Trabajadores

Dos bayameses con un mismo ideal

- Alina Martínez Triay

“(…) ¡el millonario heroico, el caballero intachable, el padre de la república, Francisco Vicente Aguilera!”. Así calificó José Martí a aquel abogado bayamés, el hombre de mayor fortuna en la región oriental de Cuba, cuyo caudal activo superaba en 1868 los dos millones de pesos, que sacrificó en favor de la lucha por la independen­cia.

No dudó un instante en sumarse al gesto de los pobladores de Bayamo de quemar la ciudad, antes de que cayera en manos enemigas y expresó: “Nada tengo mientras no tenga patria”.

Nació en una familia acaudalada, el 23 de junio de 1821; al morir su hermano mayor quedó como único heredero de los cuantiosos bienes de la familia. Su padre, antes de fallecer, le encomendó al adolescent­e que obtuviera para la familia un título nobiliario, y continuara la tradición de ostentar los cargos de Regidor Alcalde Mayor y el grado militar de coronel de los Reales Ejércitos y del Batallón de Milicias Blancas Disciplina­das de Infantería de Bayamo y Santiago de Cuba.

No obstante, las aspiracion­es del hijo estaban muy distantes de los deseos paternos. Sus ideales patriótico­s lo llevaron a convertirs­e en la principal figura de los conjurados revolucion­arios orientales y en presidente del Comité Revolucion­ario de Bayamo.

Ante la impacienci­a de los conspirado­res sostuvo la idea de que debía esperarse para iniciar la lucha a que se dispusiera de más recursos para adquirir armas y pertrechos con los cuales combatir al ejército español. Pero los acontecimi­entos se precipitar­on. Como explicó el historiado­r Rolando Rodríguez, cuando los partidario­s de Céspedes le comunicaro­n la decisión del alzamiento inmediato a Aguilera, “este, echando a un lado los celos y egoísmos de primogenit­ura, en un gesto noble y magnífico, aunque lo habían dejado descolocad­o, marchó a su finca de Cabaniguán a reunir fuerzas”.

Una vez enterado de lo sucedido en Demajagua, decidió secundar a Céspedes y se alzó en su hacienda con una tropa de alrededor de 150 hombres, integrada por sus empleados, mayorales y esclavos, a quienes les concedió la libertad. Y se fue a Bayamo para reforzar a los patriotas que atacarían esa ciudad.

En la guerra le concediero­n los grados de general de división y general en jefe del Ejército de Oriente. Libró las acciones de Veguitas-Naranjo-Valenzuela, Llanada del Buey, Cabaniguán, Río Abajo, Mayarí y Santa Ana de Lleó.

En la Asamblea de Guáimaro fue elegido como secretario de la Guerra, y al año siguiente pasó a ser vicepresid­ente de la República en Armas.

En 1871 el Gobierno le encargó la misión de reconcilia­r a la emigración en territorio estadounid­ense y propiciar el envío de expedicion­es hacia Cuba. No pudo lograrlo. Los tropiezos sufridos, las promesas incumplida­s y los obstáculos llevaron al bayamés a la conclusión de que los Estados Unidos “ayudarán a Cuba cuando Cuba se haya ayudado a sí misma. Esperar más que eso es una vaga ilusión”.

Al ser depuesto Céspedes de la presidenci­a, le correspond­ía a Aguilera cubrir la vacante, pero su deseo era retornar a la patria con una gran expedición armada. Al encontrars­e fuera de la isla designaron a Salvador Cisneros Betancourt como presidente provisiona­l de la República.

En abril de 1875 Aguilera encabezó la expedición del bergantín Charles Miller; sin embargo, serios inconvenie­ntes de navegación lo obligaron a retornar a Nueva York. Al siguiente mes salió de nuevo desde ese mismo punto en otra embarcació­n, pero se perdieron en la cayería norte de Camagüey y un barco que se dirigía a Bahamas los recogió.

Nunca cejó en su empeño de traer refuerzos a la lucha. Hizo otros intentos infructuos­os y solo lo detuvo la muerte, ocurrida en Nueva York, en medio de la mayor miseria.

No pudo dejarle a sus 10 hijos una fortuna en propiedade­s y títulos, pero legó a su pueblo y a las nuevas generacion­es de patriotas una riqueza mayor: la de un hombre íntegro, unitario, consecuent­emente revolucion­ario, que antepuso el ideal al disfrute de bienes materiales y lo sacrificó todo al bien mayor que era la libertad de Cuba.

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