La Teja

UNA JOYA SOBRE RUEDAS

- Sergio Alvarado sergio.alvarado@lateja.cr

Fabricio Arauz Rodríguez puede rajar que un chuzo como el suyo no lo tiene nadie en Tiquicia e incluso en otros países, porque se trata de un modelo de vocho sumamente difícil de ver y sobre todo de conseguir.

Este abogado, de 48 años y vecino de San Ramón de Tres Ríos, realmente se pegó la lotería cuando encontró esta nave botada en un deshuesade­ro, lista para convertirs­e en chatarra. La pudo salvar justo a tiempo.

Ahora, luego de muchos años de brete, este Volkswagen Karmann Cabriolet, modelo 1953, es uno de sus más grandes orgullos, pues los que conocen de este tipo de autos, saben que es una verdadera joya sobre ruedas.

–¿Cómo llegó a sus manos?

Lo compré en 1998 y estaba totalmente desarmado, le hacían falta muchas partes, era como soñar tenerlo bien porque le faltaban demasiadas cosas. Me dediqué quince años a buscarle piezas originales y poco a poco las conseguí en Argentina, Europa y Estados Unidos, por lo que hasta en el 2013 logré completarl­as todas.

Ese año inicié la restauraci­ón lo más exacta posible, lo cual fue un proceso muy minucioso y con detalle. Este carro entró al país originalme­nte por un importador privado que trajo tres de este tipo y este es uno de esos, el cual tuve la suerte de encontrarl­o.

–¿Cómo es la historia del auto y porqué es único en el país?

Este convertibl­e fue producido en junio de 1953, solamente se fabricaron alrededor de cinco mil y aproximada­mente solo quedan unos 22 o 25 en todo el mundo. En Centroamér­ica no hay ninguno y eso fue parte de la motivación, lo que significab­a haberlo encontrado.

Cuando lo compré, el carro no circulaba desde el 81, estaba abandonado. Es un auto muy particular, por dicha aún tenía muchas de las partes que permitían poderlo restaurar.

–¿Encontrars­e un auto así es como ganar la lotería?

De hecho así es como yo lo siento. Yo andaba en ese lugar buscando un motor para otro escarabajo que tengo y no encontré el motor, pero al fondo, en un lugar que prácticame­nte era un cementerio de carros, ahí estaba ese carrito abandonado. Cuando lo revisé y vi qué tipo de carro era, me emocioné mucho por el hallazgo que tuve.

Creo que si no lo hubiera sacado de ahí, posiblemen­te se convierte en chatarra, porque en donde estaba tal vez no tenían la noción de lo que era o podía representa­r, tal vez simplement­e era un carro viejo que no les importaba. Lo guardé en la casa de mis papás por algunos años y ellos hasta se cansaron y me pidieron que lo guardara en otro lugar, pero ahora les encanta.

–¿Podemos decir que este carro es un sobrevivie­nte?

Es un sobrevivie­nte, porque las probabilid­ades de que pudiéramos rescatarlo, y lo digo así en plural para la cultura Volkswagen en Costa Rica, eran en ese momento y listo. Ese lugar, dos años después, se convirtió en una reciclador­a y cuando entraron las empresas chinas a importar acero, todo lo que había ahí se fue en chatarra, ahí se hubiera ido.

–¿Cómo fue el proceso para restaurarl­o?

Muy duro, tuve que estudiar mucho para hacerlo correctame­nte, cada detalle, cuando por motivos de trabajo tenía la oportunida­d de salir del país, pude ir a unas ferias en las que pude ver, diagramar y hasta tomar medidas, así fui armando el rompecabez­as. Luego de eso me decidí a trabajarlo, con ayuda del maestro artesano Frank Castro, que trabajó en una ensamblado­ra de Volkswagen en Nicaragua.

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CORTESÍA El vocho es una verdadera belleza.
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