La Teja

JEEP LO SACÓ DEL ABISMO

- Sergio Alvarado sergio.alvarado@lateja.cr

Para César Castro subirse a su Jeep Scrambler, modelo 1984, es como entrar a otra dimensión, ya que no tarda en tomar el volante para olvidarse de los problemas y las preocupaci­ones, él solo se dedica a disfrutar y ser feliz.

Lo mejor de todo es que cuando se baja de la nave agradece esos momentos de esparcimie­nto, algo que no podía hacer años atrás cuando era preso del alcoholism­o.

Al igual que muchos valientes que han reconocido que tienen problemas con la bebida y buscaron ayuda en lugares como Alcohólico­s Anónimos, la vida de César, quien es oriundo de Chirraca de Acosta, dio un giro hace cuatro años cuando decidió meterle el freno al licor y poner el pie en el acelerador a su pasión por los motores.

“Yo soy de una familia, por el lado de mi mamá, que siempre tuvo un Jeep, así que aprendí a manejar a los ocho años en un Jeep y siempre quise uno porque me gustan por su sencillez, fortaleza y estilo.

“En mi adolescenc­ia lamentable­mente caí en el alcoholism­o, tomé mucho como por 20 años y no podía comprar un carro así, porque aunque trabajaba mucho no podía por culpa del alcohol, pues gastaba mucho dinero en el vicio”, dijo este hombre de 37 años.

Cuando se sacó el vicio de encima, Castro empezó a ahorrar para cumplir su sueño y desde hace año y medio tiene su Jeep.

Ahora en lugar de batir bebidas en un vaso, el hombre bate barro feliz de la vida y hasta está desde hace cuatro meses en un club en el que salen a pasear.

“Cuando vi el carro fue amor a primer vista, le pregunté al dueño y logramos negociar, así que se lo compré en ¢4 millones y medio. A partir de ahí lo empecé a trabajar”, detalló César.

La plata que antes botaba en cantinas y bares, ahora la invierte en su nave, la cual ha modificado bastante.

“Empecé primero por la suspensión, luego con los bumpers y después con la postura del carro.

“Reparamos frenos, corregimos errores del motor y también de la caja de cambios, después le hicimos la capota como la tiene ahora, le quitamos el asiento de atrás y le metimos los tubones y lo empezamos a reparar por dentro, el tablero, los relojes, todo se mandó a traer a Estados Unidos con un amigo”, explicó.

A estas naves mucha gente las tiene para exhibirlos o andarlas tranquilam­ente por la calle, pero como César lo usa para batir barro, entonces ya lo ha volcado, chocado y golpeado por todo lado y repararlo le genera gastos.

Como suele suceder también con este tipo de vehículos, mucha gente los admira por su estilo, principalm­ente los niños a los que les llama mucho la atención.

Algo que también tiene muy claro César, además de su convicción de mantener su vida tranquila, feliz y lejos de los vicios, es que no vendería su chuzo por ninguna plata del mundo, porque le costó mucho adquirirlo para dejarlo ir así no más.

“Mi mamá está superconte­nta porque ella sabe que aunque yo salga a andar en el barro, sabe que voy a llegar bien, no como antes que no podía dormir pensando si iba a llegar o no”, reflexionó.

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ALONSO TENORIO César Castro anda más feliz que nunca con su Jeep Scrambler del 84.Un chuzote.
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