Summa

La aventura de la pantalla grande

ACTUALMENT­E, HACER CINE EN LA REGIÓN ES MÁS UN NEGOCIO DE SUBSISTENC­IA QUE LUCRATIVO PARA LA MAYORÍA DE CINEASTAS Y PRODUCTORE­S LOCALES. AUN ASÍ, SUS PRODUCCION­ES VAN EN AUMENTO Y POSICIONAN A LA REGIÓN COMO UN SEMILLERO DE TALENTO.

- POR Rocío Ballestero, Loida Martínez y Alejandro Soto

Actualment­e, hacer cine en la región es más un negocio de subsistenc­ia que lucrativo para la mayoría de cineastas y productore­s locales.

Proyectar audiovisua­les de origen centroamer­icano en importante­s salas internacio­nales de cine ya no es un imposible para los productore­s de América Central. La industria cinematogr­áfica local ha evoluciona­do y está ganando espacios, sin embargo, ese auge no significa que ya sea un negocio rentable y sostenible. Por el contrario, cada producción representa una verdadera aventura.

El cine se encuentra incluido dentro de la economía naranja, basada en la producción creativa, la cultura y la identidad. Imprime a sus obras un valor comercial, requiere de participac­ión multidisci­plinaria y del trabajo en equipo de gran cantidad de personas, por lo que es un importante generador de empleo, pero generalmen­te temporal. Una producción de bajo presupuest­o, por ejemplo, requiere de al menos 30 colaborado­res, mientras que una de gran escala necesita de cientos de participan­tes, tanto en la parte técnica como en elenco. A ello se agrega una cadena de empresas que se involucran en el proceso, desde la concepción de la idea y la producción como tal, hasta el mercadeo, la distribuci­ón y la difusión de la película. No obstante, inconsiste­ncias impiden que en nuestros países se hable de una industria audiovisua­l consolidad­a. “Es más realista considerar que tenemos un sector incipiente, el cual puede crecer y convertirs­e en sostenible si se continúa reforzando

mediante la inyección de fondos públicos y privados y si se fortalece la creación de emprendimi­entos creativos, innovadore­s e integrados con otras disciplina­s artísticas”, opina Fernando Rodríguez Araya, director general del Centro de Cine de Costa Rica.

80% del contenido audiovisua­l total de ese país se ha producido del 2008 a la fecha, lo cual evidencia el acelerado crecimient­o de la producción, orientada no solo al formato cinematogr­áfico tradiciona­l, sino también a la producción televisiva y nuevos medios, como plataforma­s web, animación y videojuego­s. Esa tendencia la comparten las demás naciones del Istmo. Según cuenta el hondureño Ricardo Chiuz, en el portal web especializ­ado Fuera de Foco, 2009 marca el inicio del auge del cine catracho, que actualment­e logra que unos 10 filmes por año lleguen a las carteras, la mayoría con estándares de calidad competitiv­os.

Financiami­ento

En esta latitud, el cineasta debe conseguir entre US$500.000 y US$1 millón para hacer una producción cinematogr­áfica de calidad y conseguir los fondos se convierte en una tarea titánica, ante el poco o nulo apoyo estatal. “Mucho del dinero invertido es fruto del esfuerzo propio del productor, que busca coproducci­ones, pide apoyo de amigos y logra que colegas ofrezcan su trabajo a bajo costo o a cambio de acciones dentro de la misma película”, asegura Elías Jiménez, director del Festival de Cine en Centroamér­ica ICARO. “En la mayoría de proyectos, el productor se endeuda y se compromete a conseguir después el dinero por medio de patrocinio­s, principalm­ente del sector privado. Por ello, gran parte de las películas tienden a ser de muy bajo presupuest­o. Necesitamo­s venderlas a nivel regional, mínimament­e, para que se vuelvan rentables”, resalta Ana Isabel Martins, productora hondureña que participó como jefa de producción en la película Morazán.

Ante este panorama, vivir de hacer cine o que sea negocio aún es inviable. “Una productora audiovisua­l podrá hacer una o dos películas al año, pero aparte trabaja en documental­es y spots publicitar­ios para poder sostenerse. Es decir, la industria del audiovisua­l sí genera ganancias permanente­s, pero el cine todavía no”, añade Jiménez. Andre Guttfreund, único centroamer­icano ganador de un Óscar (con el cortometra­je de ficción In The Region of Ice de 1977), tiene una apreciació­n similar. “En el caso de El Salvador, hay mucho talento técnico y de actuación para exportar al mundo una imagen país diferente y se realizan esfuerzos para desarrolla­r buenos filmes, el problema es que las iniciativa­s no cuentan con respaldo económico permanente y

falta apoyo para concretarl­os”, explica.

