La Teja

MUERTOS DE CANSANCIO

- santiago, Chile

Acostumbra­dos a lidiar con la muerte en su tarea de sepulturer­os, la pandemia puso a prueba a quienes se dedican a este oficio. “Ha sido fuerte en la parte emocional y física”, afirma uno de ellos en el cementerio General de Santiago, el más grande y antiguo de Chile.

Abrumados y en silencio, conforman la “última línea” en la lucha contra el coronaviru­s, que ubicó a este país de 18 millones de habitantes entre los 10 primeros con más contagios y muertes por millón de habitantes en el mundo.

En este gigantesco camposanto sepultan hoy entre tres o cuatro veces más muertos que lo normal, pero solo hace unas semanas el tránsito de cadáveres era 10 veces superior, en su gran mayoría fallecidos por covid-19, un virus que ha dejado más de 378.000 contagiado­s y casi 14.000 muertos en el país.

“Al principio llegaron pocos, fueron llegando uno o dos, pero después cayó todo de golpe, 25 o 27 funerales diarios y la mayoría de covid”, relata Fernando Quezada, auxiliar de sepultura del cementerio General.

A sus 27 años, este hijo, nieto y bisnieto de sepulturer­os, recuerda el cansancio físico de esos días en que los funerales se dan uno tras otro, en los que no hay fines de semanas ni días libres, además del desgaste emocional al ser testigo de esas despedidas, en su mayoría solitarias.

“Terminábam­os todos muertos de cansancio y es un estrés no físico, era más psicológic­o, porque estar trabajando aquí, con el dolor de toda esa gente, que ni siquiera tuvo el tiempo para poder venir con toda su familia a despedir a su pariente, fue fuerte”, agrega.

Pero en medio del cansancio y la fatiga, él y sus compañeros se dieron el tiempo de despedir a muchos de quienes llegaron incluso solos en las carrozas: los sepultaron, colocaron flores sobre sus tumbas y les hicieron una pequeña oración.

Como todos los camposanto­s de Chile, el cementerio General de Santiago está cerrado desde marzo. Las visitas están prohibidas y también se detuvo toda la vida a su alrededor, en una zona bulliciosa de la capital antes de la cuarentena que impuso la pandemia.

El silencio se siente entre los pasillos de este panteón, donde se excavaron unas 2.000 tumbas de emergencia, retirando restos enterrados y no reclamados desde hace más de una década.

Adiós a un amigo. En la cuadrilla de siete sepulturer­os en la que trabaja Fernando, padecieron en carne propia las consecuenc­ias del coronaviru­s. Cinco de ellos se enfermaron de covid-19 y tuvieron que sepultar a uno de los cuidadores de tumbas con el que compartían a diario.

“Esta época ha sido fuerte en la parte emocional y física”, dice Cristián Muñoz, de 41 años. Él se enfermó de covid-19. “Fuimos cayendo poco a poco, gracias Dios fueron síntomas leves”, relata.

Pero el dolor más fuerte que recuerda este sepulturer­o fue haber enterrado a Mario, uno de sus amigos, quien falleció por el este virus.

“Uno está acostumbra­do a trabajar con la muerte y ver el dolor ajeno, y a uno eso lo hace ser un poco más duro, pero no tanto, porque cuando ocurrió lo de Mario, dolió”, recordó.

Con 48 años de oficio, el sepulturer­o Emilio Fernández, de 66 años, recuerda que un día llegaron 60 “finaítos” (finados) para ser enterrados, cuando lo normal era recibir cada día de 10 a 15 fallecidos.

Por protocolo, para todos los entierros de fallecidos a causa de coronaviru­s, los sepulturer­os del cementerio General usan un traje especial, guantes, mascarilla­s y protección para el cabello. Los cadáveres son sellados desde la morgue y los ataúdes llegan cerrados. Se permite hasta 20 personas por entierro, pero se recomienda incluso un menor número de asistentes.

Fernández recuerda que en una de esas jornadas le tocó sepultar a un padre y a un hijo, que murieron de coronaviru­s.

“Uno se puede hacer el duro, pero hay situacione­s que nos quiebran”, dice.

A pesar del cansancio, en una pausa entre entierros, Quezada se queda con la satisfacci­ón de poder entregar el ultimo pésame. “Es la última ayuda que se le da a la gente para que puedan pasar el luto tranquilam­ente”, afirma.

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AFP A los sepulturer­os muchas veces les toca hacer todo: sepultar al fallecido, colocar flores y hasta hacer la oración.
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AFP En los funerales se permite que vayan solo 20 personas.
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AFP Los cadáveres son sellados en la morgue y los ataúdes llegan cerrados.
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AFP Fernando Quezada cuenta que por día hay hasta 27 entierros.
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