La vergüenza de fallar
En términos fisiológicos, la respuesta sexual del hombre y la de la mujer son similares. Sin embargo, es claro que los cambios del cuerpo femenino ocurren internamente, en las entrañas, lejos del campo de la visión. Por el contrario, los eventos más importantes en el varón son visibles y conocidos por todos.
Esta diferencia tiene enormes repercusiones, en el sentido de que el rendimiento sexual del varón no se puede esconder y mucho menos fingir. Entonces, casi cualquier falla en el desempeño masculino se hace evidente, mientras, en la mujer, la mayoría de los problemas sexuales solo ella los percibe. Sin duda, cuando se tiene una disfunción sexual, ser hombre es difícil. Sirvan algunos ejemplos. Si en una relación sexual la mujer no experimenta el orgasmo, no hay forma de que su pareja se percate. Igualmente, ella puede decir que lo sintió y no hay manera de contradecirla, por ser una sensación que carece de manifestaciones corporales características. Por su lado, el hombre no puede aparentar una buena erección, es decir, si el pene no alcanza la firmeza requerida, tanto él como ella se dan cuenta. El varón tampoco puede disimular una eyaculación. Así, cuando termina muy rápido, es notorio para ambos. Esa presión suele gravitar en contra, producir bloqueos mentales y dificultar tanto la erección como el control de la salida del semen. Por eso, para muchos los encuentros sexuales son una especie de examen, porque saben que tanto la calidad de la erección como el control eyaculatorio son fácilmente evaluables por parte de la mujer. En contraposición, los orgasmos y el deleite femenino son enigmas para el hombre.
Al margen de toda esta dinámica, debemos recordar que la sexualidad es uno de los grandes placeres de la vida y no hay razón para vivir con un problema sexual, no hay razón para prolongar la vergüenza y el desánimo. No debemos conformarnos ni resignarnos a quedar al margen del amor. Los avances de la ciencia permiten superar la inmensa mayoría de las dificultades sexuales.