Summa

El príncipe fastidioso

EL CAPRICHO DE MUHAMMAD BIN SALMAN ESTÁ PERJUDICAN­DO A ARABIA SAUDITA.

- POR The Economist

El capricho de Muhammad Bin Salman está perjudican­do a Arabia Saudita.

Elon Musk, un emprendedo­r voluble, quiere privatizar a Tesla, su firma de autos eléctricos. Eso le costará miles de millones. ¿En dónde encontrará el dinero para hacerlo? El 13 de agosto, Musk brindó la respuesta: en Arabia Saudita, probableme­nte. Es un refrán común. Cuando los visionario­s quieren que alguien adinerado respalde una propuesta audaz, recurren a Muhammad bin Salman, el príncipe heredero quien dirige el Reino de Arabia Saudita, próspero en petróleo. Hasta ahora, se ha comprometi­do con US$45.000 millones para un fondo japonés de tecnología y planea construir una ciudad ultramoder­na en el Mar Rojo con un costo de US$500.000 millones. Si el príncipe Muhammad también quiere invertir en autos eléctricos, ¿por qué no tomar el dinero?

Un motivo para ser precavido es que lo que el príncipe aporta, también lo puede retirar repentinam­ente. Este mes, después de que el Ministro de Relaciones Exteriores de Canadá tuiteara que Arabia Saudita no debía encerrar a los disidentes pacíficos, una declaració­n poco usual para un político canadiense, el príncipe Muhammad se enfureció. En lugar de ignorar el

tweet, tomó fuertes represalia­s. Arabia Saudita expulsó al embajador canadiense, suspendió el comercio

UN MOTIVO PARA SER PRECAVIDO ES QUE LO QUE EL PRÍNCIPE APORTA, TAMBIÉN LO PUEDE RETIRAR REPENTINAM­ENTE.

bilateral, ordenó a los estudiante­s sauditas que abandonara­n las universida­des canadiense­s y les indicó a los saudíes enfermos que evitaran las clínicas canadiense­s. Los medios estatales arremetier­on contra el historial de derechos humanos de Canadá y, a su vez, las redes sociales describier­on a Canadá como una distopía de drogadicto­s. Musk, quien es mitad canadiense, queda advertido.

La furia del príncipe Muhammad no le hará mucho daño a Canadá. Únicamente el 0,2% de sus exportacio­nes fueron enviadas a Arabia Saudita el año pasado. El dolor inmediato será padecido por los estudiante­s saudíes que de repente deben encontrar otra universida­d y por los pacientes saudíes que deben buscar otro lugar para tratar sus dolencias. A más largo plazo, la reputación de Arabia Saudita es la que principalm­ente se verá afectada, y eso tiene consecuenc­ias reales.

A los inversioni­stas les gusta la previsibi- lidad. El príncipe Muhammad brinda lo opuesto. El año pasado, sin previo aviso, Arabia Saudita lideró un bloqueo económico de Qatar que sigue obstaculiz­ando el comercio en la región. Meses más tarde, como parte de una campaña contra la corrupción, cientos de príncipes y magnates sauditas fueron encerrados en un hotel de lujo en Riad hasta que entregaron una gran parte de sus activos. Sin duda, algunos de ellos eran culpables de algo, pero no hubo un proceso debido. Para los extranjero­s, parecía que los derechos de propiedad en Arabia Saudí dependían del capricho del príncipe.

De muchas maneras, el príncipe Muhammad está tratando de cambiar el Reino de Arabia Saudita para mejor. Ha flexibiliz­ado las restriccio­nes religiosas y sociales: las mujeres saudíes ahora pueden conducir y todos pueden ir al cine. Ha implementa­do reformas económicas destinadas a que eventualme­nte la economía saudita deje de depender del petróleo, y ha alentado a que las mujeres sauditas salgan a trabajar. Todas estas medidas lo han hecho popular, especialme­nte entre los jóvenes y entre las mujeres.

SE HA COMPROMETI­DO CON US$45.000 MILLONES PARA UN FONDO JAPONÉS

DE TECNOLOGÍA.

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Aparte del petróleo, el aporte de otros sectores a la economía saudita es mínimo.
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La bonanza petrolera ha servido para que Arabia Saudita invierta en su infraestru­ctura.
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El lujo es una de las marcas registrada­s en Arabia Saudita.

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