La Teja

ALEGRÍA EN SAN JOJO JOSÉ

Colacho nos cuenta qué le pide la gente en Chepe

- Eduardo Vega eduardo.vega@lateja.cr

Un Colacho de 1,90 metros y 200 kilos de peso se pasea desde hace 20 días por los bulevares de San José con, debemos decirlo, una panza totalmente original. Nada de rellenos.

El hombre reparte sonrisotas e ilusiones entre los chiquillos, pero también contagia a los adultos que se le arriman para tomarse fotos con él y hacerle sus pedidos.

“Con los niños es muy fácil, casi todos me piden bicicletas y barbies; además se sorprenden por mi altura y les encanta tocarme la barba.

“Con los más grandes (o sea, los adultos) la cosa cambia, se acercan igual de ilusionado­s por el traje, pero la mayoría me pide que por favor le cambie la pareja con la que viven”, explica este Santota que ya se volvió parte del paisaje josefino en los lo últimos 45 días del año.

“Los “L niños no tienen tien ninguna complicaci­ón, com ellos tienen bien claro lo que quieren quier y de una vez me lo piden. Los adultos no, me toca tomarme tomar fotos con cientos de parejas y cuando, por ejemplo, el hombre hombr o la mujer se separan para que qu uno de los dos tome la foto con co su celular, el que está conmigo conmig me dice al oído ‘Santa, por favor fav regáleme en Navidad N id d otra t pareja, esta ya no me gusta… no me falle’”.

Su reacción es soltar un sonoro jojojó y cerrarle un ojo al que hizo la petición, que queda sin saber si eso es un sí o un no.

“Son casos en los que uno no puede hacer nada porque en el Polo Norte la fábrica es de juguetes y no de parejas. Pasa con novios y hasta con esposos”, aclara.

Tiene 21 años de ser Colacho. Le ha tocado alegrar Navidades en varios países de Centroamér­ica y desde hace cuatro años pasea su jojojó por todo Chepe.

Es por su experienci­a con los ticos que le metimos conversona en el bulevar de la avenida Central, cerca de la entrada principal del Mercado Central.

Magia intacta. A este san Nicolás capitalino le encanta que casi todos los niños mantienen intacta la magia de estos días dicembrino­s en sus ojos y en sus palabras.

Eso sí, cuenta que le ha tocado llorar porque algunos le piden cosas que él no puede regalar a pesar de que en su fábrica polar se hacen de todos los juguetes que existen y hasta de los que no.

“Los más pequeñitos realmente creen en Santa y me piden regalos totalmente convencido­s de que se los traeré, eso me encanta porque se demuestra la inocencia y el amor al mismo tiempo”, explica.

Debajo del traje rojo y la barba blanca encontramo­s a Enrique Rodríguez, quien cuando se dio cuenta de que su altura y la barriga natural le podían ayudar a juntar unos

cinquitos más en diciembre mandó hacer el uniforme.

Cuenta que lo suyo fue un éxito rotundo e inmediato, desde la primera vez que se tiró a pista conquistó corazones. “Creo que me ayuda mucho la altura, la gente se sorprende de ver un Santa tan grandote”.

¿Cuál es el secreto de un buen Colacho? No cobrar ni un cinco. La gente me da lo que gusta, incluso creo que la gran mayoría no me da, pero igual se toma la foto conmigo, no importa para mí lo realmente importante es ver tanta gente alegre… no puedo con la tristeza”, contestó.

Se llora. Tal vez por eso uno de los recuerdos que más tiene tatuado en su colachudo corazón es de cuando una muchacha de unos treinta años le

Con los niños es muy fácil, casi todos me piden bicicletas y barbies; además se sorprenden por mi altura (1,90 metros)”.

Nicolás

Santo

San Nicolás. colacho, Papá noel, Santa claus son formas de llamar al regordete personaje que está basado en la figura del obispo cristiano de origen griego llamado nicolás, quien vivió en el siglo iV en Turquía. era muy querido y le tenían mucha fe, de hecho, sus reliquias se conservan en la basílica de San nicolás de bari, en italia. Se le relaciona con los niños porque cuenta la leyenda que alguien apuñaló varios niños y san nicolás rezó mucho por ellos y logró que se curaran, siempre quiso mucho a los pequeñitos.

pidió tomarse una foto y cuando se acercó se puso a llorar.

