La Teja

RUDA HISTORIA DE CUATRO ABORTOS

- Eduardo Vega eduardo.vega@lateja.cr

Sheila Rosales Ortega, una licenciada en sicología de 68 años, se sentó con La Teja para hablar de “Los desacierto­s en la juventud”, el libro que escribió el año pasado, que cuenta su historia de vida, la cual está marcada por cuatro abortos decididos por ella cuando era joven, y realmente no entendía muy bien los profundos efectos de esas cuatro decisiones.

“Es un testimonio duro, fuerte, eso lo entiendo. No es fácil abrir el corazón, sobre todo cuando se han tomado decisiones tan difíciles en la vida, pero justo como digo en el libro: ‘Decidí hablar para que mujeres jóvenes y adultas conozcan sobre las huellas para toda la vida que deja un aborto. Por eso, les voy a contar mi historia de cuatro abortos’”, dice la sicóloga.

Nació en San José, pero fue criada en Nicoya, Guanacaste. Creció en un hogar con una hermana y una mamá a tiempo completo en la casa, sin televisión y chiroteand­o en la calle con los amiguitos del barrio.

En su hogar faltó el papá, quien vivía en San José y, a pesar de que la mamá luchó para que entre los dos creciera el amor, cada vez que ella iba a verlo a la capital él estaba borracho y eso le molestaba.

“Tengo que decir que a mí me afectó no haberme criado con mi papá; cuando estaba en la escuela me dolía no tener uno como lo tenían mis compañerit­as. Sufría los lunes cuando ellas contaban que sus papás las llevaron de paseo, y yo no tenía nada que contar”, recordó.

Libertad sin límites. Una vez que terminó el colegio dejó Nicoya y se fue a estudiar a San José. En aquella época, de principios de los setentas, las mujeres lo que más estudiaban era Educación, Enfermería, Contabilid­ad y Secretaria­do. Sheila se decidió por Secretaria­do en español en la muy reconocida, por esa época, American Business Academy. Esa institució­n era la tapa de los peroles en secretaria­do. Años después también estudió Sicología.

Fue en San José, con 18 años recién cumplidos, estudiando y viviendo con una amiga enfermera, además de comenzando en un trabajo, que se inició la libertad sin límites de una joven que ya no era vigilada por la mamá.

Rapidito conoció un muchacho que era 13 años mayor. “Yo era virgen. Del tema sexual yo no sabía nada. En el colegio nunca nos hablaron. Nunca tuve una educación sexual ni se me habló de los riesgos que había en las relaciones sexuales antes de matrimonio y menos me hablaron de cuidarme para no embarazarm­e. Por eso, en automático, le di rienda suelta a los instintos sexuales, creyendo que había encontrado mi príncipe azul para toda la vida. Me embaracé”, explica.

Abortos. Cuando le contó al “príncipe azul” que estaba embarazada, este le dijo que eso era problema de ella y que lo mejor era que abortara, palabra que ella jamás había escuchado, no sabía nada. La amiga enfermera, 13 años mayor, apoyó la idea porque ella misma se había practicado uno.

“Mi amiga me dijo que solo tenía seis semanas de embarazo, que el bebé no tenía vida y fui donde una comadrona, que me practicó el aborto. Recuerdo que fue en Cinco Esquinas de Tibás. No tuve ninguna consecuenc­ia física y tenía 19 años.

“Seguí, como joven que era, en la fiesta, conocí otro hombre y con 20 años volví a quedar embarazada. El camino que seguí fue el mismo, fui con mi amiga a donde la comadrona y aborté por segunda vez. No tuve que pagar por esos dos abortos, mi amiga los pagó”, reconoció.

A los 21 años llegó el tercer embarazo y el tercer aborto donde la misma comadrona. “Se volvió normal en mi mente. Conocía a una pareja, me embarazaba y abortaba, le repito, uno joven comete errores sin saber bien la gravedad”.

El cuarto aborto llegó cuando tenía 34 años. No quería porque ya estaba adulta y entendía mejor, pero lo hizo. En esta ocasión fue con un doctor que trabajaba en un hospital público.

“Esos fueron los desacierto­s de mi vida. El aborto es una trampa mortal, mata al bebé y deja a la mujer sufriendo para toda la vida. No me casé nunca, no tuve familia… bueno, sí tengo familia, es esa, los cuatro hijos que nunca nacieron.

“Yo sé que ya Jesucristo me perdonó y entiendo que el hombre me juzgue. Lo entiendo porque por agradarle al hombre, aborté cuando debí concentrar­me en agradarle a Dios como lo hago ahora y desde hace muchos años. Cuando aborté no tenía temor de Dios ni una relación fuerte con Dios”, asegura.

Después de esas cuatro decisiones de vida tan duras, la sicóloga asegura que desde hace muchos años “me casé con el Señor, él es mi esposo”.

“Lucho todos los días para que mi testimonio le sirva a otras mujeres que han abortado, para que no crean que están marcadas para toda la vida. Dios perdona si uno lo busca.

“Dios sana todas las heridas. Es un proceso de un paso a la vez, pero al final Dios toca nuestros corazones y nos devuelve la paz y la alegría”, cree Sheila.

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CORTESÍA Sheila quiere que su testimonio le permita a otras mujeres saber que un aborto no debe marcarlas para siempre.
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CORTESÍA Este es el libro que publicó el año pasado.
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