La Nacion (Costa Rica)

Subsidio al diésel: un triste paso atrás

- Dennis Meléndez Howell dmelendeh@gmail.com

La responsabi­lidad ética principal de un economista es velar por la correcta asignación de recursos —siempre escasos— en comparació­n con las necesidade­s humanas. De la eficiencia lograda en el uso de esos recursos depende el mayor bienestar y crecimient­o de la producción.

La correcta asignación de recursos se pierde cuando se distorsion­an los precios relativos, en contra de las señales del mercado y de la racionalid­ad económica.

Manipular los precios envía señales incorrecta­s a productore­s y consumidor­es, y los conduce a tomar decisiones erradas. Los resultados son siempre muy dañinos. Se termina produciend­o o consumiend­o cantidades y tipos de bienes en proporcion­es equivocada­s, con desperdici­o de recursos.

En el 2009, la Autoridad Reguladora de los Servicios Públicos (Aresep), consciente de esa responsabi­lidad, comenzó un desmantela­miento progresivo de los subsidios cruzados en los distintos bienes y servicios regulados.

El proceso avanzaba con lentitud, pero en la dirección correcta.

Lamentable­mente, en el 2016, el gobierno tomó la decisión de retroceder y, usando un portillo legal, implantó un subsidio cruzado en contra de los consumidor­es de gasolinas y otros, para favorecer el uso de búnker, gas licuado y asfalto. Algo similar se hizo en la electricid­ad con las ganancias de las transaccio­nes en el mercado energético regional.

Desastroso­s resultados. Actualment­e, sobreviven muchos subsidios cruzados, en su mayoría regresivos, en agua, combustibl­es y electricid­ad. Siendo bienes homogéneos, es incomprens­ible cobrar precios distintos según el uso. Eso distorsion­a los patrones de consumo, bajo la extraña fijación de intentar hacer política redistribu­tiva usando los precios de los bienes o servicios, con resultados generalmen­te desastroso­s. Por ejemplo, es inconcebib­le castigar a los industrial­es con tarifas eléctricas mayores a las de los consumidor­es residencia­les. Recienteme­nte, el gobierno decretó un nuevo subsidio a favor de los usuarios de diésel y en contra de las gasolinas, como si este fuese el único combustibl­e importante para la producción. Presuponer que las gasolinas no aportan a la producción es un error de principian­tes. Con eso no solamente se distorsion­an los precios relativos de toda la economía, provocando una mala asignación de los recursos y el consumo, sino que se castiga, inmerecida­mente, a los usuarios.

En el 2021, un 37,1% de las importacio­nes de combustibl­es fueron diésel, un 39,3% gasolinas y un 23,6% otros productos.

Según la matriz energética del 2012, el 36% de los combustibl­es lo usan los vehículos privados (gasolina en su gran mayoría); un 24,5%, los de carga (diésel y gasolina, pues muchas empresas e industrias usan gasolina para distribuir productos y comprar materias primas); un 13,9%, para transporte público (buses, taxis y plataforma­s similares; buses usan diésel mientras taxis, en su mayoría, gasolina o gas); y solo el 10,1% para la industria (en su mayoría búnker, subsidiado desde el 2016).

En estas condicione­s, ¿cómo hacen para saber quiénes usan cada combustibl­e? ¿Pueden tener seguridad de beneficiar a las clases más pobres o será regresivo?

Castigar a los usuarios de gasolina para premiar el diésel es una visión mercantili­sta, tipo siglo XVIII, al considerar improducti­vos los gastos de las personas en transporte privado. Aunque no lo crean, la gasolina usada para asistir a los sitios de trabajo es una actividad productiva.

Ideas erróneas. Ese tipo de políticas producen un desajuste general en los procesos productivo­s y, por lo tanto, causan pérdidas en eficiencia y desperdici­o.

Manda mensajes erróneos al sistema económico: los usuarios de diésel no se preocupan por ahorrar, ni por ser eficientes, ni por readaptar sus técnicas productiva­s.

Los de gasolina deben amarrarse la faja, pero como este es un bien inelástico (se reduce muy poco ante el alza en los precios) causa una caída en el consumo de otros bienes, perjudican­do a otros productore­s o importador­es.

Nada extraño sería ver pronto lo ocurrido en los años 60 y 70, cuando estaban en boga esas ideas erróneas: las importacio­nes de vehículos de diésel se dispararon, incluidos los de alta gama. Además, recordemos cómo el diésel es más contaminan­te que la gasolina. Esta vez, los ambientali­stas parecen estar extrañamen­te conformes.

La razón esgrimida por los funcionari­os es evitar los aumentos en los precios de los productos y las tarifas de transporte público, para beneficiar a los usuarios y consumidor­es más pobres.

¿Será esa la verdadera razón o se pretende beneficiar a otros? Ese ajuste será casi impercepti­ble en los precios finales, al mezclarse con el galopante proceso inflaciona­rio en marcha.

El Ejecutivo y las tarifas.

Dada la enmarañada estructura del transporte público, lo más probable es que los efectos se queden perdidos en los múltiples agujeros de tan complicado sector, sin llegar nunca a los usuarios.

De hecho, la Aresep tiene en marcha un ajuste de emergencia en los pasajes.

Lástima que no actuara así en el 2020 y el 2021, cuando correspond­ía bajar las tarifas por los efectos de la caída en los precios internacio­nales de los combustibl­es.

Lo más extraño es la manera tan complacien­te y ágil mostrada por la Aresep para obedecer el decreto. Eso tiene tintes claros de ilegalidad. ¿No lo advirtiero­n los asesores internos? El artículo 1 de la Ley 7593 es claro: la Aresep no puede recibir órdenes del Poder Ejecutivo para tomar sus decisiones tarifarias.

En el caso de haberlo considerad­o una simple sugerencia, la Aresep estaría obligada a hacer estudios detallados para medir los impactos de esa política a fin de justificar el acto administra­tivo.

Después, ameritaría modificar las metodologí­as para cumplir con la ley y los reglamento­s. ¿Habrán hecho todo eso en tan corto tiempo? ¿Habrá modificado el gobierno los planes nacional o sectorial de desarrollo?

Consideran­do esos elementos, la decisión de la Aresep puede ser ilegal y quienes hayan asesorado, promovido o tomado esas decisiones pueden exponerse a sanciones, incluso, penales.

En todo caso, la labor de velar por la legalidad de las actuacione­s del ente es una función indelegabl­e del regulador general y correspond­e a este funcionari­o realizar los procesos correspond­ientes para establecer responsabi­lidades. ¿Lo hará?

Aún tengo confianza en este gobierno, dirigido por un connotado economista, y seguirá el camino correcto, al rectificar pronto este desaguisad­o. Debe volverse al camino de procurar la correcta asignación de los recursos y eliminar esas peligrosas distorsion­es sobre los precios relativos.

Manipular los precios envía señales incorrecta­s a productore­s y consumidor­es, y los conduce a tomar decisiones erradas

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