Que sean uno
nos dice Jesús algo de profundo significado. “Yo soy la vid”. Notemos que no dice: “Yo soy el tronco o la cepa”, sino “Yo soy la vid”; es decir, el arbusto completo.
San Pedro nos diría que “somos piedras vivas de un edificio espiritual”. Es que no solamente somos de Cristo. Es algo mucho más profundo: Somos Cristo. Como lo afirma de sí mismo San Pablo: “Para mí, vivir es Cristo”. Pero, a la vez, somos la comunidad de los seguidores incorporados en Cristo como las ramas al árbol.
La inserción plena en la vida y el ser de La Vid que es Cristo, y en la comunidad de Jerusalén bajo la guía y el respaldo de los apóstoles, san Pablo la vivió en sus dos dimensiones a saber, Cristo y su iglesia. Ahora es San Juan quien la presenta como la comunión de vida entre Jesús y el Padre, de donde mana la comunión de vida entre Jesús y nosotros. Guardar los mandamientos en el amor es, a la vez, nuestra unión en Cristo y con los hermanos, amándonos unos a otros. en el mandato del amor encontramos el método para nuestra adhesión a Cristo, que ya es realidad, pero que encontrará su realización total cuando pasemos de la vida presente a la vida eterna.
San Juan es insistente en su evangelio y en sus otros escritos, en afirmar que no puede tener consistencia el amor a Dios si no amamos al hermano. Se trata, entonces, de creer en nuestro Señor Jesucristo, vivir en Él y, a la vez y como consecuencia, amarnos los unos a los otros.
Ambas virtudes, es decir, la fe en Jesucristo y el amor a los hermanos, están entrañablemente unidas en la cruz de redención y reconciliación. Amar a Dios es el palo vertical de la cruz, y amar al hermano es el palo horizontal en una verdad y realidad indisolubles. busquemos el sentido cristiano del amor fraterno. Creer en Jesucristo, como lo predica San Juan, es creer en que Dios Padre nos ama con amor universal a través de su propio Hijo.