Trabajadores

Fidel le habló a su mejor tropa Más que el pueblo no puede ningún general; más que el pueblo no puede ningún ejército. Si a mí me preguntara­n qué tropa prefiero mandar, yo diría: prefiero mandar al pueblo, porque el pueblo es invencible.

- Felipa Suárez Ramos

Fidel Castro Ruz. Del discurso en el cuartel de Columbia, a su llegada a La Habana

La guerra no se ganó en un día, ni en dos, ni en tres, y hubo que luchar duro; la Revolución tampoco se ganará en un día, ni se hará todo lo que se va a hacer en un día (…)”, expresó el líder en La Habana, el 8 de enero de 1959

“Ardo en esperanzas de ver al pueblo a lo largo de nuestro recorrido hacia la capital, porque sé que es la misma esperanza, la misma fe de un pueblo entero que se ha levantado, que soportó pacienteme­nte todos los sacrificio­s (…)”, confesó el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la madrugada del 2 de enero de 1959, poco antes de concluir su discurso, ante una multitudin­aria concentrac­ión, desde el balcón del Ayuntamien­to de Santiago de Cuba, para celebrar con él la victoria recién alcanzada.

Seguidamen­te el líder del Ejército Rebelde indicó organizar la Caravana de la Libertad con la que se trasladarí­a hacia La Habana. La integraron combatient­es del Primer Frente José Martí y el Tercer Frente Mario Muñoz, a los que en Victoria de Las Tunas se incorporó la Columna no. 12 Simón Bolívar del Cuarto Frente de igual nombre. Inició su avance pocas horas después, encabezada por Fidel. Al emprender tan largo recorrido, el máximo jefe rebelde perseguía como objetivos rendir a las fuerzas de la tiranía que aún no lo habían hecho, designar los mandos rebeldes en cada región, intercambi­ar con los principale­s dirigentes de las organizaci­ones participan­tes en la lucha contra el depuesto régimen y explicar al pueblo las medidas a adoptar de inmediato.

La caravana se desplazó por la Carretera Central, pero en dos ocasiones Fidel se desvió de esa ruta: la primera en la provincia de Las Villas, cuando en la madrugada del día 7 realizó una breve visita a Cienfuegos, a cuyos habitantes expresó: “A Cienfuegos había que venir aunque solo fuera para saludar a este pueblo e inclinarse reverente en tributo a los héroes del 5 de Septiembre”. La segunda fue en la mañana del 8, cuando acudió a Cárdenas para saludar a la familia del líder estudianti­l José Antonio Echeverría; en el cementerio local depositó flores en la tumba de este, y recordó a los caídos en combate y asesinados con motivo de las acciones del 13 de marzo de 1957.

Apoteosis en la capital

Ya en territorio habanero, pasadas las dos de la tarde la caravana se detuvo en el Cotorro, donde les esperaba Camilo. Allí Fidel se reencontró con su hijo Fidelito, luego de poco más de dos años sin verlo, y sostuvo un encuentro con los obreros de la fábrica de cervezas.

Al referirse a lo acontecido en esa localidad, el entonces comandante Antonio Enrique Lussón Batlle, jefe de la Columna no. 17 Abel Santamaría —responsabi­lizada con la seguridad de la caravana—, en su libro Rebelde de dos columnas, de próxima publicació­n por la Casa Editorial Verde Olivo, explicó:

“Frente a la base de ómnibus del Cotorro, al unirse los vehículos de la caravana con los que venían detrás de Camilo desde La Habana, se formó un cuello de botella que obstaculiz­ó nuestro avance. Fidel pasó al yipi en que yo me movía y dimos una vuelta para seguir adelante. Ese yipi, que era manejado por Martín Carmenate Álvarez, a quien utilizaba como chofer, fue el que siguió hasta la Virgen del Camino y de ahí a la Avenida del Puerto”.

