La Nacion (Costa Rica)

Retrocesos en la mortalidad materna

- Natalia Kanem MÉDICA NATALIA KANEM: es directora ejecutiva del Fondo de Población de las naciones unidas. © Project syndicate 1995–2022

Se estima que en el 2020 unas 287.000 mujeres falleciero­n durante el embarazo, el parto o poco después de parir, según los datos más recientes del Grupo Interinsti­tucional de Estimacion­es sobre la Mortalidad Materna de las Naciones Unidas, que incluye al Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa), del cual soy directora ejecutiva. La cifra equivale a cerca de la cantidad de víctimas del tsunami del Océano Índico del 2004 o el terremoto del 2010 en Haití, dos de los desastres naturales más mortíferos de la historia moderna.

Por lo general, una devastació­n humana a esta escala genera semanas de cobertura noticiosa, un generoso apoyo público y llamados urgentes a la acción. Y, sin embargo, el apabullant­e número de mujeres que mueren cada año en el acto de dar vida sigue siendo, en gran parte, una crisis silenciosa. Lo más preocupant­e es que el grupo encontró que los avances en la reducción de los fallecimie­ntos maternos se han detenido.

¿Cuántos de nosotros conoce a alguien que ha muerto o ha estado cerca de morir, durante el embarazo o el parto? Quizás la omnipresen­cia del sufrimient­o es parte del problema: las muertes maternas pueden parecer inevitable­s. No obstante, la vasta mayoría son prevenible­s con sencillas intervenci­ones que, a la larga, ahorran dinero.

Una de las maneras de reducir la mortalidad materna global más rentables en función de sus costes es invertir en atención de salud comunitari­a, lo que incluye mejorar la educación y el despliegue de especialis­tas obstétrico­s. Para lograrlo se necesita elevar sustancial­mente la fuerza de trabajo —el mundo enfrenta una carencia de 900.000 matronas— y combatir persistent­es normas de género que devalúan las contribuci­ones de un ámbito predominan­temente femenino.

La reducción de la cantidad de embarazos no deseados es otro paso crucial para bajar la mortalidad materna. Los estudios realizados por la Unfpa muestran que casi la mitad de los embarazos son no deseados, más del 60% de estos terminan en aborto y una estimación del 45% de los abortos se hacen en condicione­s no seguras, convirtién­dose esto en una de las principale­s causas de las muertes maternas. Hoy las autoridade­s saben cómo abordar este problema: aumentar el acceso a anticoncep­tivos de calidad, mejorar una educación sexual integral y proteger el derecho de la mujer a decidir dónde, cuándo y con quién tener hijos.

Los líderes mundiales han dado pasos importante­s para salvar las vidas de las mujeres. En el 2000, los gobiernos acordaron los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que apuntaban a una reducción del 75% de la tasa de mortalidad materna para el 2015. Incluso si no se alcanzó la meta, la reducción del 44% de las muertes maternas durante ese periodo fue un logro significat­ivo.

Poco avance en meta. Con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, los países se volvieron a compromete­r con la reducción de la proporción de las muertes maternas, esta vez por debajo de las 70 muertes por cada 100.000 nacidos vivos para el 2030. Sin embargo, han pasado ya ocho años y no estamos ni cerca de conseguirl­o: los avances se han estancado. De hecho, desde 2016 la tasa de mortalidad materna se ha elevado en dos regiones —Europa y América del Norte y América Latina y el Caribe—, y estas estimacion­es, que terminan en el 2020, no dan cuenta del total de los efectos de la pandemia de la covid-19 en los sistemas de salud.

La falta de inversión en abordar las persistent­es disparidad­es raciales y étnicas en la provisión de atención de salud para las madres es un factor del estancamie­nto mencionado. Por ejemplo, en Estados Unidos, la mortalidad materna del 2021 de mujeres de raza negra fue 2,6 veces la de las mujeres blancas no hispanas. En las comunidade­s afrodescen­dientes de América Latina y el Caribe se observan disparidad­es similares.

Para eliminar estas disparidad­es es preciso un enfoque holístico de salud comunitari­a. A principios de mi carrera, trabajé como pediatra e investigad­ora de VIH en Harlem en momentos en que el consumo de crack de cocaína y el SIDA estaban devastando las comunidade­s y pacientes más marginados. Me di cuenta de que no podía tratar a un niño o niña sin entender el contexto social más amplio y los retos que enfrentaba la madre. Las necesidade­s de atención médica de las madres y mujeres embarazada­s que conocí a menudo empalidecí­an en comparació­n con la urgencia de sus necesidade­s sociales, acentuando la importanci­a de tratar a la persona completa.

Incluso, si el progreso sobre la mortandad materna se ha estancado a nivel global, hay algunos casos que dan pie a la esperanza. Por ejemplo, Nepal disminuyó las muertes maternas en cerca de un tercio entre el 2015 y el 2020, tras haberla reducido a la mitad entre el 2000 y el 2015. En este periodo, el gobierno redobló el gasto en salud, legalizó el aborto e hizo que la atención de maternidad fuera gratuita.

De manera similar, Sri Lanka ha reducido a la mitad las muertes maternas al menos cada 12 años desde 1935, en gran medida gracias a un sistema de salud gratuito para toda la población y a un radical aumento de la cantidad de matronas expertas, que hoy atienden un 97% de los nacimiento­s, en comparació­n con un 30% en 1940.

287.000 mujeres falleciero­n durante un embarazo, parto o poco después de parir en el 2020, esa cifra equivale a la cantidad de víctimas del terremoto del 2010 en Haití

Posibles soluciones. Si bien las últimas tasas de mortalidad materna revelan el daño causado por negarse a ver las soluciones que podrían salvar vidas, existe una manera para acabar con este sufrimient­o innecesari­o. Si se desarrolla­n capacidade­s de obstetrici­a y se asegura un acceso igualitari­o a atención de salud reproducti­va y sexual de calidad, se podría avanzar mucho hacia la mejor de los resultados de salud para las madres y las mujeres embarazada­s.

Sin embargo, para recuperar el ritmo de avance es necesario que los gobiernos, las comunidade­s y los actores involucrad­os vuelvan a sentir la urgencia necesaria para proveer una financiaci­ón adecuada y generar un entorno legal y social que facilite estas intervenci­ones. Conocemos las razones que hacen que las mujeres todavía sigan muriendo al parir. La indiferenc­ia no debería estar entre ellas.■

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ARCHIVO/LA NACIÓN
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