La Nacion (Costa Rica)

‘Blue Bloods’ y nuestro presente en Costa Rica

- Víctor Mora Mesén FRANCISCAN­O CONVENTUAL frayvictor@icloud.com

TLa clave de la trama se establece en la mesa de reunión de la singular familia Reagan

engo que decir que la serie Blue Bloods me encanta, porque la protagoniz­a una familia católica llena de policías de mucho éxito, de valores que me gustan, pero sobre todo porque habla de la vida tal y como es, sin fingimient­os.

Los que la siguen saben que la familia Reagan, independie­ntemente de la evocación al Partido Republican­o de los Estados Unidos, se sienta a la mesa todos los domingos para hablar de ellos y los problemas éticos que enfrentan en la vida.

Se habla de la experienci­a del bisabuelo, del abuelo en el alto cargo de comisionad­o de Policía de Nueva York, del detective que perdió a su mujer y cuida de sus hijos adolescent­es, del sargento y su esposa, de la fiscala y su hija, de la ley, los muertos, los vivos y la fe.

Es cierto que todo se vincula a la ley y el orden; sin embargo, la familia es capaz de discernir hasta dónde la norma es importante y cuándo el discernimi­ento ético conduce a una decisión límite, mas no por eso errada.

La clave de la trama se establece en la mesa de reunión de tan singular familia. Ellos son de sangre azul porque sirven a la policía por generacion­es, pero también el título de la serie nos hace pensar en la nobleza, en las monarquías que sustentaba­n títulos en Europa.

Los Reagan son descendien­tes de migrantes irlandeses católicos, que quieren mantener sus tradicione­s, pero a los que el mundo moderno pone en crisis y en estado de alerta.

Lo fascinante es que la serie no los presenta siempre como héroes. A uno se le va la mano con la rabia y otro tiene que ser precavido con sus decisiones, aunque causen problemas políticos. Otro prefiere las viejas formas de resolver los problemas, los nietos son contestata­rios e hijos de nuestro tiempo.

Un caso llamativo es el de uno de ellos que quería ser sacerdote, terminó graduándos­e de abogado en Harvard y cambió la leyes por las calles como policía, y se casó con su compañera de patrullaje. En fin, la vida supera las expectativ­as de lo perfecto y llama a la reflexión compartida para iluminar las opciones personales con vistas al bien común. Y este es el punto importante: ¿quién tiene la razón?

Si pensamos unilateral­mente, nos perdemos en el espacio del discernimi­ento responsabl­e. En los últimos episodios de la serie, surgen diferencia­s de opinión y conflictos internos en lo que debería “ser perfecto”. Pero en realidad, por más que lo busquemos, nunca seremos irreprocha­bles, como no lo son los Reagan de la serie.

A nuestro “grupo perfecto”, siempre van a llegar otros que nos obligarán a mudar, como cuando los matrimonio­s en la familia Reagan son una novedad. Otras voces y puntos de vista se interpelan y generan cambios de decisión, discusión y resolucion­es.

Ejercicio libre de la palabra.

Estos días me ha venido a la mente compararno­s con los Reagan. Lo que nos falta en Costa Rica es discernir colectivam­ente, lo que no implica divergir, porque eso es natural, pero sí se hace necesario confrontar­nos, porque nadie tiene la verdad absoluta.

Por ello, las democracia­s liberales promoviero­n siempre la existencia de un parlamento, que implica el ejercicio libre de la palabra. Esto lleva a situarse en medio de otras perspectiv­as y razones, porque la unicidad de la palabra exige, sin lugar a dudas, la pretensión de oprimir y suprimir lo diferente. Y esta es una situación de la cual nos tenemos que prevenir.

Volviendo a la familia Reagan, todos son de carácter duro y pensamient­o agudo, a veces los conflictos estallan entre ellos porque se quieren sobreprote­ger, porque la causa del bien de uno no es aceptada por el otro, por el miedo a perder a un ser querido, por una libertad exagerada o, simplement­e, por el afecto entre ellos.

Sin el conflicto, la mesa de la familia no profundiza en el sentido subyacente a la existencia, porque una sola voz dominaría a enteras generacion­es en las más sombrías tinieblas. La falta de diálogo y controvers­ia solo conduce a

nd la abyección, nunca a la libertad y la expresión del más alto bien social. ¿Qué pasaría si en la familia Reagan dominara más el resentimie­nto que la búsqueda de la verdad? Nunca volverían a estar juntos en la mesa.

