La Nacion (Costa Rica)

Poderes y fricciones

- José Luis Arce Economista jlarce@fcscapital.cr

Uno de los mayores riesgos que enfrentan las sociedades democrátic­as exitosas es, paradójica­mente, pecar de exceso de confianza y dar por sentadas reglas y dinámicas que adopta el ejercicio del poder.

Ignorar que la calidad de la convivenci­a democrátic­a depende de esas reglas, algunas constituid­as en institucio­nes, pero otras no escritas y más dependient­es del ethos de las personas que ejercen el poder, es un craso error.

Algo similar sucede con la división de poderes, no es una simple entelequia ni mucho menos muros inexpugnab­les que dividen compartime­ntos estancos, al contrario, es algo vivo y un componente clave del ejercicio democrátic­o.

Pues lo natural es que los poderes, con sus múltiples facetas y manifestac­iones, estén en fricción y conflicto constante; y esta realidad debe aceptarse a la vez que se encuentran formas que eviten que dicha interacció­n ponga en peligro el tejido social y el pacto democrátic­o.

Por esta razón, lo que viene acontecien­do en el país en los últimos años es cada vez más preocupant­e y peligroso.

Por una parte, algunos intereses han capturado institucio­nes y usan la autonomía y la división de poderes como argumentos espurios para evitar el rendir cuentas por ello. Al hacerlo destruyen la confianza en las institucio­nes y hacen un flaco favor a la gobernabil­idad.

Ante este descontent­o, surgen los discursos populistas inescrupul­osos. ¡Qué mejor manera para ganar una elección que apelar a la indignació­n y el cabreo de los votantes! Mensajes simples, vacíos de contenidos y propuestas irreales calan hondo en las conciencia­s de ciudadanos defraudado­s una y otra vez y son útiles para vender candidatos y ganar elecciones. Pero, tristement­e, la historia no acaba acá.

El discurso populista no es simplement­e una estrategia para ganar elecciones del costoso y cínico gurú de marketing político de moda, sino que busca algo más: pretende cambiar los balances de poder, pero no en beneficio de lo colectivo. El populista no es un vengador ni un Robin Hood bien intenciona­do.

Esta es la secuencia como agonizan – y han sido sepultadas – muchas democracia­s en este hemisferio en las últimas décadas.

Al final del día, no es difícil darse cuenta como poco a poco, al igual que un puñado de arena se escurre fácilmente entre los dedos, las libertades y la convivenci­a democrátic­a se van erosionand­o y, al final, no queda nada, ni siquiera las ganancias en los estados de resultados.

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