NOTA DE TANO
A LA SALIDA DEL ESTADIO, LO QUE SEGUÍA ERA “CAPEAR” AVIONETAS
Hace 70 años a los autobuses se les decía camiones.
Pues bien, el camión de la ruta Sabana-Cementerio tenía una parada obligada en la puerta de mi casa, todavía erguida y de pie, 50 metros al norte y 25 al oeste de la Iglesia de La Dolorosa. Su placa, aún pegada dice 24-O.
A pesar de esa comodidad, para ir al Estadio Nacional a ver fútbol del bueno, como el que se jugaba en esos años, había que caminar hasta la Panadería Musmanni, 100 metros al norte de la Iglesia de La Merced, y frente a la cantina La Barcelona de Emilio Del Vecchio. Don Emilio y don Domingo Musmanni, propietario de la panadería, fueron compatriotas y grandes amigos de mi papá Leonardo, mi viejo compañero de ruta.
Fanático del fútbol, seguidor del Orión y amante del maravilloso espectáculo que ofrecían en ese tiempo los “carajillos” del Saprissa, durante unos cinco años, mi padre me llevó religiosamente al Estadio Nacional a ver fútbol nacional e internacional de primer nivel.
Estuvimos presentes, yo un “mocoso” de siete u ocho años, en el juego Alajuelense-Génova, cuando Carlos Alvarado le paró el tiro de penal a Busico y don Otilio Ulate, Presidente de la República, bajó del palco para obsequiarle al “Aguilucho” su reloj personal.
Decenas de veces caminé, aferrado al brazo de papá, desde nuestra casa hasta la panadería, de donde partían los camiones hacia el Estadio Nacional.
Lo hacíamos en zig-zag para acortar distancias y pasábamos por la Soda Castro, todavía ahí, la funeraria La Ultima Joya, cerca del teatro Moderno, donde don Carlos Arias tenía “estacionados” a sus percherones, los “caballotes negros”, que daban realce a los entierros.
Seguíamos por el Center City, la Prensa Libre, el Registro, la Librería Leitón, la sastrería de Paco Navarrete y la Merced.
A la salida del Estadio, extasiados con el fútbol de Catato, Marvin, Alvarito Murillo, los goles de Herrera, Cuty y Rubén y las paradas suicidas del Flaco Pérez, los espectadores atravesábamos en diagonal la pista del aeropuerto, “capeando” avionetas, para subir al camión de Sabana y Cementerio, a un costado del monumento a don León Cortés y regreso a casa.
Tiempos maravillosos, rutas que repetimos luego muchas veces, ahora con los compañeros del barrio y del colegio, recordando siempre a mi papá, que murió en 1962 cuando yo tenía 19 años, hombre que me marcó la pasión por un fútbol de calidad, de alto nivel, hoy en peligro de extinción.