Durante el desplazami­ento por esa vía, se detuvieron nuevamente; esa vez ante al edificio de la Marina, frente al cual, en el muelle, se encontraba anclado el yate Granma, al que Fidel entró acompañado por otros expedicion­arios y oficiales. Una tercera parada ocurrió en el Palacio Presidenci­al, donde una gran concentrac­ión de pueblo aguardaba por su llegada. Al dirigirse a los allí congregado­s, les dijo:

“(…) ustedes quisieran saber (…) cual es la emoción que siente el líder de la Sierra al entrar a Palacio (…) no me despierta ninguna emoción especial. Es un edificio que para mí en este instante tiene todo el valor de que en él se alberga el Gobierno Revolucion­ario de la República.

“(…) yo quiero que el pueblo vaya a Columbia, habrá un acto en el que estará el pueblo de La Habana y que los tanques, que son ahora del pueblo, vayan a la vanguardia del pueblo, abran el camino (…)”.

Hacia Columbia se movieron decenas de miles de compatriot­as, deseosos de ver y escuchar al héroe de la Sierra. De las palabras que dirigiera al pueblo, de profundo contenido unitario, selecciona­mos los párrafos siguientes:

“Creo que es este un momento decisivo de nuestra historia: la tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Y sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañemos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil.

“Decir la verdad es el primer deber de todo revolucion­ario. Engañar al pueblo, despertarl­e ilusiones, siempre traería las peores consecuenc­ias, y estimo que al pueblo hay que alertarlo contra el exceso de optimismo. (…)

“Cuando yo oigo hablar de columnas, cuando oigo hablar de frentes de combate, cuando oigo hablar de tropas más o menos numerosas, yo siempre pienso: he aquí nuestra más firme columna, nuestra mejor tropa, la única tropa que es capaz de ganar sola la guerra: ¡Esa tropa es el pueblo!

“(…) Luego, ¿quién ganó la guerra? El pueblo, el pueblo ganó la guerra. Esta guerra no la ganó nadie más que el pueblo —y lo digo por si alguien cree que la ganó él, o por si alguna tropa cree que la ganó ella—. Y por lo tanto, antes que nada está el pueblo.

“(…) Creo que todos debimos estar desde el primer momento en una sola organizaci­ón revolucion­aria: la nuestra o la de otro, el 26, el 27 o el 50, en la que fuese, porque, si al fin y al cabo éramos los mismos los que luchábamos en la Sierra Maestra que los que luchábamos en el Escambray, o en Pinar del Río, y hombres jóvenes, y hombres con los mismos ideales, ¿por qué tenía que haber media docena de organizaci­ones revolucion­arias?

“(…) Y ahí están los dirigentes de otras organizaci­ones, en la misma disposició­n. Y también hay una cosa: las masas de los combatient­es, los hombres que pelearon y que no se guían más que por ideales, los hombres que combatiero­n, de todas las organizaci­ones, esos están en una postura muy patriótica y son de sentimient­os muy revolucion­arios y muy nobles, pues pensarán siempre como piensa el pueblo.

“(…) Además, todos los combatient­es revolucion­arios que deseen pertenecer a las fuerzas regulares de la República tienen derecho, pertenezca­n a la organizaci­ón que pertenezca­n, con sus grados (…). Las puertas están abiertas para todos los combatient­es revolucion­arios que quieran luchar y que quieran hacer una tarea en beneficio del país.

“(…) Quiero decirle además al pueblo que pueden tener la seguridad de que las leyes del país serán respetadas y que aquí no habrá gansterism­o, ni pandilleri­smo, ni bandoleris­mo; sencillame­nte, porque no habrá tolerancia.

“(…) Cuando la paciencia se nos haya acabado a todos nosotros, buscaremos más paciencia, y cuando la paciencia se nos vuelva a acabar; volveremos a buscar más paciencia; esa será nuestra norma. Y esa tiene que ser la consigna de los hombres que tienen las armas en la mano y de los que tienen el poder en la mano: no cansarse nunca de soportar, no cansarse nunca de resignarse a todas las amarguras y a todas las provocacio­nes, excepto cuando ya se vayan a poner en peligro los intereses más sagrados del pueblo.

“(…) nadie vaya a creer que las cosas se van a resolver de la noche a la mañana. La guerra no se ganó en un día, ni en dos, ni en tres, y hubo que luchar duro; la Revolución tampoco se ganará en un día, ni se hará todo lo que se va a hacer en un día (…)”.

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A su entrada a La Habana lo rodea la multitud.
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Discurso en Columbia.

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