La aventura de la pantalla grande
ACTUALMENTE, HACER CINE EN LA REGIÓN ES MÁS UN NEGOCIO DE SUBSISTENCIA QUE LUCRATIVO PARA LA MAYORÍA DE CINEASTAS Y PRODUCTORES LOCALES. AUN ASÍ, SUS PRODUCCIONES VAN EN AUMENTO Y POSICIONAN A LA REGIÓN COMO UN SEMILLERO DE TALENTO.
Actualmente, hacer cine en la región es más un negocio de subsistencia que lucrativo para la mayoría de cineastas y productores locales.
Proyectar audiovisuales de origen centroamericano en importantes salas internacionales de cine ya no es un imposible para los productores de América Central. La industria cinematográfica local ha evolucionado y está ganando espacios, sin embargo, ese auge no significa que ya sea un negocio rentable y sostenible. Por el contrario, cada producción representa una verdadera aventura.
El cine se encuentra incluido dentro de la economía naranja, basada en la producción creativa, la cultura y la identidad. Imprime a sus obras un valor comercial, requiere de participación multidisciplinaria y del trabajo en equipo de gran cantidad de personas, por lo que es un importante generador de empleo, pero generalmente temporal. Una producción de bajo presupuesto, por ejemplo, requiere de al menos 30 colaboradores, mientras que una de gran escala necesita de cientos de participantes, tanto en la parte técnica como en elenco. A ello se agrega una cadena de empresas que se involucran en el proceso, desde la concepción de la idea y la producción como tal, hasta el mercadeo, la distribución y la difusión de la película. No obstante, inconsistencias impiden que en nuestros países se hable de una industria audiovisual consolidada. “Es más realista considerar que tenemos un sector incipiente, el cual puede crecer y convertirse en sostenible si se continúa reforzando
mediante la inyección de fondos públicos y privados y si se fortalece la creación de emprendimientos creativos, innovadores e integrados con otras disciplinas artísticas”, opina Fernando Rodríguez Araya, director general del Centro de Cine de Costa Rica.
80% del contenido audiovisual total de ese país se ha producido del 2008 a la fecha, lo cual evidencia el acelerado crecimiento de la producción, orientada no solo al formato cinematográfico tradicional, sino también a la producción televisiva y nuevos medios, como plataformas web, animación y videojuegos. Esa tendencia la comparten las demás naciones del Istmo. Según cuenta el hondureño Ricardo Chiuz, en el portal web especializado Fuera de Foco, 2009 marca el inicio del auge del cine catracho, que actualmente logra que unos 10 filmes por año lleguen a las carteras, la mayoría con estándares de calidad competitivos.
Financiamiento
En esta latitud, el cineasta debe conseguir entre US$500.000 y US$1 millón para hacer una producción cinematográfica de calidad y conseguir los fondos se convierte en una tarea titánica, ante el poco o nulo apoyo estatal. “Mucho del dinero invertido es fruto del esfuerzo propio del productor, que busca coproducciones, pide apoyo de amigos y logra que colegas ofrezcan su trabajo a bajo costo o a cambio de acciones dentro de la misma película”, asegura Elías Jiménez, director del Festival de Cine en Centroamérica ICARO. “En la mayoría de proyectos, el productor se endeuda y se compromete a conseguir después el dinero por medio de patrocinios, principalmente del sector privado. Por ello, gran parte de las películas tienden a ser de muy bajo presupuesto. Necesitamos venderlas a nivel regional, mínimamente, para que se vuelvan rentables”, resalta Ana Isabel Martins, productora hondureña que participó como jefa de producción en la película Morazán.
Ante este panorama, vivir de hacer cine o que sea negocio aún es inviable. “Una productora audiovisual podrá hacer una o dos películas al año, pero aparte trabaja en documentales y spots publicitarios para poder sostenerse. Es decir, la industria del audiovisual sí genera ganancias permanentes, pero el cine todavía no”, añade Jiménez. Andre Guttfreund, único centroamericano ganador de un Óscar (con el cortometraje de ficción In The Region of Ice de 1977), tiene una apreciación similar. “En el caso de El Salvador, hay mucho talento técnico y de actuación para exportar al mundo una imagen país diferente y se realizan esfuerzos para desarrollar buenos filmes, el problema es que las iniciativas no cuentan con respaldo económico permanente y
falta apoyo para concretarlos”, explica.
