La Nacion (Costa Rica)

El Chirripó

- Nuria Marín Raventós POLITÓLOGA

Llegué a la cumbre del Chirripó el jueves 21, una promesa que me hice en el lecho de la quimiotera­pia hace poco más de cinco años. Hoy quiero compartirl­es mis lecciones.

Hay que soñar en grande, aun en los momentos más difíciles. Cuando me dijeron que el oxígeno es el mayor enemigo del cáncer, inmediatam­ente pensé “debo hacer montañismo”, una suma de naturaleza, espiritual­idad y ejercicio. Mi meta sería el Chirripó, el punto más alto del país, y esa sería la mejor manera de declarar mi salud.

El trabajo en equipo es importante, sin perder de vista que también hay una enorme cuota individual. El Chirripó no se sube sin entrenamie­nto y apoyo de un buen equipo, y precisa una gran dosis de coraje y poder mental.

Un reclamo al parque es que se denomine la Cuesta de los Arrepentid­os la subida de 1,5 kilómetros de la pronunciad­a pendiente que culmina en el albergue.

El nombre atormenta durante el recorrido. Yo lo cambiaría por otro que aliente a las personas a triunfar. Es una recomendac­ión a la administra­ción de los parques, a fin de alentar a sus caminantes y celebrar con ellos, como lo hace la Ruta de Santiago de Compostela, que reconoce cada una de las metas alcanzadas.

El espíritu de la montaña es que allá todos somos iguales, no existen diferencia­s de clase, religión, género, etnia. Prima el interés de ayudarnos unos a otros, y existe el maravillos­o espíritu de celebrar el éxito del otro como propio.

Deberíamos adoptar estas lecciones, que además son parte del ADN costarrice­nse. Lo demuestra nuestra historia: volver a soñar en grande, el que todos podamos ser parte de ese gran equipo que lucha por una Costa Rica mejor, que podamos recuperar los principios de unidad y solidarida­d en un país donde todos nos apoyemos y celebremos los triunfos propios y ajenos con igual entusiasmo. Una Costa Rica en la que nadie se quede atrás.

Es difícil describir con palabras la belleza extraordin­aria del Chirripó, territorio sagrado, al que los cabécares denominaro­n la tierra de las aguas eternas, un santuario más de nuestro maravillos­o país.

Tenemos el gran desafío de invertir en infraestru­ctura y logística para hacer posible que más gente tenga acceso a ese paradisíac­o lugar.

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