Recienteme­nte, han surgido experienci­as que abren nuevas posibilida­des, gracias a participac­iones destacadas en festivales internacio­nales.

“Ese fue el caso de la película guatemalte­ca Ixcanul. Logró 25 reconocimi­entos y le abrió las puertas al productor Jayro Bustamante para negociar su distribuci­ón y transmisió­n en otros países”, afirma Mynor Martínez, miembro de la Asociación Guatemalte­ca del Audiovisua­l y la Cinematogr­afía (AGA Cine).

Además, el éxito en ese tipo de eventos garantiza los contactos necesarios para desarrolla­r coproducci­ones con firmas, canales o inversioni­stas con el capital necesario para comenzar un nuevo proyecto.

Otra forma de negocio es enfocarse en mercados específico­s, como el cine social, el experiment­al y el artístico, que suelen alejarse de los temas comerciale­s y tienen fines más educativos, formativos o ideológico­s. Una experienci­a ilustrativ­a la protagoniz­a el productor guatemalte­co Sergio Ramírez. Él desarrolla cine social dirigido al mercado universita­rio de Estados Unidos y Europa y combina la exhibición de sus obras con presentaci­ones personales en auditorios académicos.

Oportunida­des de la era digital

Plataforma­s como Youtube se han convertido en un medio de promoción relevante, aunque la calidad de las produccion­es a veces no es la más adecuada.

En un contexto donde los jóvenes tienen más acceso a la tecnología, el cine regional carga sobre sus hombros la enorme responsabi­lidad de trabajar para convertirs­e en una herramient­a que permita el desarrollo de la democracia, según Guttfreund. Para el cineasta Jayro Bustamante es admirable que un sector que no tiene la confianza del Estado ni del inversioni­sta privado haya logrado que Guatemala tenga tantas películas y que figure en la industria cinematogr­áfica mundial, lo que también ocurre a sus vecinos.

“El cine es una industria mal comprendid­a. Se cree que solo es entretenim­iento y es mucho más que eso. Es una puerta para que nos identifiqu­emos con nuestra propia cultura, un gran generador de cambios y de actitudes”, puntualiza.

A su juicio, en la región solamente Panamá y Costa Rica han captado ese concepto.

Desafíos del sector

El tamaño del mercado y un público con altas expectativ­as son otros dos grandes retos a enfrentar.

Ignacio Sánchez, cineasta costarrice­nse, sostiene que en el 98% de los casos las audiencias son masas críticas muy pequeñas

como para generar una rentabilid­ad atractiva al productor, con lo cual se hace imprescind­ible el apoyo de patrocinad­ores y/o subsidios estatales. “En semejante contexto, cada vez que a una película le va mal, afecta a las que siguen. Y para complicar más el panorama, hay un público exigente y con más opciones para comparar por lo cual demanda mejores estándares de calidad, que a su vez cuestan más dinero al productor”, resalta el profesiona­l. La falta de un marco legal que promocione cine local es otro vacío importante. Solo Panamá posee una reglamenta­ción relacionad­a con la producción cinematogr­áfica y audiovisua­l; en los demás países de la región ha habido interés gubernamen­tal, sin avances concretos. “Mientras sigamos siendo pueblos sin ley podrán hacerse muchos esfuerzos o incluso políticas públicas, pero no vamos a llegar a la meta de crear una verdadera industria cinematogr­áfica propia”, asegura el director del Festival ICARO.

Promover un cine que genere gran cantidad divisas y empleos directos e indirectos, como ha ocurrido en Latinoamér­ica y el Caribe, sigue siendo una tarea pendiente y posible, según los involucrad­os, siempre que se logre matricular en la tarea al Estado y al sector privado.

“Otras naciones permiten reducir de impuestos los aportes que las empresas brinden a un fondo de cine nacional. Luego, una junta directiva y un jurado internacio­nal escogen un proyecto y apoyan la realizació­n de la película. Aquí deberíamos hacer lo mismo”, dice el cineasta guatemalte­co.

“Se debe aprovechar que es una industria que emplea a mucha gente. En República Dominicana, 6.000 personas han obtenido un trabajo de forma directa o indirecta”, aporta Guttfreund.

Ana Isabel Martins hace énfasis en que se deben buscar mejores condicione­s para la sostenibil­idad y rentabilid­ad del sector como negocio. Considera que una forma es promociona­r cada producto como centroamer­icano y no como creaciones individual­es de un determinad­o país.

“El mayor problema es que estamos haciendo esfuerzos uno a uno, en vez de unirnos para ganar fuerza y mercado”, enfatiza.

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La producción de cine en América Central ha ido en aumento.
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Ante la falta de recursos, muchos directores asumen el riesgo de financiar sus produccion­es con recursos propios o recurren a allegados y amigos.
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Buscando a Marcos está ahora en Netflix.

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