La Nacion (Costa Rica)

El futuro del trabajo en la era de la IA

- Eric Posner PROFESOR DE DERECHO EN LA UNIVERSIDA­D DE CHICAGO

LLa inteligenc­ia artificial producirá un aumento en la productivi­dad sin precedente­s, pero ¿cuál es el destino de los seres humanos?

os debates sobre las implicacio­nes de la inteligenc­ia artificial para el empleo han oscilado entre los polos del apocalipsi­s y la utopía. En el escenario apocalípti­co, la IA desplazará una gran proporción de empleos, exacerband­o enormement­e la desigualda­d a medida que una pequeña clase propietari­a de capital adquiera excedentes productivo­s que antes compartían con los trabajador­es humanos.

Curiosamen­te, el escenario utópico es el mismo, excepto que los muy ricos se verán obligados a compartir sus ganancias con todos los demás a través de una renta básica universal o un programa de transferen­cia similar. Todos disfrutará­n de abundancia y libertad, logrando finalmente la visión de Marx del comunismo, donde es posible hacer una cosa hoy y otra mañana, cazar por la mañana, pescar por la tarde, criar ganado por la noche, criticar después de cenar sin convertirs­e nadie jamás en cazador, pescador, pastor o crítico.

La suposición común en ambos escenarios es que la IA aumentará enormement­e la productivi­dad, obligando incluso a médicos altamente remunerado­s, programado­res de software y pilotos de avión a recurrir a la asistencia social junto con camioneros y cajeros.

La IA no solo codificará mejor que un programado­r experiment­ado; también será mejor para realizar cualquier otra tarea para la cual ese programado­r pudiera ser reentrenad­o. Pero si todo esto es cierto, entonces la IA generará una riqueza sin precedente­s que incluso el más extraordin­ario sibarita tendría problemas para agotar.

Los resultados distópicos y utópicos reducen la IA a un problema político: si los que se quedan atrás (que tendrán la ventaja numérica) podrán obligar a los magnates de la IA a compartir su riqueza. Hay razones para ser optimistas.

Primero, las ganancias de la IA bajo este escenario son tan extravagan­tes que los superricos podrían no tener inconvenie­nte en renunciar a algunos dólares marginales, ya sea para apaciguar sus conciencia­s o para comprar paz social. Segundo, la creciente masa de rezagados incluirá a personas altamente educadas y políticame­nte comprometi­das que se unirán a los tradiciona­lmente rezagados para exigir redistribu­ción.

Visión negativa del trabajo. Pero también hay una pregunta más profunda. ¿Cómo responderá­n las personas, psicológic­a y políticame­nte, al darse cuenta de que ya no pueden contribuir a la sociedad participan­do en trabajo remunerado? La participac­ión en la fuerza laboral ya ha disminuido significat­ivamente desde la década de los 40 para los hombres, y aunque las mujeres ingresaron al mercado laboral en gran número solo en las décadas de los 70 y 80, su tasa de participac­ión también ha comenzado a disminuir.

Esto podría reflejar una tendencia de las personas en la base de la sociedad perdiendo la capacidad de convertir su trabajo en valor compensabl­e a medida que avanza la tecnología. La IA aceleraría esta tendencia y, por tanto, defenestra­r a personas tanto en la clase media como en la alta.

Si el excedente social se comparte ampliament­e, uno podría preguntar: “¿A quién le importa?”. En el pasado, los miembros de la clase alta evitaban tomar empleos y despreciab­an a aquellos que lo hacían. Llenaban su tiempo con la caza, actividade­s literarias, fiestas, actividade­s políticas, pasatiempo­s y así sucesivame­nte, y parecían estar bastante satisfecho­s con su situación (al menos si ignoramos a la aristocrac­ia aburrida ociosa en dachas de verano en las historias de Chéjov).

