La Teja

UN REGALAZO SOBRE RIELES

- Bryan Castillo bryan.castillo@lateja.cr

La idea de que el tren podría volver a conectar San José con Puntarenas alimenta las ilusiones de quienes hicieron el viaje alguna vez.

El tren hacia el Pacífico funcionó entre 1910 y 1995 y generaba muchas emociones lindas y hubo niños de aquellas épocas que pedían el viaje como regalo de Navidad.

Estos paseos podrían volver. El Instituto Costarrice­nse de Ferrocarri­les (Incofer) quiere reactivar la línea que va desde Ciruelas, en Alajuela, hasta Caldera (actualment­e hay línea activa entre San José y Ciruelas).

A través de una licitación, el Incofer contratará a una empresa para hacer un estudio para saber qué se requiere para poner a funcionar la vía. Los resultados del estudio estarán listos en siete meses.

Al principio la línea se usaría solo para transporta­r carga, luego se decidirá si se usa para llevar a personas. Entraría en funcionami­ento en el 2023.

Qué lindo. A doña Ana Aguilar, de 72 años, que el Incofer tenga contemplad­o hacer nuevamente estos viajes le llena el corazón de felicidad porque ella vivió muy buenos momentos en el tren.

Recordó que, por ejemplo, en diciembre de 1974, sus hijos Andrés, de 7 años, y Adriana, de 5 años, le pidieron como regalo navideño una excursión en tren al Puerto.

“Me acuerdo, como si fuera ayer, que como diez años seguidos los chiquillos pedían en diciembre ir a Puntarenas en tren. A mis hijos, cuando los llevaba a San

José les daba un paseo por la estación, les gustaba mucho el sonido que hacía el tren cuando arrancaba. Entonces ese diciembre decidí llevármelo­s para que tuvieran esa experienci­a”, contó doña Ana.

Esta vecina de Escazú dice que en aquel diciembre del 74 debieron madrugar para comprar los tiquetes. No recuerda el precio, pero dice que entre tanta pobreza, había que ahorrar al menos seis meses para darse el lujito y más ella que era madre soltera y se dedicaba a limpiar casas.

“Los tiquetes se compraban el mismo día. La noche antes les dije a mis hijos que íbamos a Puntarenas y se pusieron como locos, no durmieron por la emoción. Salimos de la casa a las cinco de la mañana, yo estaba asustada porque no sabía si iba a agarrar campo porque mucha gente también tenía planeado ir, pero al final sí pudimos irnos”.

Salieron a las 8 de la mañana de la estación de San José. El viaje tardaba cerca de cuatro horas, pero dice doña Ana que el tiempo se iba volando.

“La gente que no ha ido a Puntarenas en tren no sabe lo rico que era disfrutar ese viaje. Era muy lindo, muchas familias la pasábamos bien, nos reíamos, tomábamos café y conversába­mos, ahora casi nadie hace eso en un bus”, detalló.

Doña Ana dice que lo único malo era cuando tocaba ir al servicio porque era de hueco y se veían los rieles mientras el ferrocarri­l avanzaba.

“Viera qué cosa más terrible porque el viento se metía y, claro, uno sentía todo y peor aún si uno estaba sentado y pasaba por una curva porque se desacomoda­ba todo (risas) pero fuera de eso, todo era bastante cómodo”.

Huevo duro y gallina. Otra que viajó muchos años en el tren es doña Mayra Solís, quien tiene ahora 59 años.

Cuenta que a finales de la década de los sesenta, cuando ella y sus tres hermanas eran niñas, esperaban con ansias que llegara diciembre para ir al Puerto.

Todo el año se la pasaban ahorrando para comprar lo que se vendía en el tren, en las cuatro paradas (Belén,

Ciruelas, Atenas y Orotina) siempre se subían señoras a vender comida.

“En cada parada se hacía un tumulto de vendedores. Vendían revistas cómicas y de fábulas, se subían señoras con delantales blancos y bien presentada­s con una gran palangana de aluminio y vendían gallos de papa, huevo duro, gallina achotada, refrescos de frutas y bolsas de papas tostadas”.

Para ella, una de las partes más emocionant­es era pasar por lugares como Atenas u Orotina.

“Cuando pasábamos por ahí la gente nos saludaba y veíamos muchas vacas, a veces uno se podía topar con otro tren y los pasajeros nos saludábamo­s”, explicó.

Otro momento que esperaban era pasar por el túnel de Cambalache, en Esparza.

“Subirse al tren era una aventura, su sonido todavía lo tengo grabado y los momentos en los que pasábamos por el túnel porque quedábamos a oscuras y pegábamos gritos de emoción. Luego, cuando salíamos del túnel, todos nos reíamos sin parar”.

Tanto doña Ana como doña Mayra esperan repetir esas experienci­as.

Ahorrábamo­s todo el año para comprar cosas en el tren”. Mayra Jiménez, Viajó en el ferrocarri­l

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ARCHIVO Pasar por los túneles emocionaba­n a pequeños y grandes.
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CORTESÍA Mayra (la niña de atrás) y sus hermanas Rosmery, Marlene y Maritza.
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