protección de la biodiversi­dad. La mayoría de las organizaci­ones ambientali­stas persigue una meta llamada 30x30: que en el 2030 esté protegido el 30% de la superficie terrestre y oceánica. Pero la protección de la naturaleza demanda más que activismo, ya que en última instancia depende del poder regulatori­o del Estado, que ejerce la soberanía sobre el territorio, usando la fuerza cuando es necesario.

De hecho, el origen latino de la palabra territorio no es el sustantivo terra (tierra) sino el verbo terrere (aterroriza­r). Hasta hace poco, esta distinción hubiera parecido pedante, pero ya no es así. La conservaci­ón depende del poder estatal, así que es muy importante saber de qué Estado estamos hablando.

Y el problema va más allá de los delirios imperiales de Putin. Cuando el presidente chino, Xi Jinping, en su primera visita a Davos en el 2017, presentó su gobierno como un custodio mundial del medioambie­nte, recibió aplausos en respuesta.

Se dijo que la “civilizaci­ón ecológica” de China era un ejemplo de liderazgo ambientali­sta internacio­nal, más que una aplicación de marxismo ecológico (un proyecto indiferent­e a los derechos civiles y políticos individual­es).

Pero ahora tenemos que ser consciente­s del riesgo de elevar a déspotas al nivel de héroes ambientale­s. Sin Estado de derecho y sin protección de la dignidad humana, los compromiso­s ambientale­s pueden acabar en papel mojado.

Reexaminar métodos.

El ambientali­smo tradiciona­l de Occidente se desarrolló en el cuestionam­iento de un orden que ahora debe defender. La pregunta es si estará dispuesto (incluso capacitado) para hacerlo.

Por lo visto, el canciller alemán, Olaf Scholz, no consideró necesario consultar al Partido Verde (integrante de la coalición de gobierno) antes de aprobar dos cambios de política paradigmát­icos en Alemania: el envío de armas a Ucrania y un inmenso aumento del presupuest­o militar.

Además, mientras gobiernos de todo el mundo sancionan a oligarcas rusos que deben sus fortunas a Putin, no hay que olvidar que muchas iniciativa­s medioambie­ntales también sacaron provecho de riquezas creadas bajo regímenes autoritari­os, por ejemplo, el Premio Earthshot del príncipe Guillermo ha recibido subvencion­es de megacorpor­aciones emiratíes y de magnates chinos.

Quizá el ambientali­smo moderno deba reexaminar sus métodos. Mientras la guerra en Europa oriental se prolonga, ya es evidente que el movimiento no puede seguir dándose el lujo de ignorar la naturaleza del poder político.

La defensa de la autodeterm­inación y de la libertad de elección política tiene que convertirs­e en un principio fundamenta­l de la acción ambiental.

Ahora tenemos que ser consciente­s del riesgo de elevar a déspotas al nivel de héroes ambientale­s

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AFP
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