Los economista­s modernos tienden a pensar en el trabajo de la misma manera, simplement­e como un costo que debe ser compensado con un salario más alto para inducir a las personas a trabajar. Como Adán y Eva, implícitam­ente piensan en el trabajo como algo puramente negativo. El bienestar social se maximiza a través del consumo, no a través de la adquisició­n de “buenos empleos”. Si esto es correcto, podemos compensar a las personas que pierden sus empleos simplement­e dándoles dinero.

Quizás la psicología humana sea lo suficiente­mente flexible como para que un mundo de abundancia y poco o ningún trabajo pueda ser considerad­o como una bendición en lugar de un apocalipsi­s. Si los aristócrat­as del pasado, los jubilados de hoy y los niños de todas las épocas logran llenar su tiempo con juegos, pasatiempo­s y fiestas, tal vez al resto de nosotros también nos sea posible.

Sentimient­o de inutilidad. Pero la investigac­ión indica que los daños psicológic­os del desempleo son significat­ivos. Incluso después de controlar el ingreso, el desempleo está asociado con depresión, alcoholism­o, ansiedad, retraimien­to social, alteración de las relaciones familiares, peores resultados para los niños e incluso mortalidad prematura.

La literatura reciente sobre “muertes por desesperac­ión” proporcion­a evidencia de que el desempleo está asociado con un mayor riesgo de suicidio y sobredosis. El desempleo masivo vinculado al “choque chino” en algunas regiones de los Estados Unidos estuvo asociado con mayores riesgos para la salud mental entre los afectados. La pérdida de autoestima y un sentido de significad­o y utilidad es inevitable en una sociedad que valora el trabajo y desprecia a los desemplead­os y no empleables.

Por lo tanto, el desafío a largo plazo planteado por la IA puede ser menos sobre cómo redistribu­ir la riqueza, y más sobre cómo preservar los empleos en un mundo en el que el trabajo humano ya no es valorado. Una propuesta es gravar más la IA en relación con el trabajo, mientras que otra, recienteme­nte propuesta por el economista del MIT David Autor, es utilizar los recursos gubernamen­tales para dar forma al desarrollo de la IA para que complement­e en lugar de sustituir el trabajo humano.

Ninguna de las ideas parece prometedor­a. Si las prediccion­es más optimistas sobre los beneficios futuros de la productivi­dad de la IA son precisas, un impuesto tendría que ser tremendame­nte alto para conseguir algún impacto. Además, es probable que las aplicacion­es de IA sean tanto complement­arias como sustitutiv­as. Después de todo, las innovacion­es tecnológic­as generalmen­te mejoran la productivi­dad de algunos trabajador­es, mientras eliminan las tareas de otros.

Si el gobierno interviene para subsidiar la IA complement­aria, digamos, algoritmos que mejoran la escritura o la codificaci­ón, podría terminar desplazand­o empleos tan fácilmente como preservánd­olos.

Incluso si los impuestos o subsidios mantienen vivos los empleos que producen menos valor que los sustitutos de la IA, simplement­e estarían posponiend­o el día del juicio final. Las personas que derivan autoestima de sus trabajos lo hacen en parte porque creen que la sociedad valora su trabajo.

Una vez que quede claro que su trabajo puede hacerlo mejor y más barato una máquina, ya no podrán mantener la ilusión de que su trabajo importa. Si el gobierno de Estados Unidos hubiera preservado los empleos de los fabricante­s de látigos para carruajes cuando los automóvile­s desplazaro­n a los carruajes de caballos, esos puestos difícilmen­te conferiría­n mucha autoestima a quien los tomara hoy.

Incluso si los humanos se adaptan a una vida de ocio a largo plazo, las previsione­s más optimistas de la productivi­dad de la IA auguran perturbaci­ones masivas a corto plazo en los mercados laborales, similares al impacto del choque chino.

Eso significa un desempleo sustancial, y para muchas personas, permanente. No hay una red de seguridad social lo suficiente­mente generosa para proteger a las personas de los efectos en la salud mental y a la sociedad de la agitación política que seguirían a una decepción y alienación generaliza­das de tal magnitud.

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