La Teja

Amar a Dios no es cuestión de bolsillo

- Pbro. Franco Noventa mccj, misionero comboniano

La palabra de Dios hoy es espléndida y tremendame­nte difícil. Una viuda en Sarepta dona su último pan. Una viuda en Jerusalén dona su último dinero. Dos mujeres pobres, sin nombre, entregan su vida. Su gesto parece insensato: con su última ofrenda anulan su futuro, queman el mañana en un acto de donación. En nuestro mundo todos buscan la riqueza y les gusta ostentarla. No importa si dentro la casa del alma, donde tendría que estar la verdadera belleza del hombre, hay vacío, corrupción o injusticia. Jesús dice a los discípulos que no tienen que parecerse a los escribas y fariseos, pues ellos tienen tres graves defectos. El primero es la vanidad: “Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencia­s en la plaza”. El segundo es la codicia: “de- voran los bienes de las viudas”, aprovechan­do que nadie las defiende. El tercero es la hipocresía: “ostentan largos rezos” a la vista de todos. Se ilusionan de amar a Dios y al prójimo, pero en realidad no buscan que su miserable yo, su vanagloria y su mezquino provecho cambie.

Jesús está en el templo, cerca del lugar donde había trece grandes canastas para recibir las donaciones de los fieles. Los sacerdotes gritaban el nombre del oferente y el monto, tocando también la trompeta para anunciar las donaciones más importante­s. El gesto era público y por vanidad. Los ricos atraen la admiración de los presentes.

Hay también una pobre mujer, viuda ha donado en ofrenda solamente dos moneditas. Conmovido, Jesús la nota y llama la atención de los discípulos. Jesús tiene razón: no es cuestión de bolsillo, sino de corazón. Amar a Dios “con todo el corazón” significa darlo todo, sin esperar nada en cambio, sin ilusionarn­os de saldar cuentas con Dios.

Debemos poner como enseñanza a esta pobre viuda que Jesús nos deja como maestra del Evangelio vivo.

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