La Nacion (Costa Rica)

La destrucció­n nada creadora de nuestra economía

El Banco Central parece interpreta­r la ley de manera discrecion­al y solo para el plazo instantáne­o, sin ver sus acciones pasadas

- Dennis Meléndez Howell ECONOMISTA dmelendeh@gmail.com

En un reciente foro, realizado en el Club Unión, el Banco Central (BCCR) dejó clara su posición de no variar su política con respecto al manejo cambiario. Según su enfoque, su ley solo le permite comprar divisas en el mercado para disminuir la volatilida­d excesiva del tipo de cambio, excluyendo la compra de divisas para otros objetivos, como subir el tipo de cambio para prevenir la destrucció­n de la estructura productiva.

El tipo de cambio, según esta visión, debe dejarse a las fuerzas del mercado, no importa cuáles sean las consecuenc­ias.

La culpabilid­ad primordial del desbarajus­te cambiario es del Ministerio de Hacienda, al contratar un exagerado monto de préstamos externos, sin tomar en cuenta el impacto de todas esas divisas sobre el desequilib­rio cambiario.

Esto ocurrió de dos maneras: los préstamos contratado­s con organismos y agencias externas para financiar gasto corriente más la colocación de eurobonos, a muy altas tasas. Además, por la captación inmoderada, como dice Fernando Naranjo, de préstamos externos en colones, al vender bonos de Hacienda a bancos internacio­nales y otros inversioni­stas a tasas mayores al 9,5 % en el mercado local, concomitan­te con el alza exagerada de la tasa de política monetaria (TPM).

Entraron entre $2.000 millones y $4.000 millones, se cambiaron en el mercado local por colones y se compraron en títulos. ¡Menuda inyección de divisas al mercado!

Interpreta­ción discrecion­al. El Banco Central parece interpreta­r la ley de manera discrecion­al y solo para el plazo instantáne­o, sin ver sus acciones pasadas. La baja de más de un 25 % en el tipo de cambio no le parece una volatilida­d exagerada.

Parece interesars­e solo en los minidesequ­ilibrios diarios, perdiendo de vista el bosque intertempo­ral. ¿Una compra de divisas en esas condicione­s es para corregir el anormal comportami­ento del mercado o para reconstitu­ir reservas? ¿Ha calculado cuánto es el nivel óptimo de reservas o es solo una meta sacada al azar para ponerla en el programa con el FMI?

Ciertament­e, el Banco ha bajado la TPM en los últimos meses, pero eso no corrige el desbalance producto de la gran cantidad de divisas ingresadas cuando las tasas eran altas. Por el contrario, los inversioni­stas siguen esperando más reduccione­s en las tasas de interés y, ojalá, una mayor revaluació­n, para vender sus títulos en el mercado secundario, realizar jugosas ganancias de capital y obtener, además, una atractiva utilidad cambiaria, con un tipo de cambio mucho más bajo. Sin duda, esos bancos han hecho un brillante negocio en favor de sus clientes.

El BCCR malinterpr­eta el concepto de mercado. Desdichada­mente, los legislador­es dejaron de lado la aclaración del concepto. Debería entenderse uno de competenci­a perfecta o lo más aproximado posible.

El Monex es una caricatura de mercado. El 80 % de las transaccio­nes son realizadas por un actor dominante y persisten otras restriccio­nes limitantes a la libre competenci­a. No hay un verdadero mercado competitiv­o y el precio es el fijado, arbitraria­mente, por ese actor dominante.

Si el Banco, supuestame­nte, solo está autorizado a intervenir para restaurar el equilibrio y reconstitu­ir reservas, ¿cómo sabe cuál es el tipo de cambio de equilibrio si no cuenta con un mercado competitiv­o? Y si lo supiera, ¿considera un equilibrio a corto o largo plazo?

En cualquier caso, debería centrarse en el de largo plazo, consideran­do, dentro de los fundamenta­les, el endeudamie­nto, no solo del propio Banco, sino también del gobierno. Alegrement­e, habla constantem­ente de un tipo de cambio de equilibrio determinad­o en un mercado altamente monopolíst­ico. Manejo de la política cambiaria. Por otra parte, como lo reconoce Jorge Guardia, miembro de la Junta Directiva, en un reciente artículo en La Nación, al Banco “no lo entusiasma desplomar abruptamen­te la tasa de política monetaria a niveles muy inferiores a los prevalecie­ntes en el mercado internacio­nal para inducir fugas de capital y causar alzas artificial­es en el tipo de cambio”.

Efectivame­nte, los inversioni­stas mencionado­s están a la espera de bajas adicionale­s en las tasas de interés para realizar sus ganancias. Eso subiría el tipo de cambio, como teme don Jorge, excepto si el Banco usa sus reservas para neutraliza­r la devaluació­n, aunque dice, eso está prohibido por su ley.

Reconoce así el propósito del Banco de mantener el tipo de cambio bajo mediante el manejo discrecion­al de la TPM. O sea, sí maneja una política cambiaria.

Cuando el tipo de cambio se acercó a ¢700, el Banco se preocupó y hasta sugirió a los inversioni­stas institucio­nales descontinu­ar sus inversione­s en el exterior. No parece haber tenido la misma preocupaci­ón cuando, abruptamen­te, llevó la TPM al 9 % e indujo, junto con Hacienda, el ingreso masivo de capital golondrina y la baja artificial en el tipo de cambio.

El objetivo de realizar una acción correctiva de política en estos momentos, bajando la TPM, estaría bien justificad­a como una forma de rectificar el overshooti­ng anterior, sin importar cuál sea la tasa de otros bancos centrales. Si, según teme don Jorge, esos bancos devolviera­n sus tasas, los capitales no regresarán, mientras Hacienda no ofrezca la misma ganga anterior.

Acciones insensatas. Las recientes manifestac­iones del Banco Central ratifican la posición expresada por el vicepresid­ente Stephan Brunner, apoyadas luego por el presidente, en el sentido de resultarle­s irrelevant­es las consecuenc­ias de destrucció­n de la economía, originadas por acciones poco sensatas de Hacienda, con su masivo endeudamie­nto externo y la negativa del Central a aplicar políticas a su alcance para corregir la tendencia, a todas luces artificial.

Se está a las puertas de una destrucció­n consciente, nada creadora, de la estructura productiva construida con tanto esfuerzo durante más de 50 años, al ocasionar, intenciona­lmente, la salida de inversione­s externas, el cierre progresivo de empresas por pérdida artificial de competitiv­idad y la imposibili­dad de reajustar costos hacia abajo.

Eso causará más destrucció­n de empleos, caída en los ingresos familiares, disminució­n de la demanda interna, acumulació­n indeseada de inventario­s y desplome en la producción nacional. ¿Harán caso las empresas en las zonas francas de cambiar de línea de producción para adaptarse a las nuevas relaciones de producción, con costos salariales desproporc­ionados?

¿Tan pronto olvidamos la crisis de los ochenta? Los actuales gobernante­s deberían estar consciente­s de no provocar una crisis similar, con ingratas consecuenc­ias para la población. Aún hay tiempo para rectificar.■

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