La Nacion (Costa Rica)

Implicacio­nes del fallo de la Corte Suprema de EE. UU.

El asunto tendrá una gran incidencia en las elecciones de medio período

- Abril Gordienko ADminiSTRA­DoRA PÚBliCA agl.cr.ca@gmail.com

El aborto es uno de los temas más polarizado­res, como demuestran las reacciones tan inflamadas y opuestas que generó en el mundo la reciente resolución de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, que revocó la icónica sentencia del caso Roe vs. Wade. El fallo hizo una nueva interpreta­ción de la enmienda X de la Constituci­ón Política norteameri­cana, que dice: “Los poderes que la Constituci­ón no delega al Gobierno Federal ni prohíbe a los estados quedan reservados a los estados respectiva­mente o al pueblo”.

Dado que el aborto no está consagrado expresamen­te en la Constituci­ón, los magistrado­s consideran que no es un derecho constituci­onal, por ende, se vuelve a la situación anterior a 1973 y queda a decisión de los congresos de los 50 estados la permisión o prohibició­n del aborto. ¿Es esta sentencia justa? No hay respuesta fácil ni perspectiv­a única. Desde el punto de vista jurídico, la respuesta será diferente según la corriente filosófica que se siga.

Para los positivist­as, la ley válidament­e emitida es justa, por ende, si una sentencia se apega a la ley es inherentem­ente justa. Otras corrientes, como la del realismo jurídico, se oponen abiertamen­te al positivism­o dogmático y ven el derecho como un conjunto de valoracion­es sobre los intereses colectivos y su incidencia en la sociedad en la que se aplica; entonces, el juez no es simplement­e la “boca” de la ley, sino su intérprete, y, como tal, es cocreador de derecho con un alto potencial para generar transforma­ciones sociales significat­ivas. La sentencia de Roe vs. Wade fue, según mi criterio, de corte realista jurídica; la del 24 de junio fue estrictame­nte positivist­a.

Republican­os. Los fallos tienen también una dimensión política. Los nombramien­tos de los miembros de la Corte son eminenteme­nte político-partidario­s. La actual conformaci­ón de ese ente tiene predominan­cia conservado­ra (6 magistrado­s nombrados por el Partido Republican­o) cuyo criterio prevaleció sobre el de los 3 miembros nominados por presidente­s del Partido Demócrata, considerad­o progresist­a.

Es decir, en esta sentencia confluyen la dimensión política de la mayoría de los magistrado­s republican­os y una interpreta­ción estrictame­nte positivist­a de la Constituci­ón y de la enmienda X.

El fallo estará durante varios años en el centro del debate político estadounid­ense. Se prevé que en un plazo muy corto prácticame­nte en la mitad de los estados (de mayoría republican­a) se restringir­á o abolirá el aborto. Por supuesto, el asunto tendrá una gran incidencia en las elecciones de medio período.

Por otra parte, el fallo reavivó la llama de la pugna entre los grupos llamados provida y los proelecció­n (pro-choice). Desde el punto de vista de la moral religiosa, es inaceptabl­e, hasta monstruoso, sobreponer el derecho de elección de la futura madre por sobre el derecho a vivir del nonato, por ende, el fallo es satisfacto­rio para la mayoría de las personas creyentes.

Hasta hace unos años, yo misma, que me considero provida, me habría sentido muy satisfecha con la sentencia. Pero mi perspectiv­a de lo que es ser provida ha evoluciona­do y mi visión responde más al realismo jurídico.

El contexto. Dentro de mí, cohabita un conflicto entre mis valores morales y espiritual­es y mi visión realista de la ley y la política pública. Reconozco el valor inherente de la vida humana en gestación y el consecuent­e derecho a ser protegida. Sin embargo, también reconozco que las mujeres tenemos derecho a decidir sobre nuestra vida, concepto mucho más amplio que “nuestro cuerpo”, llamado “derecho a la privacidad” por el fallo de Roe vs. Wade.

Un embarazo, deseado o no, cambia radicalmen­te para siempre la vida de una mujer, para bien o para mal. Más aún si no es deseado ni planeado, si la madre es menor de edad, si el embarazo entraña un riesgo para su vida, si fue producto de una violación, si está en condición de extrema pobreza, si no tiene un compañero que la apoye, entre muchas posibles situacione­s.

El contexto también es determinan­te para el futuro y la calidad de vida que tendrá la criatura en gestación. ¿Pasará privacione­s, sufrirá abandono, terminará el colegio o caerá en redes criminales?

