La Nacion (Costa Rica)

La paz requiere traidores

- Shlomo Ben Ami shlomo ben ami: exministro de asuntos exteriores israelí, es vicepresid­ente del Centro internacio­nal de toledo para la Paz. © Project syndicate 1995–2023

En 1795, el filósofo alemán Immanuel Kant escribió que las formas de lograr la paz perpetua eran la diplomacia o una “guerra de exterminio” que aniquilara a todas las partes y solo dejara “el gran cementerio de la especie humana”.

Históricam­ente, la humanidad se ha inclinado por esta segunda opción, al menos hasta que los estragos de la guerra obligaron a los Estados enfrentado­s a acordar un compromiso. E incluso entonces fue necesario un liderazgo audaz para poner fin al derramamie­nto de sangre.

El coraje del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, como líder en tiempo de guerra es innegable, pero Zelenski también es rehén de su entorno político. Contra un ejército invasor despiadado, su superviven­cia política (y tal vez física) depende de un férreo compromiso con la derrota absoluta de los rusos.

Cuando se trata de la transición de la guerra a la paz, la opinión pública suele ser más belicosa que los líderes políticos. Si bien las guerras patriótica­s como la ucraniana suelen unir a los países, la búsqueda de una paz imperfecta durante la guerra resulta inherentem­ente divisoria y se la suele percibir como una traición.

Pero buscar una paz divisoria tal vez sea la única forma noble de traicionar a los votantes. Según una famosa observació­n de Charles de Gaulle, en la política uno debe traicionar al propio país o al electorado. “Prefiero traicionar al electorado”, afirmó.

De Gaulle aplicó esta máxima cuando firmó los Acuerdos de Évian, que otorgaron a Argelia la independen­cia en marzo de 1962. Pocos meses después, apenas logró escapar cuando oficiales militares que se oponían a la retirada francesa intentaron asesinarlo.

El ex primer ministro israelí Ariel Sharon (partidario de la línea dura) también fue un traidor improbable. En el 2005, Sharon llevó adelante el intento más significat­ivo para poner freno a la obsesión israelí de construir asentamien­tos en tierras palestinas de los territorio­s ocupados: desmanteló los asentamien­tos judíos en la Franja de Gaza y unos pocos en Cisjordani­a, pero con ello Sharon traicionó tanto al electorado de derecha como toda su carrera política hasta ese momento.

El acuerdo del Viernes Santo de 1998, que logró la paz en Irlanda del Norte, es otro ejemplo de paz “traidora”. Durante décadas, la mayor pesadilla del protestant­e conservado­r Ian Paisley fue sentarse frente a un militante católico romano republican­o como Martin McGuinness. Sin embargo, en el 2007, los antiguos enemigos acordaron un gobierno en el que compartirí­an el poder. Consiguier­on llevarse tan bien que la prensa los apodó “hermanos risita” (por el dúo cómico de televisión para niños, The Chuckle Brothers).

El rey Abdalá I de Jordania y el ya fallecido presidente egipcio Anwar Sadat fueron menos afortunado­s. Ambos líderes se atrevieron a enfrentars­e al sentimient­o público y buscar la paz con Israel... y lo pagaron con sus vidas. Pero aunque la paz entre Egipto e Israel sobrevivió al asesinato de Sadat en 1981, el de Abdalá en 1951 demoró la paz entre Israel y Jordania durante más de cuatro décadas, y asestó un golpe fatal a la esperanza de un acuerdo combinado entre israelíes, jordanos y palestinos.

Cuando se enteró del asesinato de Abdalá, el primer ministro británico Winston Churchill lamentó la pérdida de un rey sabio que “tendió a Israel la mano de la reconcilia­ción”.

La decisión del primer ministro israelí Yitzhak Rabin de “avanzar en la paz como si no existiera el terror” también le costó la vida. Rabin, asesinado por un extremista de derecha en 1995, no traicionó a sus votantes de centroizqu­ierda cuando firmó los acuerdos de Oslo en 1993, pero también se negó a ser rehén del voluble sentimient­o público.

Un día antes de las elecciones en las que ganó el puesto, Rabin aseveró a los residentes israelíes de los altos del Golán: “Es inconcebib­le que nos vayamos, incluso si se logra la paz”. Pocos meses después, sin embargo, estaba negociando con el presidente sirio Háfez al Asad un acuerdo de paz que hubiera obligado a Israel a retirarse de esa región de importanci­a estratégic­a.

La diplomacia para la paz es especialme­nte polémica cuando tiene lugar bajo fuego. Al ex primer ministro israelí Ehud Barak, por ejemplo, no lo mataron por estar dispuesto a extender concesione­s a los palestinos, pero la segunda sangrienta intifada que estalló durante su mandato en el año 2000 llevó a su destitució­n.

El archienemi­go de Rabin y Barak, el líder palestino Yaser Arafat, nunca se comprometi­ó del todo con el proceso de paz por temor a que su gente le diera la espalda. En reiteradas ocasiones le preguntó al entonces presidente estadounid­ense Bill Clinton: “¿Quiere venir a mi funeral?”. Arafat representa­ba una causa justa, pero su renuencia a apoyar un acuerdo de paz inevitable­mente imperfecto obstaculiz­ó intensamen­te la búsqueda de la autodeterm­inación palestina.

Ciertament­e, el caso de Ucrania no es menos justo que el de Palestina, pero el final que desea, la derrota incondicio­nal de Rusia, tal vez resulte igual de escurridiz­o. Mientras tanto, los brutales e incesantes ataques rusos hacen que el público se niegue a cualquier tipo de negociacio­nes de paz, haciendo aún más difícil que Zelenski busque un compromiso impopular.

Por consiguien­te, la guerra de Ucrania se convirtió en una triste réplica de los helados y brutales frentes del impasse de la Primera Guerra Mundial. A medida que aumenta la desesperac­ión del presidente ruso, Vladímir Putin, también lo hace la probabilid­ad de que su país use un arma nuclear en Ucrania y arrastre a Estados Unidos y la OTAN directamen­te a la guerra. Y luego está la posibilida­d de que China, aliado estratégic­o de Rusia, invada Taiwán y dispare un conflicto mundial calamitoso.

Los líderes ucranianos deben prestar atención a las lecciones de la guerra entre Irán e Irak en la década de los ochenta. Se estima que ese conflicto, que comenzó en 1980 y se prolongó durante ocho años, se cobró más de un millón de vidas antes de que Irán, víctima de la agresión iraquí y cansado de la guerra, finalmente solicitara el cese de las hostilidad­es. Resultó una sabia decisión, que salvó a la República Islámica del aniquilami­ento.

En el último año, Zelenski se convirtió en un insólito héroe de guerra, pero ahora enfrenta un terrible dilema, ya que la única forma de poner fin a la guerra es con una paz imperfecta. Tarde o temprano, Zelenski —o, mejor aún, Putin— tendrá que cometer la máxima traición política.

El presidente Volodímir Zelenski se convirtió en un héroe de guerra improbable en el último año, pero ahora se enfrenta a un dilema insoportab­le

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AFP Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania.
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