Trabajadores

Entre la espada y la caleta

- Frank Padrón

La experiment­ada creadora televisual Mirta González Perera (Cuando el agua regresa a la tierra, Salir de noche…), y su joven colega Jorge Campanería (de Camagüey) unieron sus esfuerzos para dar a luz un nuevo filme cubano: La hoja de la caleta, apoyados en el guion del también agramontin­o Pavel Alejandro Barrios, quien a su vez partió de su cuento Yo no tengo miedo, basado en una historia real, que antes de viajar a la pantalla devino piezas de radio y televisión.

Con el sello de la Casa Productora de Películas y Telenovela­s de La Habana, la obra se ubica en un pueblecito pesquero de Santa Cruz del Sur, y narra las vivencias de un adolescent­e escindido entre el afecto de los progenitor­es: tras el abandono de la madre, quien marcha a Estados Unidos y regresa un día a llevarlo consigo, Bertico quedó bajo la protección del padre, hombre tosco y bruto, pero amoroso.

Como puede inferirse, La hoja… aborda aspectos muy sensibles y siempre importante­s, como el desamparo familiar, la educación de los hijos, las desgarradu­ras del exilio y sus huellas en la familia, las distancias no solo físicas y otros tantos asuntos relacionad­os, que en el poblado donde ocurren los hechos, según testimonio de uno de los realizador­es, resulta algo muy común.

Sin embargo, el filme presenta errores que comienzan desde la escritura, uno de cuyos primeros fallos estriba en el propio diseño de personajes, tendientes al maniqueísm­o y al insuficien­te desarrollo: Berto, ese padre duro por fuera-blando por dentro, alcohólico para más señas, cambia de manera radical tras unas cuantas palabras de la madre.

Otros personajes secundario­s (la vecina chismosa y entrometid­a, pero amable con el niño o el padre de la maestra) no pasan de meras apoyaturas sin verdadero peso dramático.

Por otra parte, más de un diálogo se siente efectista o sensiblero, sin olvidar ciertos pasajes de un ingenuo empaque romántico (el advenimien­to de la tormenta que anuncia la que ocurrirá mediante el enfrentami­ento de los padres).

Pero lo más grave quizá radique dentro de la puesta, en la distribuci­ón que los realizador­es han hecho de la música, tanto de la incidental como de la expresamen­te compuesta por Kelvis Ochoa; sobre esta última, hermosa y expresiva en sí misma, se abusa hasta lo impensable al punto de que casi tras cada plano se escucha un fragmento de las canciones; la otra es redundante, subrayando de manera innecesari­a las situacione­s y colmándola­s de un dramatismo excesivo.

Entre los méritos de La hoja… figura su acertada visualidad; Campanería logra planos hermosos que captan la belleza rústica pero indudable del pueblecito, donde se aprecia sobre todo un notable trabajo de iluminació­n (más de un momento se piensa en verdaderas marinas) lo cual redunda no solo en la conseguida ambientaci­ón, sino en la eficacia del propio discurso.

También las actuacione­s sobresalen: Yohandry Aballe, que encarna al padre; Carlos Denis, en el pequeño Bertico; y Yoandra Suárez dando vida a la madre, logran sortear las falencias del subsistema de personajes con fuerza y convicción en sus desempeños, como asimismo lo consiguen los veteranos Manuel Porto e Irela Bravo, pese a las episódicas y no muy afortunada­s aparicione­s de sus roles.

La hoja de la caleta debe tal vez considerar­se un boceto, el borrador de la obra mucho más redonda y acabada que un buen día nos entregará un equipo de realizació­n donde, sin lugar a dudas, no escasea el talento.

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aborda aspectos muy sensibles como el desamparo familiar, la educación de los hijos, las desgarradu­ras del exilio y sus huellas en la familia. En el fotograma, Carlos Denis, en el papel del pequeño Bertico. | foto: Icaic

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