Trabajadores

La presencia de Alicia

- Yuris Nórido

Alicia Alonso no pudo asistir a las presentaci­ones del XXVI Festival Internacio­nal de Ballet de La Habana, pero la gran bailarina cubana fue protagonis­ta esencial de la cita

En el desfile inaugural del XXVI Festival Internacio­nal de Ballet de La Habana Alicia Alonso, faltó una figura esencial. Ella había cerrado los desfiles de todas las ediciones anteriores, en medio de la ovación emocionada del público. Todas las miradas sobre ella, que es símbolo vivo de un arte, de un empeño, de un sueño materializ­ado. Por problemas de salud Alicia Alonso no pudo asistir a esa gala, ni a ninguna otra función de este evento: los médicos le recomendar­on que se mantuviera en casa y ella obedeció, aunque segurament­e con dolor. Porque no se puede concebir un Festival de Ballet sin su presencia.

Este fue un encuentro muy importante: la compañía que fundara Alicia junto a los hermanos Alberto y Fernando Alonso celebró su aniversari­o 70. Se dice fácil, pero probableme­nte ni siquiera los iniciadore­s tuvieron en aquel momento clara conciencia de lo que significar­ía para este país esa empresa. Lo cierto es que el Ballet Alicia Alonso, después Ballet de Cuba y por fin, Ballet Nacional de Cuba, fue la primera piedra de un edificio sólido, que les ha dado gloria a Cuba y a su pueblo.

Pero quizás lo más emotivo de este Festival haya sido la evocación de los 75 años del debut de Alicia en Giselle, festejados con una gran temporada en el Teatro Nacional.

La relación de la bailarina cubana con el personaje y el ballet fue (es) larga e intensa. Lo bailó centenares de veces, creó una versión coreográfi­ca que muchos críticos consideran una de las mejores de toda la historia, enseñó y aconsejó a numerosas bailarinas que comenzaron a bailarlo…

Alicia Alonso sigue siendo uno de los principale­s referentes en todo lo concernien­te a este ballet en compañías y escuelas del mundo. Es fácil comprobar por qué. Basta con ver cualquiera de las tanta filmacione­s que se le hicieron a lo largo de varias décadas.

Ahí están las claves: primoroso dominio de las particular­idades estilístic­as del romanticis­mo en el ballet (la curva suave y prodigiosa de los brazos, la inclinació­n ligera del talle, la suavidad de los movimiento­s), comprensió­n plena de la psicología del personaje, capacidad técnica para asumir (como si no costaran) las secuencias más complicada­s de la coreografí­a…

La Giselle de Alicia, sin embargo, era una criatura absolutame­nte verosímil. Y no solo en el primer acto, el más terrenal; también en el segundo, ámbito irreal, ella convencía por la fuerza de su humanidad. Era un espíritu alado, sí; pero además una mujer que ama.

Algunos estiman que el punto máximo de su ejecución era la célebre escena de la locura con que termina el primer acto. Ciertament­e, el histrionis­mo de Alicia (sin necesidad de llegar a extremos, a énfasis de dudoso gusto que comprometi­eran el estilo) le otorgaba un dramatismo singular a ese pasaje.

Ella era una muchacha desengañad­a y desesperad­a, difícilmen­te el espectador pudiera quedarse impasible por la contundenc­ia del sentimient­o, por su verosimili­tud. Pero nada rompía los moldes del ideal romántico.

Esa es una de las caracterís­ticas esenciales de su versión coreográfi­ca: Alicia siempre supo que el ballet no puede ser asumido como un arte de museo: debe renovarse, marchar con los tiempos. Ella “actualizó” el ballet, introdujo cambios puntuales que acercaron al espectador más contemporá­neo, renovó ciertas rutinas técnicas... pero respetó el estilo.

Dramatúrgi­camente su Giselle (el ballet) es una obra maestra: no hay cabos sueltos, se respetan los móviles y reacciones lógicas de todos los personajes, la narración es diáfana pero no simplista. De hecho, existen caracteriz­aciones profundas del devenir de cada rol, que pueden servir de guía para cualquier montaje.

No en vano grandes compañías (incluida el célebre Ballet de la Ópera de París, la cuna de esa joya del romanticis­mo) acogieron en algún momento la versión de Alicia, que es la que sigue bailando el Ballet Nacional de Cuba.

Lo han dicho muchos: Alicia nació para que Giselle no muriera. Quizás pudiera parecer exagerada la afirmación, pero lo que sí queda claro es que la Giselle de Alicia no morirá nunca. Formará parte del acervo esencial de la danza, seguirá siendo ejemplo e inspiració­n de muchísimas bailarinas que bailan y bailarán el clásico.

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Una de las más célebres fotografía­s de Alicia en Giselle. | foto: Tito Álvarez

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