Él no sabía qué pasaba y cuando le preguntó ella le dijo que le ayudara porque el regalo que su corazón anhelaba era que su mamá hiciera las paces con ella.

“Cómo lloré yo ese día con esa nietecita, pero hablo de llorar en la vida real. No pude quedarme sin hacer nada, agarré mi teléfono, llamé a la mamá y conversé con ella, entonces lloramos los tres y viera que sirvió de mucho porque se arreglaron. La mamá llegó y se abrazaron, es lo más triste y a la vez lo más lindo que me pasó vestido de san Nicolás”, comenta.

“Detrás del traje me ha tocado llorar en varias ocasiones, sobre todo cuando los niños lloran conmigo y no me piden ni un juguete. Me piden, no, más bien me suplican que, por favor, haga que sus papitos ya no estén divorciado­s y que dejen de pelear; eso me parte el alma porque veo el profundo dolor en los ojitos de un niño que debería estar alegre”.

“Es superinter­esante la experienci­a de ser Santa, no aprende que con la gente no hay nada seguro, que cada días las vivencias son tan diferentes que es mejor entender que no se puede ni intentar pronostica­r qué pasará”, explica con sabiduría acumulado con el tiempo.

“Santa termina siendo hasta sicólogo, las mujeres me confiesan que ya no soportan el marido que por favor se lo cambie, que lo haga llegar temprano, que le quite el guaro y lo fiestero. Algunos hombres me piden que le cambie el carácter a la novia con la que andan, en fin, yo termino escuchando y tratando de darles solución a problemas de pareja”, dice.

Congojas. Buscando alegrar la Navidad de niños y adultos también le ha tocado vivir congojas.

Por ejemplo, una vez un niño le pidió que lo llevara en el trineo porque quería conocer a Rodolfo y al resto de los renos, quería volar, entonces él le dijo que no podía en ese momento.

“Al decirle a ese niño que el trineo lo tenía en el Polo Norte porque estaba cargándose de juguetes, comenzó a llorar desesperad­amente porque estaba todo ilusionado con el trineo. Yo no sabía qué decirle, no había nada que lo alegrara. De hecho, los papás se lo llevaron e iba todavía llorando”.

En otra ocasión no sabía dónde meterse cuando un muchacho de unos 17 años se le acercó y le dijo que lo iba a estar vigilando porque esperaba que le cumpliera con el regalo que le pidió y para que no le le olvidara se lo recordó: “le pedí una barbie de carne y hueso, la voy a estar esperando”, le advirtió. “En ese momento no pude ni hacer jojojó de la congoja”, asegura.

Igualmente recordó esto: “Una señora con más de cuarenta años se me acercó y me dijo que ya llevaba varios años pidiéndome un marido y que yo no le cumplía, que ya no me daba más tiempo y que ese tenía que ser el año del regalo que ella pidió porque se había portado muy bien. Lo dijo muy seria y casi enojada”.

Chispas del oficio. La gente sigue creyendo en los milagros.

Pasa de todo. Aunque usted no lo crea, a Santa le han dicho malas palabras; él no entiende por qué, pero acepta que en tantos años de experienci­a más de un mentonazo de madre ha recibido por que hay gente a la que le da cólera verlo vestido de Santa porque dicen que Santa no existe.

“Estar en este traje me ha enseñado que uno debe ser todo corazón con la gente. Uno nunca sabe qué tiene la gente en su corazón, qué problemas lleva debajo de la piel, yo ando un traje, pero hay gente que también lleva trajes debajo de lo que anda puesto y puede ser que tenga muchas dificultad­es y encontró en Santa la forma de desquitars­e, por eso los entiendo y les respondo con un jojojó”.

Claro, no todo es furris. Colacho ha disfrutado las maduras, como cuando una persona le regaló un billete de 20 dólares y le agradeció. Hasta cinco mil colones le han dado por una foto. Él da las gracias y hace lo que mejor sabe: mover la panza y soltar su alegre risa.

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ARGUIJO FOTOS: EDUARDO VEGA Doña Yorleny Romero le tomó una foto a su hijo Bismark Ramírez. de 9 años. Ya desde mediados de noviembre está instalado en Chepe.
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Judith Azofeifa y Nahome Chavarría aprovechar­on que lo vieron.
Austin Rivera, de 6 años, y Sara Estrada, de cinco, estaban felices del encuentro. Judith Azofeifa y Nahome Chavarría aprovechar­on que lo vieron.

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