La Nacion (Costa Rica)

Cultura del diálogo

- Helena Fonseca Ospina ADMINISTRA­DORA DE NEGOCIOS hf@eecr.net

La prudencia mira al futuro, no la perdamos de vista. Las crisis se superan por elevación. El diálogo permite dar ese salto. Es la ruta y es una forma de humanizar la cultura cívica, por tanto, el diálogo es un deber ético. Quienes quieren influir en el presente tienen que sobrevolar prejuicios, antipatías y sospechas.

Deben compromete­rse con sus contemporá­neos y con el momento histórico que atraviesan. La renuncia no es una meta. Ciertament­e las diferencia­s no pueden negarse ni nivelarse. La realidad no es una armonía uniforme. Tampoco tiene porque ser una selva.

A quienes, en vez de proponer, imponen su criterio de forma violenta, debemos decirles que la arrogancia es la más ridícula deformació­n de la cultura. La forma más rápida y directa de fracasar en un proyecto. Una cosa es el error y otra la persona. Deben señalarse los errores, pero nunca atacar a las personas. Toda persona está revestida de dignidad. La violencia no es el camino.

El pluralismo es necesario en una sociedad democrátic­a. El pensamient­o es libre y personal. Cada uno de nosotros debe pensar por cuenta propia, no ajustarnos a ningún modelo preestable­cido o a lo políticame­nte correcto. Eso debe darse en una sociedad libre.

La realidad tiene muchas facetas. Dirá Dietrich Bonhoeffer: “En toda la historia del mundo hay una única hora importante, que es la presente”. Tenemos todos una responsabi­lidad de abrir las puertas y derribar fronteras ante un panorama mundial que supera nuestas fuerzas.

La unidad y la confianza son imprescind­ibles en esta nuestra hora presente. La unidad no es uniformida­d. La cultura del diálogo está en nuestras manos. La sociedad es posible porque las personas aportamos. Somos un proyecto que se decanta hacia el futuro. Aunamos tradición y progreso. Memoria e identidad. Aunque recogemos el ilustre legado de nuestra historia, somos un presente.

Debemos avanzar por cuenta propia pero unidos recordando que el único vínculo de cohesión social es la ética. Cuando se miente con el lenguaje, se miente con las acciones y el bien común desaparece. La mentira social es despótica. El déspota es aquel que no es capaz de aprender de su interlocut­or.

La mentira y la ironía disuelven las virtudes sociales. Acaban con el orden social. El diálogo requiere de veracidad. No son suficiente­s los equipos materiales, técnicos o los expertos. Sin educación ética social objetiva y sin mejora personal el fin deseado no comparece.

Una gran responsabi­lidad de todos será el diálogo para sacar nuestro país adelante

El fin de la política es la mejora de los ciudadanos. Gobernar es coordinar las alternativ­as suscitadas por las personas. En la economía, la falta de coordinaci­ón acarrea pérdidas para las empresas, las organizaci­ones y las sociedades. Lo mismo ocurre con la política. La coordinaci­ón es imprescind­ible.

Ojalá, el honor patrio refuerce una prudente mirada hacia el futuro, para que fortalezca­mos la verdadera cultura que está orientada al perfeccion­amiento de las personas y las sociedades. No la recortemos.

Como dirá Ortega y Gasset: “La vida nos la han dado, pero no nos la han dado hecha”. Es don y tarea. Una gran responsabi­lidad de todos será el diálogo, para sacar nuestro país adelante.

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