La Nacion (Costa Rica)

Bukele y los derechos humanos

- José Daniel Rodríguez A. josedaniel.rodriguez@ucr.ac.cr

Han tomado auge nuevas formas de autoritari­smo diferibles de la percepción típica de las dictaduras clásicas, que se revuelven con institucio­nes democrátic­as que sirven como fachada para reducir los cánones democrátic­os, pero sutilmente.

Entre estas, por ejemplo, las denominada­s democracia­s iliberales que, en palabras de Angelo Attanasio, “se afirman como una expresión de la voluntad popular, pero niegan que este derecho pueda extenderse a todos los ciudadanos”.

Estos regímenes fundan su discurso en componente­s étnicos o nacionalis­tas y, por lo general, cuentan con un gran respaldo popular, lo cual es un espaldaraz­o inicial de legitimida­d para acciones posteriore­s no necesariam­ente acordes con el canon democrátic­o, y sí más afín a formas de gobierno autócratas, que rompen las cadenas por los eslabones más débiles de la sociedad, aspecto que, en todos los casos, termina dándose en detrimento de los derechos humanos.

Cabe observar, como un caso de análisis, el gobierno del salvadoreñ­o Nayib Bukele y sus decisiones específica­mente en relación con las maras. Y aquí voy a plantear una posición quizás impopular, pero acorde con los principios de los derechos humanos.

No culpo a los millones de salvadoreñ­os que creen ver en las acciones de Bukele una respuesta a la insegurida­d o una “justa” venganza por la pérdida de seres queridos; en sus circunstan­cias —potenciado por su discurso populista—, es esperable sentirlo de esa forma. Pero debemos comprender una cuestión fundamenta­l: un principio básico de los derechos humanos es el de universali­dad, es decir, todas las personas son titulares de estos; sean criminales o no, sospechoso­s de delitos o no, al igual que las víctimas.

Esto tiene una implicació­n subyacente esencial: que si queremos que nuestros derechos se respeten, se deben respetar los de los otros, así de simple y así de complejo. De lo contrario, estos pierden sentido. Este punto es básico, y los admiradore­s de las actuacione­s de Bukele deben tenerlo claro a pesar de que no suene tan seductor, pero la violación de los derechos de una persona es la violación de los de cualquier otra.

Los derechos humanos como sistema de garantías cobran sentido solo cuando el poder político los respeta por igual, no cuando se consienten detencione­s sumarias.

De acuerdo con un reciente informe de Amnistía Internacio­nal, se han documentad­o en El Salvador graves violacione­s de derechos humanos, en cuenta detencione­s arbitraria­s, criminaliz­ación de personas en situación de pobreza, juicios sumarios y tortura, lo que viola toda convención en la materia, además de la extensión de forma anómala de un régimen de excepción que se convierte en la regla.

Y aquí radica la probable impopulari­dad de estas líneas, pero debe tenerse en cuenta que los derechos fundamenta­les entendidos como frenos de los abusos de poder nos protegen a todos de la misma forma y sin escogencia (principio de interdepen­dencia), lo que no significa, claro está, bajo ninguna circunstan­cia, impunidad a la hora de juzgar a quienes han vulnerado los derechos de otros.

Pero ello debe hacerse en las condicione­s propias del Estado de derecho y las leyes de un país, y no con arbitrarie­dades, pues el sistema de garantías pierde su legitimida­d y abre la puerta a otras violacione­s.

Si queremos que nuestros derechos se respeten, se deben respetar los de los otros

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