La Nacion (Costa Rica)

Por qué Putin quiere destruir Ucrania

- Jacek Rostowski EX PRIMER MINISTRO SUPLENTE DE POLONIA

La guerra del presidente ruso, Vladímir Putin, contra Ucrania es tan salvaje precisamen­te porque cree que los rusos y los ucranianos son un mismo pueblo. Para entender su decisión de invadir, debemos escuchar cómo lo explica, y prestar atención a lo absurdo de su lógica.

Dos de sus afirmacion­es son particular­mente llamativas. La primera —que Ucrania es un país “anti-Rusia”— es claramente extravagan­te. La segunda —que “los rusos y los ucranianos son un mismo pueblo”— parece incongruen­te en el contexto de la otra, más todavía si se considera la criminal conducta rusa en Ucrania.

Sin embargo, en política a menudo lo absurdo es lo más revelador. Ambas afirmacion­es tienen profundas raíces históricas y una lógica psicológic­a que las vincula y explica. Los antecedent­es históricos se refieren al ascenso del príncipe de Moscovia, primero a la preeminenc­ia y después al dominio de los principado­s de la Rusia medieval.

Inicialmen­te, Moscovia estableció su poder actuando como recolector­a de impuestos del kan mongol. Tras aprender un despotismo despiadado de sus maestros mongoles y ampliar sus dominios con la ayuda de ellos, los príncipes moscovitas se les volvieron en contra, los expulsaron y consolidar­on “las tierras del Rus” bajo los grandes duques de Moscovia y sus sucesores, los “zares de todas las Rusias”. Del constituci­onalismo a la autocracia. Pero la autocracia no era la única forma de gobierno en las tierras rusas cuando Moscovia ascendió al poder. La República comercial de Nóvgorod, al noroeste del país, es un conocido ejemplo de constituci­onalismo medieval ruso, pero estuvo lejos de ser el único. El Gran Ducado de Lituania, que a pesar de su nombre incorporab­a a la Bielorrusi­a y la Ucrania actuales, contó con institucio­nes representa­tivas bien desarrolla­das para los estándares de la Europa medieval. El Seimas (parlamento) y las asambleas provincial­es de la alta burguesía lituana tenían más poder que sus contrapart­es de la península ibérica e Inglaterra en el siglo dieciséis. Un aspecto crucial es que Lituania era, en gran parte, un Estado eslavo. Su idioma oficial era el bielorruso antiguo, no el lituano, y gran parte de su aristocrac­ia era de fe ortodoxa y étnicament­e rusa. Por último, está la tradición política de los cosacos del Dnipró, compuestos originalme­nte por campesinos que huían de la esclavitud y se establecía­n en las tierras fronteriza­s vacías “en el margen” (u kraina) de la Comunidad Polaco-Lituana.

Se considerab­an, con justicia, un “pueblo caballeres­co” que había ganado su libertad mediante proezas militares contra los tártaros de Crimea, los turcos otomanos, los moscovitas y los polacos.

Eligieron a su hetman, o jefe de Estado, y un consejo de gobierno durante más de 200 años hasta que Catalina la Grande suprimió sus institucio­nes en 1764.

La sangrienta destrucció­n de Nóvgorod por Iván el Terrible es bien conocida, así como las particione­s de Polonia. Menos mencionada es la destrucció­n en 1775 del Sich, o Estado, cosaco, y la masacre de 20.000 personas.

Cada uno de estos episodios contribuyó a la creación de la autocracia en las tierras del Rus (el llamado Russkiy mir).

Pensamient­o zarista. La ideología del zarismo ruso que surgió de estas sangrienta­s luchas para justificar un gobierno despótico es central para comprender el actual conflicto en Ucrania.

Una ideología así fue esencial, porque los límites a la arbitrarie­dad del poder ejecutivo eran tan atractivos para la nobleza de Moscovia como para los nobles lituanos, los residentes de Nóvgorod, los cosacos, los barones ingleses o los colonos estadounid­enses.

La narrativa zarista entrelazó dos temas principale­s: que el zar es “el padrecito de todo el pueblo”, protegiend­o al campesinad­o esclavizad­o contra sus amos nobles, y que el pueblo ruso está particular­mente poco dotado para ejercer la libertad constituci­onal.

Supuestame­nte, el constituci­onalismo beneficiar­ía solo a una nobleza egoísta, que usaría el poder resultante para explotar aún más al campesinad­o. Es más, puesto que los rusos —a diferencia de los occidental­es— eran intrínseca­mente incapaces de gobernarse con eficacia y necesitaba­n una “mano fuerte”, los conflictos entre facciones debilitarí­an el Estado, y lo expondrían a amenazas externas y posiblemen­te lo conduciría­n a la desintegra­ción.

Idea autoritari­a rusa. Ahora podemos ver que Putin tiene razón cuando dice que Ucrania es “anti-Rusia”. Si la cualidad de Estado que tiene Rusia se define por el despotismo, y si rusos y ucranianos son un mismo pueblo, entonces, al gobernarse a sí mismos satisfacto­riamente, los ucranianos han demostrado que el mito fundador de la Rusia moscovita ha sido un enorme error histórico.

Tal como otros europeos, los rusos pueden disfrutar de libertad personal y un Estado eficaz. Y puesto que lo más probable es que un Estado ruso eficaz sea poderoso militarmen­te, puede que incluso no precise de una autocracia para asegurar su influencia geopolític­a.

Por eso, es que un comentaris­ta de la televisión rusa dijo recienteme­nte que “la sola idea (de ser ucraniano) se debe erradicar totalmente”.

Para Putin y la élite que lo rodea, la guerra contra Ucrania es una guerra civil, una lucha por la idea misma de lo que es Rusia y por lo acertado de su versión de la historia.

Como en todas las guerras civiles, la cercanía de los antagonist­as alimenta la carnicería que se está perpetrand­o contra el pueblo ucraniano.

Para Putin, la guerra es una guerra civil, una lucha por lo que es Rusia según su versión de la historia

Significad­o de la victoria de Ucrania. Los rusos que abrazan este maniqueísm­o inverso, en que la dictadura es buena y la libertad, mala, también aceptan un insidioso trato sicológico.

Renuncian a su libertad personal a cambio de la sumisión y a ser miembros de un Estado poderoso y temido por los demás. “Temo a mi Estado, pero es mi Estado”, muchos rusos plantean a los extranjero­s y a sí mismos.

“Tú temes a mi Estado, pero no es tu Estado”. ¿Qué ocurrirá con este trato si los extranjero­s pierden el miedo?

Por eso, si se diera el caso de que Ucrania gane la guerra, sería un cambio de época para Rusia. Ni siquiera la victoria occidental en la Guerra Fría marcó el fin de la ideología autoritari­a rusa.

Puede que la democracia occidental haya demostrado ser más potente que el despotismo soviético, pero eso no implicó que una Rusia democrátic­a pudiera ser bien gobernada y ser mucho menos poderosa. Pero la derrota a manos de Ucrania sería otro asunto por completo. © Project Syndicate 1995–2022

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