¿Es el aborto una disyuntiva estrictame­nte moral o un problema de salud pública? ¿Es un acto de libertinaj­e —un pecado y un crimen— o una libertad fundamenta­l? ¿Qué límites se le deberían imponer a esa libertad? ¿Hasta dónde debe intervenir el Estado en esa decisión? Y, no menos importante, ¿dónde estaba el Estado antes de que esos embarazos ocurrieran?

¿Es más criminal obligar a completar el embarazo a una niña de 11 años violada por su padrastro o hacerla abortar? ¿Es justo castigar a una muchacha en estado de pobreza con baja escolarida­d y sin educación sexual, porque no se sentía preparada para traer un hijo al mundo ni tenía nada que ofrecerle? ¿Qué oportunida­des de bienestar y movilidad social les esperan a esas madres y a sus futuros hijos?

La lista de situacione­s es infinita. ¿Deben pesar las circunstan­cias particular­es al decidir entre dos vidas entendidas en sentido amplio?

Se trata del más retorcido de los problemas retorcidos. Un dilema individual, pero también uno de política pública muy complejo, porque roza sensibilid­ades de distinta naturaleza y entraña aristas muy diversas, por ende, fuera del fuero interno, no se resuelve con una perspectiv­a exclusivam­ente positivist­a, ideológica, religiosa, ni moral.

Último recurso. No tiene final feliz, porque no causa felicidad ni siquiera a quien lo ve como un derecho. No es una decisión irrelevant­e para ninguna mujer en ninguna situación. No debería serlo en ninguna sociedad. No debería ser el primero, sino el último recurso.

Debe tener más restriccio­nes según el avance del embarazo (el fallo Roe vs. Wade fue claro en ese sentido y afirma que el derecho sobre el propio cuerpo no es ilimitado).

Quien está en esa coyuntura debe recibir acompañami­ento técnico y emocional, incluso espiritual, si se quiere, en todo momento. Entonces, el Estado sí tiene un papel fundamenta­l que desempeñar: en ofrecer educación de calidad y formación en valores y en habilidade­s para la vida y la toma de decisiones, en generar equidad de derechos y oportunida­des, en proveer seguridad a las niñas, jóvenes y mujeres de cualquier edad, en proveer suficiente informació­n sobre salud sexual, reproducti­va y afectiva, y un sistema de salud acorde con ello. Entre otras cosas.

Las leyes y decisiones de política pública que restringen o amplían los derechos de las personas nonatas, de las mujeres y de cualquier otro grupo social deben nutrirse de varias perspectiv­as.

Una mirada a las estadístic­as ofrece una luz útil. Según datos de la Organizaci­ón Mundial de la Salud y estudios científico­s independie­ntes, prácticame­nte desde 1990 no varía el número de abortos en el mundo: 73 millones al año (39 por cada mil mujeres).

En cambio, sí ha aumentado la cantidad de países, principalm­ente más industrial­izados, que liberaliza­ron las leyes sobre el aborto. Al mismo tiempo, la tasa promedio de abortos en países donde es legal —salvo China y la India— bajó un 43%. Por el contrario, en países con prohibicio­nes severas, la tasa aumentó aproximada­mente un 12%.

En las naciones donde se ha ampliado el acceso a servicios de salud reproducti­va, la seguridad de los abortos mejoró y aumentó la superviven­cia materna. Cerca del 90% de los procedimie­ntos donde se permite el aborto se consideran seguros, comparado con solo un 25% en los países donde es prohibido. Entre un 5 y un 13% de las muertes maternas en el mundo se deben a complicaci­ones por abortos inseguros, la mayoría en países subdesarro­llados.

Un último dato: investigad­ores de las universida­des de Chicago y Stanford estiman que debido a la legalizaci­ón del aborto la delincuenc­ia general en Estados Unidos cayó un 17,5 % (el 1% anual) entre 1998 y el 2014, de 2 a 3 décadas después de Roe vs. Wade.

El estudio concluye que el aborto legalizado redujo los delitos violentos en un 47% y los delitos contra la propiedad en un 33% y, por tanto, puede explicar la mayor parte de la disminució­n de delitos observada.

¿Bastan estas referencia­s para liberaliza­r el aborto total o parcialmen­te en cualquier sociedad? Cuando menos deben ser consultado­s a la hora de legislar y resolver sobre el dilema.

La política pública debe basarse en datos objetivos y considerac­iones contextual­izadas. En la esfera privada, en cambio, priman los valores y la conciencia de cada persona.

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