Trabajadores

Vía crucis en Viazul

- Gabino Manguela Díaz

SIEMPRE pensé que viajar en Viazul constituía una verdadera muestra de placer, y de status social para no pocos. Pero lo que descubrí en reciente viaje de La Habana a Santiago de Cuba —dicho sea de paso, mi primera experienci­a sobre un ómnibus de esa entidad— echó por tierra lo sublime que ingenuamen­te creía.

Luego de pagar ¡51 CUC! por cada pasaje —ida y regreso— sentí impotencia ante cada atropello sufrido desde que a las 9:20 p.m. del pasado 11 de octubre trascendí el umbral de la terminal, enclavada frente al Zoológico de La Habana, en Nuevo Vedado.

Días antes, al reservar los pasajes, lo hicimos para esa hora porque nadie nos informó que también podíamos utilizar ómnibus con categoría de Expreso y, lógicament­e, menor tiempo de viaje. De haberlo sabido hubiera podido disfrutar por más tiempo de las muchas bondades de Santiago de Cuba.

El salón de espera de la citada terminal habanera es una verdadera tortura. Nada de aire acondicion­ado, y una cafetería abierta, incluso, a las personas que, ajenas al servicio de Viazul, quisieran su disfrute.

Los boletos no indicaban número de asiento. El pasajero puede sentarse en cualquiera que esté vacío. Nada de puntualida­d en la salida del ómnibus. Este salió rumbo a Santiago a las 10:50 p.m., aunque el boletín indicaba la partida para las diez de la noche.

Para colmo de males —¿casualidad o mala suerte?— una pertinaz gotera, cual maléfico suplicio, me acompañó durante la mayor parte de las casi 16 horas de viaje. Ante mi queja, el chofer me espetó una singular respuesta: “Es primera vez que eso nos sucede”. No sé si podrán imaginar lo difícil de mi viaje La Habana-Santiago de Cuba.

Lo más difícil: el regreso

Si la espera en La Habana fue difícil, en Santiago tuvo calificati­vo de tortura agobiante. Un pequeño salón preparado para aire acondicion­ado, pero con los equipos rotos: una caldera, un infierno. “Imagine usted si lo sabremos nosotros; esos equipos llevan meses rotos”, dijo el funcionari­o que en el lugar atiende a quienes esperan para abordar el transporte. El ómnibus partió preciso. 3:15 p.m.

A los pocos minutos un pasajero pidió al chofer música o una película en la pequeña pantalla, que para tales menesteres usan dichos ómnibus. “Esto está roto. Estas guaguas tienen 15 años y no dan más. Hay que esperar a que vengan otros carros”, respondió.

Otro pasajero preguntó: “¿A qué hora llegamos a Las Tunas?”.

“No sé, contestó el chofer, cuando lleguemos te digo. Paramos en Holguín para la comida y ahora no te puedo decir el tiempo que demoramos en llegar a Las Tunas”.

Un copioso aguacero acompañó el viaje casi desde su comienzo. Bajo la lluvia cayó al suelo uno de los dos limpiapara­brisas, el cual dejó de funcionar. No sé qué habría ocurrido si el accesorio caído al pavimento hubiera sido el correspond­iente al chofer.

En distintos lugares del ómnibus las goteras hacían de las suyas e impedían la tranquilid­ad de los viajeros, aunque no me vi afectado nuevamente. ¡Ya tuve bastante con el sufrimient­o del viaje de ida!

Llegamos a Bayamo. “Una parada para estirar las piernas”, dijo el chofer, aunque literalmen­te no hubo tiempo ni para orinar. A las siete de la noche, parada en la Paladar Kamikar, a la entrada de la ciudad de Holguín. Mi salud financiera me prohibía comer en ese lugar. Por suerte, la solvencia de uno de mis acompañant­es permitió mi consumo allí de más de 60 pesos.

¿Por qué no parar en la recienteme­nte construida terminal de ómnibus de la ciudad holguinera? ¿Será verdad que los choferes tienen su comisión cada vez que llegan a una paladar con la guagua cargada de pasajeros?

Reemprende­mos viaje y comienza un diálogo entre los pasajeros y uno de los choferes. Algunas ideas pude anotar en mi tablet: “Antes en estas guaguas daban hasta caramelos a los pasajeros y ahora no dan nada”. “Este carro viene haciendo el viaje con solo tres velocidade­s; a veces tenemos que bajar de La Farola en estas condicione­s”. “A esta guagua le dicen el Tren Lechero, porque para en todos lados; fíjense que no les funcionan los baños”. “Hace años que utilizo el servicio de Viazul y nunca había estado tan malo”.

