La Teja

“San covid” en el BN Arena

- Shirley Sandí shirley.sandi@lateja.cr

La pandemia de covid-19 vid-19 no solo ha traído crisis risis económica, desempleo pleo y una ola de contagios gios que no se detiene. Esta crisis sanitaria tamambién tiene sus ganadoador­es.

Hablamos de los s habitantes de calle, los que lograron obtener atención cuando se les señaló ó como uno de los grupos de mayor ayor riesgo de contraer la enfermedad, ermedad, o como transmisor­es de la misma, y ahora duermen bajo techo y calientito­s, además de tener tres tiempos de comida.

En la Ciudad Deportiva de Hatillo se cerraron las puertas para los atletas, pero se abrieron para los indigentes con el albergue Somos Uno. Hoy, 135 de ellos pueden contar que dieron un giro en su vida, incluso en ese lugar llaman “san covid” al virus que tiene al mundo de cabeza, porque para ellos significó una bendición.

Cinco estrellas. Eduardo Barrantes vivió en la calle cinco años, allí comió cosas podridas de un basurero y soportó que funcionari­os municipale­s le echaran agua al cartón donde dormía y lo pusieran a caminar. También fingió enfermedad­es para poder dormir en salas de emergencia de hospitales.

Para él fue sumamente difícil soportar esa cruda realidad luego de haber estado en procesos de seleccione­s nacio- nales y jugar en segunda división como portero con solo 17 años, pero como él

l o dice, agar ró el camino fácil y cayó donde no debía.

Los 10 mil o 15 mil colones que lograba ganar en el día los gastaba, en segundos, en dos dosis de cocaína y unas pachas de guaro y sí, acepta que se avergüenza de muchas cosas que hizo.

Eduardo estaba en Puerto Viejo de Sarapiquí en una finca, cuidando pollos, cuando le avisaron que iban a abrir esta oportunida­d en la Ciudad Deportiva. Ni lerdo ni perezoso agarró los chunches y se vino para San José.

Para él estar en el gimnasio del BN N Arena es como un hotel cinco estrellas.

“Nosotros ros aquí decimos mos cuando llueve: e: ‘Padre, ¿dónde e estuviéram­os si no o fuera por este techo?’ ho?’

Ya no tenemos que andar ndar corriendo detrás de los carros que regalan comida, o hacer fila par para recoger una ficha y ver si entrábamos al centro dormitorio esa noche. n

“Ahora nos dan una ficha para el desayuno, el almuerzo, el café, la cena, y hasta un postre, como un chocolate, un té o un atol. Me baño hasta dos veces al día, salgo a correr en las mañanas, hago ejercicios, pesas. Tenemos terapista físico, doctor, es un lujo”, reconoce Eduardo y a la vez afirma que en estas condicione­s, aprovechan­do la gran puerta que se le abre, debe ser el paso definitivo para dejar la mala vida y volver al deporte entrenando porteros en ligas menores.

Su tiempo ahí y su recuperaci­ón le han permitido acercarse más a su familia, habla con su hermana, Betsabé Barrantes Cruz, presidenta de la Asociación Deportiva Máster de Atletismo de Costa Rica y ganadora de un montón de competenci­as.

También ha tenido contacto con sus seis hijos y dos nietos. Definitiva­mente no quiere volver a la zona roja.

“Esta vez me levanto y será

para siempre”, dijo.

A cargo de la peluquería. En el albergue también nos encontramo­s a Fiorella Jiménez, ella es una trans de 38 años.

Al verla notamos que se preocupa mucho por su aspecto físico, anda bien arreglada, antes muerta que sencilla.

Ella es estilista y maquillist­a profesiona­l desde hace 15 años, en el albergue es la que les corta el pelo y les hace la barba y las cejas a sus compañeros.

Fiorella vivió en la calle siete años, durante los cuales se prostituyó. Sus padres murieron cuando ella tenía 18 años, luego decidió pagarse sus estudios.

Se había recuperado económicam­ente cuando estudió belleza, pero asegura que por un asalto ocurrido hace cuatro meeses y medio, que la dejó en n una cama de hospital por mes y medio, quedó sin nada, no tenía dónde de ir y la encargacar­gada de trabarabaj­o social del hospital San an Juan de Dios s la recomendó ó para llegar a este ste albergue.

“Por ser trans fui ui disc discrimina­da desde muy pequeña qu por

Nos dan una ficha para el desayuno, el almuerzo, el café, la cena, y hasta un postre, como un chocolate, un té o un atol, es un lujo”. Eduardo Barrantes Beneficiad­o

mi familia. Mis padres en vida me enseñaron a trabajar, independiz­arme y valorarme, a ser responsabl­e y útil. Vivía sola. El 14 de agosto cumplo tres meses de estar acá. Le doy gracias a Dios porque afuera no hay trabajo, mis colegas están pasando por eso. Aquí no me ha faltado comida ni ropa, cuando salí del hospital solo tenía una mudada. Llegué con unas sandalias y ahora tengo tres pares de zapatos.

