Poderes y fricciones
Uno de los mayores riesgos que enfrentan las sociedades democráticas exitosas es, paradójicamente, pecar de exceso de confianza y dar por sentadas reglas y dinámicas que adopta el ejercicio del poder.
Ignorar que la calidad de la convivencia democrática depende de esas reglas, algunas constituidas en instituciones, pero otras no escritas y más dependientes del ethos de las personas que ejercen el poder, es un craso error.
Algo similar sucede con la división de poderes, no es una simple entelequia ni mucho menos muros inexpugnables que dividen compartimentos estancos, al contrario, es algo vivo y un componente clave del ejercicio democrático.
Pues lo natural es que los poderes, con sus múltiples facetas y manifestaciones, estén en fricción y conflicto constante; y esta realidad debe aceptarse a la vez que se encuentran formas que eviten que dicha interacción ponga en peligro el tejido social y el pacto democrático.
Por esta razón, lo que viene aconteciendo en el país en los últimos años es cada vez más preocupante y peligroso.
Por una parte, algunos intereses han capturado instituciones y usan la autonomía y la división de poderes como argumentos espurios para evitar el rendir cuentas por ello. Al hacerlo destruyen la confianza en las instituciones y hacen un flaco favor a la gobernabilidad.
Ante este descontento, surgen los discursos populistas inescrupulosos. ¡Qué mejor manera para ganar una elección que apelar a la indignación y el cabreo de los votantes! Mensajes simples, vacíos de contenidos y propuestas irreales calan hondo en las conciencias de ciudadanos defraudados una y otra vez y son útiles para vender candidatos y ganar elecciones. Pero, tristemente, la historia no acaba acá.
El discurso populista no es simplemente una estrategia para ganar elecciones del costoso y cínico gurú de marketing político de moda, sino que busca algo más: pretende cambiar los balances de poder, pero no en beneficio de lo colectivo. El populista no es un vengador ni un Robin Hood bien intencionado.
Esta es la secuencia como agonizan – y han sido sepultadas – muchas democracias en este hemisferio en las últimas décadas.
Al final del día, no es difícil darse cuenta como poco a poco, al igual que un puñado de arena se escurre fácilmente entre los dedos, las libertades y la convivencia democrática se van erosionando y, al final, no queda nada, ni siquiera las ganancias en los estados de resultados.