La necesidad de leer
Pudiera parecer que se lee mucho menos ahora. Hay muchas personas en Cuba que no han leído un libro completo en toda su vida, a no ser los libros de texto de la escuela… y esos por obligación.
(No puede decirse que no haber leído los haya hecho particularmente infelices. No dramaticemos: se puede vivir sin leer, e incluso, se puede vivir bien. El arte y la literatura, digan lo que digan los más románticos exégetas, no son vitales).
Pero con todo, es difícil establecer esas estadísticas: no hay estudio o encuesta que pueda dar respuesta definitiva. Quizás no se lea menos, quizás se lea diferente. Y en otros soportes, que van más allá del tradicional papel.
Lo que sí parece indiscutible es que el disfrute de un buen libro ha cedido ante el impacto de las nuevas tecnologías, de esta era digital, de este aluvión audiovisual que de alguna manera también implica eso que entendemos por literatura.
Porque los aportes de miles de escritores forman parte también del enorme acervo audiovisual del mundo, de esa galaxia descomunal de películas, series, videojuegos; han sido materia prima y punto de partida. No es de extrañar: mucha gente sabe de las peripecias del jorobado sin haber leído nunca a Víctor Hugo.
No es lo mismo, claro. Pero ese puede ser tema de otro artículo.
La cuestión es que la palabra escrita sigue siendo la base de la gran pirámide cultural. La palabra, la maravillosa abstracción, la concreción de una idea: esa ha sido la mayor conquista de la humanidad. Más que la rueda.
Y los libros eternizaron la palabra.
Se puede vivir sin leer libros, pero leyéndolos se puede vivir mejor. Y ninguna experiencia cultural sustituye a la otra. El que diga que no lee novelas porque le basta con ver las películas que se hacen a partir de las novelas, se está perdiendo una vivencia única.
Y una fuente inestimable de información y cultura.
Sin contar el hecho de que la lectura contribuye a afianzar capacidades de comprensión y análisis. La lectura nos ayuda a pensar.
Para muchas personas el acto de leer puede parecer arduo y abrumador. Es cuestión de práctica. Superada la barrera inicial, rota la inercia, leer puede llegar a ser casi un acto natural. Y en los mejores casos, deviene necesidad.
Y la lectura, no lo duda nadie, es uno de los más grandes entretenimientos.
En la escuela te enseñan las letras, pero eso no garantiza que te enseñen a “leer”. Tiene que haber una predisposición, un interés. Y el influjo de tus mayores, que pueden sembrar la semilla.
Por eso el rol primordial en todas las campañas por promover la lectura no lo tienen las editoriales ni las bibliotecas, ni los ministerios ni las políticas de Estado: el primer impulso tiene que darlo la familia.
Junto con los juguetes, habría que regalar libros. Antes de dormir, sería bueno que todos los padres le leyeran un cuento al niño. Claro que es más fácil darle un celular para que se entretenga y nos deje tranquilos… Pero un niño es una esponja, y los primeros años de su formación son definitorios.
Después están la escuela y los maestros, que pueden hacer mucho en ese sentido. Más de lo que hacen algunos ahora mismo: hay bibliotecas escolares en todo el país que duermen el sueño de la abulia. Y hay escuelas que no conciben en sus rutinas semanales visitas a las bibliotecas públicas de la comunidad.
A la lectura, claro, se puede llegar a cualquier edad. Nunca es tarde. Pero mientras más temprano se comience, mayor es la ganancia.
El reto de promover la lectura en los tiempos que corren puede parecer inmenso. Pero la grandeza de la obra amerita todos los esfuerzos.