“Aquí tenemos doctor, que me revisa el coágulo de sangre que se me hizo en la cabeza por el asalto. Tampoco me mojo con la lluvia y he conocido personas muy buenas. La gente margina a las personas de la calle porque son adictos, andan tatuadas y los considera malos, pero no se debe generaliza­r.

“Si uno se pone a conversar con ellos, ves su corazón y sabes que fue por problemas que cayeron en ese camino”, comentó Fiorella, quien ahora espera que la crisis económica se controle un poco y pueda empezar de cero, con muchas ganas, comprándos­e unas tijeras que le permitan volver a cortar pelo.

Desempleo lo hundió.

Ronaldo fue otro de los muchachos que se animó a contarnos su historia. Él no quiso que le tomáramos foto.

Hace un año llegó a las calles cuando se quedó sin trabajo. Laboraba como cocinero y en ventas.

“Yo antes tenía una vida normal, alquilaba, vivía solo, pero cuando me quedé sin ingresos no pude pagar más el alquiler. Es muy duro vivir en la calle, cuando no se encuentra qué comer uno debe amarrarse la tripa, pasé un día entero sin comer, y uno no estaba acostumbra­do.

“En mi caso no consumía drogas. La sociedad discrimina en general, cree que todos los que están en calle es por problemas de adicción, y no es así. A todos les puede pasar en algún momento por un problema financiero. Yo conocí a varios que se dejaron de la esposa y no tenían dónde vivir, otras que venían de otros países”, comentó este joven, quien ahora es el encargado en el albergue del equipo de cómputo.

También reparte la alimentaci­ón y mantiene limpia el área de comida. Ronaldo cuenta con curso de manipulaci­ón de alimentos, está sacando el noveno año y un curso de salonero.

Va de nuevo.

Y es que esta es la diferencia del albergue Somos Uno, el cual es un proyecto de la Comisión Nacional de Emergencia­s, la Fundación Lloverá y la Municipali­dad de San José.

Aparte de brindar un sitio seguro en esta crisis sanitaria, los 100 beneficiar­ios reciben un servicio que les abre una oportunida­d de reintegrar­se a la sociedad una vez que tengan que irse. Todos trabajan en algo, jardinería, limpieza, computació­n, es decir, tratan de aprovechar sus habilidade­s.

Cada uno tiene una cajita plástica que simboliza su clóset y así ir olvidando el estilo de vida de bolsa.

Se levantan a las 5:30 a.m., realizan actividade­s recreativa­s, formativas y talleres.

Cada día los usuarios descubren en sus pasatiempo­s y en lo que les gusta más motivos para salir adelante y lograr una nueva visión del mundo.

Esteban Blanco, director de la Fundación Lloverá, explicó que se les brindan cursos de computació­n, inglés, alfabetiza­ción, contabilid­ad, retrato, educación física, meditación, estudios bíblicos y hay un grupo de narcóticos anónimos; mientras que los beneficiar­ios también les han enseñado a ellos labores de pastelería y repostería, el aprendizaj­e ha sido recíproco.

Treinta y cinco ya han regresado con sus familias o han ingresado a un centro para el tratamient­o de adicciones y en su lugar han ingresado otros, pues la idea es que se vayan reinsertan­do poco a poco. La capacidad del centro es de 100 personas y están en conversaci­ones para que les den permiso de operar tres meses más.

Blanco reitera que el covid para ellos ha sido un cambio de vida para bien y hasta para los trabajador­es del albergue, pues de las 16 plazas, cuatro son ocupadas por personas rescatadas de la calle, ocho son personas que habían perdido el trabajo por la pandemia y cuatro más son funcionari­os de la fundación.

Los indigentes beneficiad­os son escogidos por la Municipali­dad de San José.

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CORTESÍA Los beneficiar­ios tienen su colchoneta y una cajita que representa un clóset.
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CORTESÍA
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Eduardo Eduard Barrantes está decidido a cambiar su vida.
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Los tienen bien motivados para que retomen un buen camino.
SHIRLEY SANDÍ Fiorella Jiménez es la encargada de dejar guapos a los muchachos del albergue. Los tienen bien motivados para que retomen un buen camino.
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CORTESÍA Así se ve ahora el BN Arenas como albergue para personas de la calle.
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CORTESÍA En el albergue reciben cursos de compu y hasta terapia.
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