Covfefe y otros misterios
Como hemos escrito repetidamente durante el pasado año, Trump es un hombre profundamente imperfecto sin el juicio o el temperamento para liderar un gran país. Estados Unidos está siendo dañado por su presidencia. Pero, luego de hurgar en su incapacidad, pasamos a un ejercicio de hacer sueños realidades, porque el subtexto a menudo es el deseo de su pronta remoción del poder.
Por el momento eso es más que una fantasía. La investigación de Mueller acerca de los tratos de su campaña con Rusia deberá seguir su curso. Solo entonces Estados Unidos podrá evaluar si su conducta cumple con la prueba de impugnación. Expulsar a Trump mediante la Enmienda 25, como algunos lo instigan, sería aún más difícil. El tipo de incapacidad que sus autores tenían en mente era la de un John F. Kennedy, en estado de coma, si hubiera sobrevivido a su asesinato. El estado mental de Trump es imposible de diagnosticar desde lejos, pero no parece estar más loco de lo que estaba cuando los votantes lo eligieron sobre Hillary Clinton. A menos que ya no pueda reconocerse en el espejo
(que, en el caso de Trump, seguramente sería una de las últimas facultades que se desvanezcan) ni su gabinete, ni el Congreso lo expulsarán. Tampoco deberían hacerlo. Alarma ante el vandalismo de Trump a la dignidad y las normas de la presidencia es un arma de doble filo. Si fuera fácil para un grupo de privilegiados de Washington remover a un presidente utilizando la Enmienda 25, la democracia estadounidense se desviaría hacia la oligarquía. La prisa por condenar o exonerar a Trump antes de que Mueller termine su investigación politiza la justicia. Cada vez que los críticos de Trump le ponen la puntería para detenerlo antes que los medios para hacerlo, alimentan el partidismo y ayudan a establecer un precedente que algún día se empleará en contra de un buen presidente que lucha por una causa digna pero impopular. Esa lógica también es válida para Corea del Norte. Trump no es el primer presidente en plantear la interrogante acerca de quién es apto para controlar las armas nucleares: recordemos el alcoholismo de Richard Nixon o la farmacodependencia de Kennedy durante la crisis de los misiles cubanos. Expulsar a Trump por una corazonada de que él podría estar mentalmente inestable sugiere un golpe de estado. ¿Quitarías entonces a un halcón por ser gatillo fácil o un evangélico por creer en el Rapto?
Trump ha sido un presidente deficiente en su primer año. En su segundo año, le podría causar un daño grave a Estados Unidos. Pero la telenovela presidencial es una distracción. Él y su administración han de rendir cuentas debidamente de lo que realmente hacen.