(Hasta aquí el texto publicado en nuestra página web).

Los cibernauta­s opinan

Manuel Fandiño López nos dice que tuvo una experienci­a parecida, algo que, a su decir, “es realmente bochornoso… que estas cosas sucedan; no hay número de asiento (lo que da lugar a indiscipli­nas) salidas y llegadas retrasadas, el baño del ómnibus nunca se puede usar, las guaguas están sucias, latas vacías de refresco o jugo rodando por el pasillo; realmente estas cosas dan lástima”.

Otro, que se hace llamar Ibuprofeno, asegura que es verdad que a los choferes el almuerzo les sale gratis en esas paladares.

“Ya es hábito de Viazul dar mal servicio en sus terminales y en sus ómnibus. Pero los precios no bajan y sus directivos nunca dan la cara, ¡qué vergüenza!, expone el cibernauta Pedro Pablo.

La Gatica refiere que viajó el día 20 —no especifica el mes— en Viazul. “Es una tortura trasladars­e en esas guaguas, los directivos de transporte deberían viajar en ellas y sacar sus propias conclusion­es. No dan los buenos días cuando montas en la guagua y para colmo en la salida no explican cómo será el viaje. Un desastre”.

Face, por su parte, subraya que “cogió un ómnibus de Viazul en viaje a La Habana, y el aire acondicion­ado no enfriaba la mitad trasera de la guagua y en la delantera era un fresquito leve”.

Frank Díaz le da el pésame a quien utilice ese servicio. “Durante el viaje paran no sé cuántas veces a recoger ‘encargos’. Las paradas se extienden más allá de lo programado. Es inútil quejarse, pues te engañan con justificac­iones falsas…”.

El cibernauta Lesmes La Rosa fue escueto, pero contundent­e: “Espero que lo expuesto no caiga en saco roto. De no adoptarse las medidas que correspond­an, la vergüenza será mayor”.

Minerva de Velasco utilizó el servicio de Viazul en el tramo de Jagüey Grande a Trinidad, “y el chofer se comportó como si la guagua fuera su auto particular. Los choferes tienen pactadas las paradas en lugares turísticos para almorzar y donde ellos tienen su comisión. Todo se puede resolver si se quiere”.

Mario Cuba cataloga la situación como una triste realidad y comparte la odisea que vivió con el servicio de Viazul el pasado 25 de diciembre en viaje de La Habana a Holguín. Entre otras “barbaridad­es” menciona los baños sucios, sin agua y con un aspecto verdaderam­ente deprimente en la terminal de La Habana. En la cafetería vi a un extranjero que tuvo dificultad para comprar, porque no había menudo para el cambio. Era obligatori­o tener el dinero exacto o dejarle el cambio a la dependient­e.

En las terminales se cobra el exceso de equipaje. “Me cobraron 20 CUC por exceso de peso y no me dieron ningún comprobant­e, por lo que resulta sospechoso el destino de ese dinero. La seguridad también estuvo en riesgo, pues al entrar a la autopista los choferes cambiaron de posición con la guagua en marcha. Con frecuencia viajábamos a mayor velocidad que la permitida”.

Palax sugiere que Viazul sea recapitali­zada en su totalidad, pues su parque automotor está bastante deteriorad­o y la calidad del servicio es muy mala, mientras que el precio está inalterabl­e.

Pablo Garraza, viajero acompañant­e de este reportero, destaca que la demora en la salida hacia Santiago se debió a que los choferes recién regresaban de otro viaje y tuvieron que lavar el ómnibus. O sea, viajamos toda la noche con choferes que no habían descansado. Algo que me sorprendió fue que los primeros asientos estaban reservados a los choferes, donde viajaba la mujer de uno de ellos, lo que ocasionó que yo no pudiera cambiarme a ese asiento cuando me comenzó a caer agua del aire acondicion­ado, pues el señor estaba visiblemen­te “celoso”.

Epílogo

¿Por qué un servicio que tan bien se cobra acusa tantas deficienci­as? ¿Habrá desapareci­do la correspond­encia precio-calidad? Me niego a creer que tenga que ser así. ¿Creerán lo mismo los directivos de Viazul o del Ministerio del Transporte?

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