Reconocer al enfermo en el rostro de Cristo sufriente
Hay que dejarse interpelar por la figura del buen samaritano, un episodio del Evangelio que constituye una parábola paradigmática y siempre actual para toda la obra de la Iglesia y, de forma especial, para su actuar en el campo de la salud, de las enfermedades y los sufrimientos.
En el relato Jesús con sus gestos y palabras manifiesta el amor profundo de Dios por cada ser humano, sobre todo si está en una situación de enfermedad o de dolor, pero el papa pone el acento en el final de la parábola cuando el Señor concluye con una mandato apremiante: “Anda y haz tu lo mismo”.
Se trata de un mandato incisivo porque, con esas palabras, Jesús nos indica cuál debe ser la actitud y cómo deben comportarse todos sus discípulos con los demás, especialmente si necesitan cuidados.
Por lo tanto, mirando la forma en la que actuaba Cristo podemos comprender el amor infinito de Dios, sentirnos parte de este amor y que fuimos enviados a manifestarlo con nuestra atención y nuestra cercanía a todas las personas que necesitan ayuda porque están heridas en el cuerpo y en el espíritu.
Pero esta capacidad de amar no puede venir solamente de nuestras fuerzas, sino más bien, de nuestro estar en una relación constante con Cristo, a travésde una vida de fe.
De ahí derivan la llamada y el deber de cada cristiano de ser un buen samaritano, quien es todo aquel que se detiene ante el sufrimiento del otro, toda persona sensible al sufrimiento de los demás, que se conmueve por las desgracias del prójimo, todo aquel que intenta y quiere ser; las manos de Dios.