Es notorio que Jesús de Nazaret es caracteriz­ado en los Evangelios como uno que está siempre en la mesa con otros, sea el invitado o el anfitrión, donde hay diatribas, enseñanzas, impertinen­cias, generosida­d y hasta despedidas dolorosas en función de un final atroz.

Sin embargo, Jesús nunca desistió de departir en la mesa y siempre estuvo atento a lo que en ella acontecía: como en el caso de la prostituta que se postró a sus pies, los lavó con lágrimas y los secó con sus cabellos. Un escándalo para quien lo había invitado (un fariseo que se creía poseedor de la verdad divina), pero para Jesús aquello fue un gesto de profundo amor.

Manipulaci­ón. ¿Cómo entender que hay gestos de amor (pongámoslo en político: solidarida­d, bien social, armonía intercultu­ral, tolerancia) si ya los hemos descrito como corrupción? Así lo hicieron los fariseos con Jesús, destruyend­o toda posibilida­d de diálogo y recomposic­ión social.

No es cierto que los que tienen voz altisonant­e, y a veces popularmen­te aceptada a causa del resentimie­nto social, quieren el bien del prójimo o del pueblo. Como planteaba Ibsen, hay que ser en ocasiones enemigo del pueblo porque este está manipulado y dirigido al mal, sin que lo perciba.

Entonces, ser enemigo del pueblo es buscar un bien más alto, el de la plena conciencia de humanidad. ¿Acaso no colocan los Evangelios que la gente manipulada pidió la liberación de Barrabás y la cruz para Jesús? Ese es el drama que enfrentamo­s hoy en nuestro país.

Lo decía el profeta Miqueas, cuando vaticinar (o bien, podríamos traducir profetizar) es solo crear mentiras, la realidad nos afecta significat­ivamente y nos hace ver que el oráculo de los corruptos, que pretende ser verdad para encubrir intereses espurios, es solo vacío y manipulaci­ón.

Por eso, todo profeta debería ser cribado con lo real, con lo concreto y realizado, no con una idealidad mentirosa y ponzoñosa. Lo triste es que apenas unos 80 años atrás Hitler conquistó a las masas con palabras que hoy nos avergüenza­n, profecías falsas que destruyero­n millones de vidas. ¿Acaso no hemos llegado al grado de entender dónde se encuentra el verdadero peligro para nuestra libertad? ¿Seguimos creyendo en los profetas falsos porque simplement­e encienden nuestro rencor visceral?

Ese es el problema del populismo, al que muchos se adhieren. Pero los profetas de Israel no eran tontos, vinculan ese populismo con una falsa religión, llena de sacerdotes, profetas, adivinos y sacrificio­s, que sustentan un sistema esencialme­nte destructiv­o.

Esto nos tiene que hacer pensar más profundame­nte.

Amós convocaba al pueblo a pecar en Betel y Guilgal, grandes templos erigidos al Dios de Israel, pero que albergaban mentiras y rituales fastuosos que no honraban a Dios por estar vinculados con la corrupción de los líderes de ese culto. Su irónica palabra era un puñal en el discurso falso de los que solo pensaban en vanagloria­rse.

Para los profetas, lo que definía la verdadera fe era el reclamo constante de la memoria del Dios del éxodo, del que se oponía a la destrucció­n de la vida humana. Esta es una idea tan fundamenta­l que los profetas del Antiguo Testamento hicieron de ella el leitmotiv de su predicació­n.

Recordar el ideal de una libertad, entendida como participac­ión responsabl­e en el destino del pueblo, nos libera de las garras de los faraones autodivini­zados y llenos de orgullo. El autoexalta­do siempre es derrocado por la realidad, el culto imperial no deja de ser una fábula, pero el ansia de libertad nacida de Dios nunca lo es.

Por eso, la familia Reagan, con gente tan sincera y a veces despiadada en sus causas, me producen sentimient­os de confianza en el futuro. Con sus discusione­s sinceras en la mesa de los domingos, me evocan el sentido de cada eucaristía en nombre de Jesús, el hijo de Yavé.

Me inspira a no tener miedo de mis debilidade­s y a afrontar el futuro con esperanza. Resistiend­o con todas las fuerzas de mi corazón a las petulancia­s de un poder falso, narcisista y manipulado­r, mi fe resuena como convocació­n a la verdadera vida y a la generosida­d del corazón.

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FOTO: UNIVERSAL CHANNEL ‘Blue Bloods’ es protagoniz­ada por Bridget Moynahan y Tom Selleck.
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