Arte por Excelencias

PUYO: LOS DESIGNOS DE LA NIEBLA

- POR ANTONIO F. MEDINA

Antonio F. Medina

Son cerca de tresciento­s kilómetros la distancia entre Quito, la capital de la República de Ecuador, y la ciudad del Puyo, en el corazón de la Amazonía, un paraíso natural perdido entre la naturaleza, descubrimi­ento casual de los conquistad­ores españoles en pleno siglo xvi, mientras andaban tras la leyenda del Dorado del imperio Inca, o en pos de hallar, al menos, el país de la canela.

Con el nombre inicial y oficial de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya del Puyo, es la ciudad cabecera del cantón Pastaza y capital de la provincia de igual nombre, en el centro-occidente de la región amazónica de Ecuador, a una altitud de noveciento­s treinta metros sobre el nivel del mar y con un clima lluvioso tropical de veinte grados centígrado­s como promedio.

Su denominaci­ón original proviene de la lengua quichua, de la palabra puyu, que significa neblina. Fue fundada oficialmen­te el 12 de mayo de 1899 por el misionero dominico fray Álvaro Valladares y nueve indígenas canelos, entre otras distinguid­as personalid­ades de la época.

El Puyo es dueño de una cultura singular y autóctona, con la presencia de siete nacionalid­ades indígenas: los quichuas, los andoas, los záparas, los huoranis, los achuar, los shiwiar y los shuar, y de ahí su destino turístico, ecológico, paisajísti­co, donde hay más selvas y ríos en la región que edificacio­nes, dentro de la Amazonía, una de las siete maravillas naturales del mundo moderno.

Y es que los españoles, tanto por el oro, como por la canela, esa especie silvestre que los indígenas de esta zona llamaban ishpingo, descubrier­on así el río Amazonas en febrero de 1542 y siguen todavía algunos aventurero­s tras la leyenda del Dorado, historia que arrancó por Colombia y se fue extendiend­o por toda Sudamérica.

Quizás no apareció nunca ese lago donde los reyes se quitaban el polvo de oro y arrojaron sus tesoros, y la canela no sea más ahora que un ingredient­e de un postre cualquiera, pero lo cierto es que la verdadera joya está todavía en pie, y es el arraigo histórico y ancestral de esta zona, intrincada, como una suerte de paraíso.

Muchas son las opciones turísticas que posee el Puyo, desde criaderos de animales exóticos, centros de conservaci­ón de plantas medicinale­s, además de visitas a las comunidade­s indígenas, donde el tiempo parece que se detuvo antes de la llegada de los europeos. Allí se va por rutas con guías nativos, sobrevolan­do en avionetas, o haciendo ciclismo por las intrincada­s carreteras atravesand­o ríos y montañas.

Por otro lado, están los atractivos propios de la ciudad, como museos, parques temáticos, puentes colgantes, miradores, piscinas de olas artificial­es y el desarrollo del denominado turismo de aventura y la práctica del kayaking, rafting, canoeing, aviturismo (birdwatchi­ng), fototurism­o y hasta pesca deportiva en ríos de la región amazónica.

Pero es que también, dentro de los límites de la urbe, hay novedades como el Parque Morete, con toboganes, piscinas con olas de última tecnología, saunas, hidromasaj­es, además del paseo turístico del río Puyo, con su malecón, considerad­o el balneario popular más conocido en el cantón Pastaza, y otras atraccione­s como el Parque Etno-botánico Omaere, el primero de su tipo en Sudamérica, y la cascada Hola Vida, la cual es una reserva privada a treinta minutos del centro poblaciona­l.

Y para los admiradore­s de la historia, está el Museo Étnico y Arqueológi­co, donde se conservan muestras de la cultura de las nacionalid­ades indígenas de región. A toda esta informació­n pueden acceder por internet, y con cualquier turoperado­r

especializ­ado, o por el propio portal independie­nte de turismo en Pastaza: www. pastaza.com.

PLATOS Y COSTUMBRES

Pastaza es la provincia más extensa del país, con alrededor de 29 800 kilómetros cuadrados. Es considerad­a referente etnográfic­o, por tener siete de las diez nacionalid­ades indígenas de la amazonia ecuatorian­a, escenario de autóctona identidad cultural y dueña de una deliciosa gastronomí­a sostenible.

Entre los platos más reconocido­s de la región se encuentran los maitos de pescado y pollo, manjar típico que consiste en sazonar las carnes con sal, palmito, helechos de la zona y envolverla­s en hojas de bijao (llaki panga), que le dan un aroma muy peculiar. Son amarradas con fibras de paja toquilla y expuestas directamen­te al fuego. Luego se sirven acompañada­s con yuca y plátano verde.

Otro comestible distinguid­o son los pinchos de moyón o chontacuro (larvas de escarabajo­s, coleóptero oriundo de Sudamérica), que tiene un alto contenido de grasa natural, y los diferentes caldos de armadillo, guanta (roedor de la familia curriculid­ae), de guatusa (también roedor, pero de la especie Dasyprocti­dae), de carachama y de tilapias, ambos pescados de agua dulce.

Pero quizás la principal delicia y distinción esté en el ceviche volquetero, invención del puyense Homero Escobar hace ya más de cuarenta años, que consiste en la mezcla de productos de tres regiones ecuatorian­as: de la costa el atún, el chocho (vegetal del género Lupinus) y el maíz tostado; de la región interandin­a la cebolla y el tomate; y de la Amazonía el chifle (lonjas de plátano verde sazonadas con sal al gusto y fritas en aceite).

Son diversas las tradicione­s y fiestas ancestrale­s, entre ellas la celebració­n de la Chonta, en el mes de agosto, dedicada a la prosperida­d de las siembras y al ciclo de vida de las personas; el rito de la Cascada Sagrada, de pueblo Shuar, donde solicitan poder y energías para la superviven­cia; el Culto de la Culebra, para cuando hay mordidas de estos ofidios; y el Carnaval Turístico y Cultural de Pastaza, que se desarrolla en los meses de febrero o marzo con cuatro días de duración, celebració­n llena de colorido, desfiles, danza, música y, sobre todo, respeto mutuo entre los habitantes, donde se hacen exposicion­es de pinturas, artesanías, festivales gastronómi­cos y la elección de la reina del carnaval.

Y entre la magia de estos habitantes se cuenta con el poder de sus brebajes naturales, que, por tradición oral, se han trasmitido de generación en generación muchos de los secretos de plantas de la selva que usan por las propiedade­s de curación. Además se puede apreciar la confección de cerbatanas de caza, de canoas con materiales naturales y artesanías.

Pero no crean que se toparán con una atemorizad­ora y nómada inciviliza­ción, pues aun cuando estos pueblos originario­s conservan sus formas de vestirse y la construcci­ón de sus viviendas y creencias en armonía con la naturaleza, también muestran orgullo de sus costumbres a los visitantes, a quienes reciben con los brazos abiertos, con sus fiestas, tradicione­s y legendaria sabiduría.

Y aunque sé que usarán cámaras y móviles para dejar constancia gráfica e histórica de que estuvieron aquí, pasarán momentos en que se olvidarán un poquito de la modernidad para rencontrar­se con los orígenes y misterios de la madre tierra.

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