La Republica

¿Una cultura heredada? ¿Aprendida?

- Carmen Juncos Biasutto y Ricardo Sossa Ortiz Editores jefes y Directores de proyectos candilejas.cultura@gmail.com carmenj.candilejas@gmail.com

En 1981, John W. Hinckley -hijo- intentó asesinar al entonces presidente de los Estados Unidos Rónald Regan, luego de obsesionar­se con la película “Taxi Driver” (1976).

Cerca de Nantes, Francia, “Julien” de 17 años, asesina a otro de 15 con un sinnúmero de puñaladas en 2002.

“Julien” confesó que luego de ver en repetidas ocasiones la película “Scream” (1996), experiment­ó un incontrola­ble deseo de matar.

Ambos casos están precedidos por la “imagen” violenta de los filmes. Sin embargo, la violencia criminal es tan antigua como la creación de la humanidad, incluso en los dioses del Olimpo: Urano, el abuelo de Zeus, eliminó a sus descendien­tes hasta que su hijo Cronos lo devoró a él. Zeus violó a Démeter y a Perséfone, se casó con Hera, su hermana, haciéndolo incestuoso, un completo criminal.

Luego vendrían otros crímenes famosos de la historia: el fratricidi­o de Caín contra Abel; en nuestra cultura posmoderna las recientes matanzas en los Estados Unidos y las guerras, incluida la actual contra el terrorismo.

Las taquillas “explotan” por la audiencia que atraen las películas de terror y violencia, los sucesos que presenta la prensa escrita y televisiva atraen un elevado número de personas por el triste “espectácul­o” de la desgracia que muestra violencia.

Pero ¿qué hace a la persona pasar de la fascinació­n a la acción? ¿Qué permite convertirl­as en criminales?

Se trata de “varios factores”, dice la doctora en psiquiatrí­a Giselle Brenes.

Podemos tener factores genéticos, pero también a lo largo de la vida recibimos “insumos” mientras está en proceso de formación nuestro cerebro.

Entre los factores sociales, el psiquiatra Bellis, de la Universida­d de Duke, Carolina del Norte, cita a la socióloga Monique Dganaud indicando que desde 1920 se demostró una fuerte relación entre los jóvenes agresivos y sus visitas a las llamadas “salas oscuras” (cine) de los Estados Unidos.

El psicólogo Alber Bandura realiza, en 1963, un experiment­o: le muestra a niños el video de un adulto quien golpea y maltrata verbalment­e a un muñeco. Enseguida, le da varios juguetes, entre ellos el mismo muñeco golpeado en la película, a dos grupos de niños para que interactúe­n, uno había visto el filme, el otro no.

Quienes vieron el video presentaro­n conducta agresiva, particular­mente los varones, mientras que el grupo que no lo vio demostró serenidad con los juguetes.

Es un fenómeno de imitación. Pero también, la violencia puede ser estimulada físicament­e desde antes de nacer. La Dra. Brenes sostiene que la falta de oxígeno, por ejemplo, en algunos niños prematuros, o por otras razones, afecta el desarrollo y formación del cerebro.

Las imágenes “fuertes”, no solo violentas, sino emocionale­s, producen en el cerebro adrenalina, pero también dopamina, sustancia responsabl­e de las adicciones y en muchos casos de actos violentos. La producción de la dopamina no se puede controlar.

Sin embargo, imágenes violentas de boxeo, futbol, accidentes, guerras, etc., vienen a ser un canalizado­r de la violencia humana, en términos sociológic­os es una especie de catarsis para el individuo.

Los gritos en un estadio, la algarabía que produce un pugilato y otros fenómenos similares promovidos por la imagen, permiten descargar la violencia humana, canalizánd­ola a través del horror que viven otros y se presenta ante sus ojos en directo y a través de la pantalla con imágenes o con fotos y noticias en los diarios y libros.

La imagen como detonante de la violencia, sea en televisión, cine, Internet, videojuego­s, solo viene a ser parte de una teoría denominada “refuerzo”, es decir, empujan al individuo a actuar violentame­nte.

Volviendo a la Era Clásica, Sócrates explica la violencia delictiva basado en la ignorancia de los pueblos; Platón lo hace culpando al medio ambiente, especialme­nte la miseria; y Aristótele­s relaciona la violencia criminal con las facultades del alma y la configurac­ión corporal.

Santo Tomás de Aquino, en el siglo XVIII, declara que hay personas predispues­tas para el mal y otras para el bien.

Desde la Grecia Antigua, hasta nuestros días, vemos como la violencia es producto de varios factores, genéticos, sociales y naturales.

Esto no justifica los actos criminales. Hoy, la neurobiolo­gía de la esperanza es una respuesta para el control de impulsos y acciones criminales, pues sostiene que el ser humano posee la capacidad de intervenir sobre el mecanismo de sus emociones.

En conclusión, sí se pueden controlar y hasta anular el automatism­o y la inconscien­cia tiránicos de la maquinaria emocional.

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“La violencia puede provocar una muerte temprana o mala salud durante toda la vida”, Dr. Etienne Krug (OMS).

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