Recientemente, han surgido experiencias que abren nuevas posibilidades, gracias a participaciones destacadas en festivales internacionales.
“Ese fue el caso de la película guatemalteca Ixcanul. Logró 25 reconocimientos y le abrió las puertas al productor Jayro Bustamante para negociar su distribución y transmisión en otros países”, afirma Mynor Martínez, miembro de la Asociación Guatemalteca del Audiovisual y la Cinematografía (AGA Cine).
Además, el éxito en ese tipo de eventos garantiza los contactos necesarios para desarrollar coproducciones con firmas, canales o inversionistas con el capital necesario para comenzar un nuevo proyecto.
Otra forma de negocio es enfocarse en mercados específicos, como el cine social, el experimental y el artístico, que suelen alejarse de los temas comerciales y tienen fines más educativos, formativos o ideológicos. Una experiencia ilustrativa la protagoniza el productor guatemalteco Sergio Ramírez. Él desarrolla cine social dirigido al mercado universitario de Estados Unidos y Europa y combina la exhibición de sus obras con presentaciones personales en auditorios académicos.
Oportunidades de la era digital
Plataformas como Youtube se han convertido en un medio de promoción relevante, aunque la calidad de las producciones a veces no es la más adecuada.
En un contexto donde los jóvenes tienen más acceso a la tecnología, el cine regional carga sobre sus hombros la enorme responsabilidad de trabajar para convertirse en una herramienta que permita el desarrollo de la democracia, según Guttfreund. Para el cineasta Jayro Bustamante es admirable que un sector que no tiene la confianza del Estado ni del inversionista privado haya logrado que Guatemala tenga tantas películas y que figure en la industria cinematográfica mundial, lo que también ocurre a sus vecinos.
“El cine es una industria mal comprendida. Se cree que solo es entretenimiento y es mucho más que eso. Es una puerta para que nos identifiquemos con nuestra propia cultura, un gran generador de cambios y de actitudes”, puntualiza.
A su juicio, en la región solamente Panamá y Costa Rica han captado ese concepto.
Desafíos del sector
El tamaño del mercado y un público con altas expectativas son otros dos grandes retos a enfrentar.
Ignacio Sánchez, cineasta costarricense, sostiene que en el 98% de los casos las audiencias son masas críticas muy pequeñas
como para generar una rentabilidad atractiva al productor, con lo cual se hace imprescindible el apoyo de patrocinadores y/o subsidios estatales. “En semejante contexto, cada vez que a una película le va mal, afecta a las que siguen. Y para complicar más el panorama, hay un público exigente y con más opciones para comparar por lo cual demanda mejores estándares de calidad, que a su vez cuestan más dinero al productor”, resalta el profesional. La falta de un marco legal que promocione cine local es otro vacío importante. Solo Panamá posee una reglamentación relacionada con la producción cinematográfica y audiovisual; en los demás países de la región ha habido interés gubernamental, sin avances concretos. “Mientras sigamos siendo pueblos sin ley podrán hacerse muchos esfuerzos o incluso políticas públicas, pero no vamos a llegar a la meta de crear una verdadera industria cinematográfica propia”, asegura el director del Festival ICARO.
Promover un cine que genere gran cantidad divisas y empleos directos e indirectos, como ha ocurrido en Latinoamérica y el Caribe, sigue siendo una tarea pendiente y posible, según los involucrados, siempre que se logre matricular en la tarea al Estado y al sector privado.
“Otras naciones permiten reducir de impuestos los aportes que las empresas brinden a un fondo de cine nacional. Luego, una junta directiva y un jurado internacional escogen un proyecto y apoyan la realización de la película. Aquí deberíamos hacer lo mismo”, dice el cineasta guatemalteco.
“Se debe aprovechar que es una industria que emplea a mucha gente. En República Dominicana, 6.000 personas han obtenido un trabajo de forma directa o indirecta”, aporta Guttfreund.
Ana Isabel Martins hace énfasis en que se deben buscar mejores condiciones para la sostenibilidad y rentabilidad del sector como negocio. Considera que una forma es promocionar cada producto como centroamericano y no como creaciones individuales de un determinado país.
“El mayor problema es que estamos haciendo esfuerzos uno a uno, en vez de unirnos para ganar fuerza y mercado”, enfatiza.