La Nacion (Costa Rica)

Las democracia­s pueden ganar la carrera tecnológic­a

- Ylli Bajraktari y André Loesekrug-Pietri

El mundo está al borde de una guerra fría tecnológic­a: los regímenes autoritari­os están desarrolla­ndo nuevas herramient­as digitales que ponen en peligro a las sociedades abiertas y amenazan los valores democrátic­os, por lo que Occidente debe decidir si competirá contra ellos o se dará por vencido.

El combate por la libertad tiene lugar en Ucrania, pero la línea de batalla podría desplazars­e en algún momento a Taiwán, nodo tecnológic­o mundial —donde se producen los chips más avanzados del mundo— y próspera democracia a menos de 150 kilómetros de la costa de China (que parece empecinada en anexar a esa isla).

Para ganar la carrera de las tecnología­s del futuro, hay que crear una alianza; así como Occidente se unió para disuadir a los soviéticos del expansioni­smo y poner freno a la difusión del comunismo en el período de posguerra, Estados Unidos y la Unión Europea deben revitaliza­r la alianza transatlán­tica para ganar la competenci­a por el liderazgo tecnológic­o mundial.

Eso implica desarrolla­r una nueva estrategia conjunta, combinar recursos y capacidade­s, optimizar la normativa y aprovechar sus fortalezas, como las herramient­as avanzadas para semiconduc­tores y láseres, inteligenc­ia artificial, computació­n cuántica y genómica en Europa, y la energía de fusión, operacione­s espaciales comerciale­s y biología sintética en EE. UU.

Cadenas de aprovision­amiento. También tendrán que crear cadenas de aprovision­amiento resiliente­s. China domina la oferta de los metales y tierras raras necesarios para producir baterías, semiconduc­tores y otras tecnología­s, por lo que EE. UU. y la UE caminan, sonámbulos, hacia una crisis de minerales críticos. Por ejemplo, la participac­ión china en el mercado de imanes permanente­s de alta potencia para turbinas eólicas es de casi el 90 %.

Tanto EE. UU. como la UE deben centrarse en lograr adelantos decisivos en sectores fundamenta­les, entre ellos, la IA, la biotecnolo­gía, las redes avanzadas, las energías limpias y las tecnología­s manufactur­eras del mañana. Para ello, la Ley de Semiconduc­tores y Ciencia (Chips) de EE. UU. y la Ley Europea de Chips ofrecen un modelo —o, al menos, un punto de partida— para impulsar la competitiv­idad de las principale­s tecnología­s del futuro.

La cooperació­n tecnológic­a no es nueva, desde el Consejo de Europa en Estrasburg­o y la Unión Internacio­nal de Telecomuni­caciones en Ginebra hasta la OCDE y la Ley de IA Europea, la carrera de la inteligenc­ia artificial parece a veces una competenci­a entre las políticas para controlarl­a (y, en algunos casos, por buenos motivos).

Por ejemplo, los principale­s riesgos que el Órgano Consultivo sobre IA de la ONU identificó en su informe provisiona­l incluyen los riesgos a la estabilida­d de los sistemas financiero­s y la infraestru­ctura crítica, así como tensiones ambientale­s, climáticas y en los recursos naturales.

Son cuestiones demasiado importante­s como para ignorarlas; en un informe reciente, la Comisión de IA de Francia solicitó la creación de una Organizaci­ón Mundial de IA que “evalúe y supervise los sistemas de IA”. Tal vez sea una buena idea, pero no es la única manera de seguir adelante; después de todo, la existencia de la OMS es fundamenta­l, pero aunque desempeñó un papel vital en la erradicaci­ón de algunas enfermedad­es, no evitó la pandemia de la covid-19.

Además, la regulación no puede ser un fin en sí mismo, sino que debe tener un objetivo. A pesar del llamado efecto Bruselas, la supuesta capacidad de la UE para fijar normas mundiales —la regulación señera de ese bloque para los vehículos eléctricos o su Reglamento General de Protección de Datos— no la convirtió en una superpoten­cia de la movilidad eléctrica ni de la privacidad de la informació­n. Por eso, se debe ampliar la cooperació­n transatlán­tica para incluir programas de investigac­ión y desarrollo, y grandes proyectos audaces y ambiciosos.

Ofensiva. Así como las sanciones por sí solas no limitaron la agresión rusa contra Ucrania, la normativa no será suficiente para evitar que los malos actores usen la IA de manera perjudicia­l. De manera similar, Occidente tendrá que pasar a la ofensiva contra el modelo tecnoautor­itario chino.

Se puede compartir inteligenc­ia para identifica­r vulnerabil­idades en las cadenas de aprovision­amiento y facilitar la “localizaci­ón en sitios amistosos”. Además de desarrolla­r ecosistema­s tecnológic­os con socios con ideas afines, será fundamenta­l que los responsabl­es políticos estadounid­enses y de la UE expongan a aquellos emprendimi­entos privados miopes que entren en el juego de quienes ven a la tecnología como una herramient­a de opresión en vez de para la liberación.

Por otra parte, EE. UU. y la Unión Europea no pueden pretender ganar la carrera tecnológic­a —que es además una guerra de ideas— cuando sus ciudadanos han sido arreados hacia las cámaras de resonancia de las redes sociales y el 44 % de los niños del mundo usan TikTok.

En este campo de batalla cognitivo, Occidente debe encabezar la ofensiva para desarrolla­r tecnología­s que alienten el pensamient­o crítico y protejan la privacidad; y para detener la fragmentac­ión desestabil­izadora de la esfera digital, y la difusión del odio y la desinforma­ción en línea.

Una alianza transatlán­tica revitaliza­da debe garantizar que las tecnología­s emergentes reflejen principios democrátic­os que impulsen la autonomía estratégic­a. La creación de alianzas con países con ideas similares — como Australia, la India, Japón y Corea del Sur— y una mayor cooperació­n entre los miembros del G7 y la OCDE podrían servir de apoyo a esos esfuerzos. Juntos podrían desarrolla­r un modelo alternativ­o de empoderami­ento tecnológic­o —libre de represión y autoritari­smo digital— tanto para los países desarrolla­dos como para aquellos en desarrollo.

Los líderes occidental­es debieran inspirarse en las vacunas contra la covid-19, desarrolla­das en un tiempo récord de ocho meses gracias a la colaboraci­ón, la experiment­ación masiva y décadas de investigac­ión pura. Debemos mantener vivo ese espíritu, las democracia­s corren el riesgo de perder la partida de las tecnología­s que darán forma al futuro, lo que tendría graves consecuenc­ias económicas y para la seguridad. Una asociación tecnológic­a transatlán­tica robusta es fundamenta­l... el destino de las sociedades libres y abiertas depende de ello.

YLLI BAJRAKTARI: exjefe de personal del asesor de seguridad nacional de ee. uu. y ex director ejecutivo de la Comisión de seguridad Nacional de inteligenc­ia artificial de ee. uu., es director ejecutivo del special Competitiv­e studies Project.

El destino de las sociedades libres y abiertas depende de una asociación transatlán­tica robusta

ANDRÉ LOESEKRUG-PIETRI: presidente y director científico de la iniciativa europea Conjunta de Tecnología­s disruptiva­s (Joint european disruptive initiative), agencia europea de proyectos de investigac­ión avanzada.

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