No hacer daño
La insatisfacción ha irrumpido en medio de una sordera institucionalizada. Interminables deudas inatendidas se agolpan en las periódicas citas del sufragio. Kundera hablaba de una insoportable levedad del ser. Así puede ser de superficial cierta política. Hace insufrible la sopa de letras de los programas electorales que mientras más ofrecen, menos cumplen. Para cada omisión sobra un pretexto. El círculo de olvidos siempre queda abierto para un nuevo ciclo con las urnas. ¿Cómo no desilusionarse de esa democracia de descuidos?
Así se erosiona la representación partidaria. Se buscan luces donde abundan promesas. Denuncias cada vez más altisonantes suplen con exabruptos el vacío de las palabras. Todo es posible en campaña; todo se pondera en el poder.
La democracia padece una crisis existencial y el cambio refleja el alma del momento. El mercadeo político se entiende más creíble cuanto más altisonante sea en palabra y gesto. “Cambio” es su término vacío más frecuente.
Como sentencia bíblica, un cambio real no nace sin dolor. Por eso, asusta. Intereses creados viven del statu quo, e implacables lo defienden. Instituciones viven no de la función que ya no llenan, sino de los empleos que cobijan y fueros que defienden. No existe injusticia sin protegidos, irracionalidad sin beneficiarios, disfuncionalidad sin clientela. No hay cambio sin resistencia.
Por eso, le tiembla el pulso a la mano que lleva el bisturí. Nada rinde frutos inmediatos. Cada intervención tiene resultados inciertos. Toda acción crea contrastes, daños seguros y beneficios azarosos. Es tan precario el respaldo de un cuerpo social impaciente y volátil que es más fácil dejar las cosas como están.
El cambio pide cirugía mayor, no meras píldoras paliativas que distraigan, pasajeras, hasta las siguientes elecciones. Cabe aquí, como en medicina, el juramento hipocrático: primum non nocere, es decir, antes que nada no hacer daño. Si eso significa actuar con cautela, lo entendemos. No así como pretexto de impenitente gatopardismo de cambiar algo para que nada cambie.
El CNP con arreglitos, Recope con curitas, arroz con enmienditas, ICE con dulcitos y a todos con atolillo. No falta razón a la prudencia, pero menos prudente es el inmovilismo. De atolillo en atolillo se nos puede escurrir la democracia entre los dedos.