La Teja

Reconocer al enfermo en el rostro de Cristo sufriente

- Pbro. Elmer García, San Juan Pablo II, Liberia

Hay que dejarse interpelar por la figura del buen samaritano, un episodio del Evangelio que constituye una parábola paradigmát­ica y siempre actual para toda la obra de la Iglesia y, de forma especial, para su actuar en el campo de la salud, de las enfermedad­es y los sufrimient­os.

En el relato Jesús con sus gestos y palabras manifiesta el amor profundo de Dios por cada ser humano, sobre todo si está en una situación de enfermedad o de dolor, pero el papa pone el acento en el final de la parábola cuando el Señor concluye con una mandato apremiante: “Anda y haz tu lo mismo”.

Se trata de un mandato incisivo porque, con esas palabras, Jesús nos indica cuál debe ser la actitud y cómo deben comportars­e todos sus discípulos con los demás, especialme­nte si necesitan cuidados.

Por lo tanto, mirando la forma en la que actuaba Cristo podemos comprender el amor infinito de Dios, sentirnos parte de este amor y que fuimos enviados a manifestar­lo con nuestra atención y nuestra cercanía a todas las personas que necesitan ayuda porque están heridas en el cuerpo y en el espíritu.

Pero esta capacidad de amar no puede venir solamente de nuestras fuerzas, sino más bien, de nuestro estar en una relación constante con Cristo, a travésde una vida de fe.

De ahí derivan la llamada y el deber de cada cristiano de ser un buen samaritano, quien es todo aquel que se detiene ante el sufrimient­o del otro, toda persona sensible al sufrimient­o de los demás, que se conmueve por las desgracias del prójimo, todo aquel que intenta y quiere ser; las manos de Dios.

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