Violencia muy bien maquillada
Leidy Céspedes se casó enamorada de un hombre maravilloso para ella, pero al poco tiempo pensaba que todo lo malo que pasaba en el matrimonio era culpa de ella.
Como fue relegada a ser casi una empleada en el hogar, Leidy buscó ayuda en una casa que da protección a mujeres en condición de violencia, pero no le colaboraron porque nunca había recibido un solo golpe.
Es más, su ex nunca le dijo una mala palabra, pero la agresión sicológica era de todos los días.
Esa violencia es de las más difíciles de detectar, porque no deja rastros visibles, como una golpiza, y porque la sociedad ha normalizado muchas de esas actitudes, en especial de hombres hacia mujeres.
Leidy se abrió con La Teja y contó su experiencia. Dijo que una vecina le presentó a su exmarido y de entrada no le gustó, pero le llamó la atención porque no la alzaba a ver.
“Uno se acostumbra que los hombres lo vuelvan a ver a uno y él me ignoraba. Me gusta que cueste el asunto y lo conocí y empezó a llegar a la casa. Yo no tenía trabajo en ese momento”, dijo Leidy, quien es administradora y mercadóloga.
Leidy quería bretear para ganarse el sustento de ella y de sus dos hijos y le comentó a su pareja que tenía la posibilidad de trabajar en un restaurante.
“Me dijo que eso no era un trabajo para mí. Me gustó porque tenía poco de conocerme y me decía eso. Me la creí”, comentó. Eso fue hace como cinco años.
Entonces fue cuando el hombre empezó a agarrar cancha y le empezó a pagar recibos, el alquiler y le compraba cosas. “Es mecánico y la verdad es que ganaba bastante bien”, mencionó.
Después de unos meses empezaron a vivir juntos, con los dos hijos adolescentes de Leidy y fue donde llegaron los problemas.
“Cuando un hombre, que ni con seis meses de conocerlo a uno le dice que no trabaje, eso es violencia. No me di cuenta. Me decía que me dedicara a los hijos y que él pagaba todo”.
Según Céspedes, esa es la situación que busca el agresor, sentirse en una posición de poder para manipular a la pareja.
¿Qué le decía?. Algunas actitudes que el ex de Leidy tenía con ella y que muchas mujeres pueden ver como normales, son prohibirle usar determinada ropa.
“Empiezan a decir, ‘mi mamá no cocina así, es de tal manera que se hace’. Si se enojaba, dejaba de hablar conmigo como quince días”, añadió.
Además, le decía que era fea, que no tenía cuerpo, que sin él no iba a ser nadie en la vida, no la dejaba estudiar, le decía muerta de hambre y cosas por el estilo. Le vivía diciendo que era tonta, que no servía para nada y que sin él no iba a llegar a ninguna parte.
Leidy siempre le terminaba dando la razón a su ex y se culpaba por no tener la comida a tiempo, la camisa que a él le gustaba limpia o por disgustarlo por cualquier cosa.
Uno de los episodios que empezó a llenar el vaso de la intolerancia fue cuando la humilló frente a los empleados de él, en el taller.
“Yo tenía un celular, pero quería un modelo mejor y a una compañera le encanta Hello Kitty y yo tenía una calcomanía de Hello Kitty en mi teléfono y lo cambiamos. Era un buen trato porque el celular de ella era mejor que el mío, yo salía ganando.
“Iba para la casa toda feliz y le conté. Me pegó una gritada delante de los clientes, ‘hágame el favor de devolver ese celular’. Dijo que había entrado al taller para humillarlo y que era una maricona y débil”, relató.
La luz. Leidy llevó un curso de maquillaje y él no puso peros porque lo vio como algo sin futuro, pero fue lo que le dio las herramientas para salir adelante.
Luego de aprender todo lo relacionado al maquillaje empezó a dar clases a escondidas, mientras él trabajaba y una de sus alumnas notaba un comportamiento extraño en ella.
“Era sicóloga, le conté y me dijo que buscara ayuda, que no podía seguir así”.
En las terapias a las que empezó a ir le recomendaron alguna actividad física para despejar la mente y Leidy empezó a correr.
“No sabe cómo me hacía de bien, pero cuando llegaba a la casa otra vez eran los temores. Le pedí el divorcio y no quiso. Me enteré que tenía una mujer.
“Un día me dije, ‘¿cómo que no puedo usar la ropa que yo quiero?, ¿que no me deja ponerme un tatuaje si es mi cuerpo?, esto no está bien’. Agarré valor y le dije que me iba”.
Actualmente Leidy sigue dando clases de maquillaje y cuando detecta un caso de agresión entre sus alumnas les recomienda buscar ayuda.
En su academia da cuatro modalidades a precios muy competitivos, por ejemplo, el automaquillaje vale ¢25 mil y se da en cuatro horas en un día.
El básico cuesta ¢15 mil el mes y dura dos meses.
El profesional son ¢25 mil por mes y dura cuatro meses y el avanzado son ¢50 mil por mes durante cuatro meses.
“Mi enfoque no es que sea un hobby, es más bien para que trabaje, para que le dé vuelta a lo que invierte y haga un negocio. Doy un certificado.
“Los interesados deben ser mayores de quince años y que estén enfocados en abrir un negocio. No es solo aprender a maquillar, estudié administración de empresas y mercadeo e incluyo algunos tips para que tengan las herramientas para abrir un puesto”.
El teléfono de Leidy, si están interesados, es el 8356-3091.
Común. Marcela Guerrero, ministra de la Condición de la Mujer, dijo que ese tipo de conductas son muy comunes y se presentan en cualquier extracto socioeconómico.
“Es mucho más común de lo que se estima y se da cuando las mujeres, sobre todo, se acostumbran, como decían las abuelitas, a llevar la cruz”.
Guerrero dijo que ese es el primer paso para que se genere la violencia física.