Corpus Christi
esta celebración de hoy nos invita a agradecer la eucaristía como el sacramento en el que Cristo se nos da como alimento. Él nos hace comulgar con su cuerpo y sangre, bajo las formas externas de pan y vino. Hoy la celebración eucarística es el momento culminante de nuestra unión con Cristo, de nuestra donación al Padre y a los hermanos con Él.
Pero hoy ponemos nuestra atención en la presencia permanente entre nosotros del Señor y la eucaristía, que se queda como alimento para quienes no pueden estar presentes en la celebración y como testimonio de nuestra fe para edificación de todos los hermanos.
San Pablo (segunda lectura de hoy) es el primer escritor sagrado del nuevo Testamento en mencionar la sagrada eucaristía en su primera carta a los Corintios. Y la menciona como un don recibido de lo alto. jesús, por su lado, en el evangelio, nos deja entender que quiere ser para quienes le escuchan, en aquella ocasión y hoy, el maestro que nos transmite la palabra viva. Pero también quiere ser al alimento que nos da fuerzas y nos comunica vida: «Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él».
¿Qué enseñanzas sacamos? miremos nuestra propia experiencia: no pocas devociones practicamos en la presencia de jesús para contemplarle y adorarle. Y, ¿cuántas veces acudimos a la comunión para que lleve la participación del sacrificio sacramental a quienes no pueden hacer acto de presencia en la celebración. efectivamente, la eucaristía tiene dos dimensiones: Su celebración en torno al altar con la asamblea celebrante, y la prolongación de su presencia con la reserva del pan eucarístico en el sagrario, lo que nos da la oportunidad de estar en su presencia para venerar y adorar.
Sabemos que la finalidad de la eucaristía es su celebración y que los fieles comulguen con el cuerpo y la sangre de Cristo. Pero, desde que la comunidad cristiana empezó a guardar el pan eucarístico fue haciéndose cada vez más natural que el lugar de la reserva se rodeara de signos de fe y adoración.