La Nacion (Costa Rica)

Las cárceles son incubadora­s de la criminalid­ad

- Cecilia Cortés Quirós InternaCIo­nalIsta ceciliacor­tes668@gmail.com

La población carcelaria creció en América Latina un 70 % en los últimos 20 años hasta superar la capacidad de los sistemas penitencia­rios. Para Iñaki Rivera Beiras, director del Observator­io del Sistema Penal y los Derechos Humanos de la Universida­d de Barcelona, tal incremento cuantitati­vo no se debe solo a la comisión de delitos, sino también a una serie de reformas penales y procesales.

Rivera participó en noviembre, en San José, en el Encuentro Internacio­nal de Defensoría­s Públicas de América Latina. Ahí señaló que, a principios de siglo, Costa Rica a diferencia de hoy era un país con índices de encarcelam­iento de 100 presos por cada 100.000 habitantes, y en 20 años la cifra se triplicó debido a reformas penales.

No fue que la población penitencia­ria aumentó como consecuenc­ia del incremento de los delitos, como se le ha hecho creer a la gente. La población penitencia­ria es mayor porque los jueces decretaron más cárcel como resultado de las reformas penales y procesales.

La extendida crisis de insegurida­d que está atravesand­o el continente llama la atención acerca de la situación en las cárceles, los sistemas penitencia­rios y su utilizació­n como política represiva en la lucha contra el narcotráfi­co y la criminalid­ad.

Una mezcla de políticas gubernamen­tales, falta de financiami­ento y corrupción desembocó en que las cárceles de la región sean focos de violencia e incubadora­s de actividade­s delictivas. Las megacárcel­es puestas de moda, que albergan a decenas de miles de prisionero­s en un solo lugar, solo parecen empeorar las cosas, de acuerdo con InSight Crime.

El incremento de la criminalid­ad es atendido con encarcelam­iento masivo (aumento de sentencias y delitos cuya pena es la prisión) que dio lugar a una enorme presión sobre los sistemas penitencia­rios sin alza en los presupuest­os.

El efecto es el empeoramie­nto de las condicione­s de vida en prisión y en las condicione­s de seguridad debido a la falta de recursos, tales como custodios, equipos de vigilancia, etc.

Gustavo Fondevila, estudioso del funcionami­ento de las institucio­nes de justicia y del sistema carcelario en América Latina, considera que la prisión, como mecanismo de solución de la criminalid­ad, está agotado y ya no es castigo ni disuasión del delito.

Para Fondevila, la cárcel ni siquiera detiene los delitos cometidos fuera de la prisión, pero planeados en su interior. De modo que el aprisionam­iento se tornó en un problema criminal en sí mismo y una especie de Estado paralelo dentro de los presidios.

En Brasil, por ejemplo, uno de los lemas del Primer Comando de la Capital (PCC), la mayor organizaci­ón criminal del país, es “El crimen fortalece el crimen”.

Ese grupo controla detrás de las rejas las rutas internacio­nales de narcotráfi­co desde Paraguay, Bolivia y otros países de la región.

Expertas como la socióloga brasileña Bettina Barros afirman que aun dentro de la prisión grupos como el PCC mantienen la comunicaci­ón con lo que ocurre en las calles y la influencia, el lucro y la organizaci­ón de los negocios ilícitos, un modelo similar al seguido por las transnacio­nales del crimen Tren de Aragua en Venezuela y Los Choneros y Los Lobos en Ecuador.

La construcci­ón de más cárceles no está bajando la criminalid­ad, y con el tiempo se vuelven un bumerán para los países. Parafrasea­ndo a Fondevila, encarcelar a más personas ha salido muy mal a la región y el efecto es paradójico, puesto que hay más gente en prisión y esa gente vuelve a la sociedad para cometer crímenes cada vez más graves y complejos.

En vista de la crisis de insegurida­d que enfrenta nuestro país, es fundamenta­l que las autoridade­s piensen detenidame­nte en las consecuenc­ias de construir cárceles y se basen en la evidencia científica y la experienci­a nefasta en otros países del continente.

Decisiones a la ligera podrían derivar en escenarios más catastrófi­cos en un momento en que el país no tiene capacidad ni recursos financiero­s para cubrir los gastos operativos de cárceles más sofisticad­as.

En vez de gastar en prisiones, tiene más sentido apostar por incrementa­r la inversión social con un enfoque de derechos humanos para mejorar las condicione­s de vida de la población, que es la razón de ser de una democracia.

Más cárceles no bajan la criminalid­ad y con el tiempo se vuelven un bumerán para los países

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CRÉDITO: AFP Cárcel en Ecuador.

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