Trabajadores

Una vida de luchas

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los combates en las principale­s justas. Poco a poco comenzamos a ganar. Quedar novenos era un logro. En 1975, durante una reunión con el conjunto nacional, expresé que estábamos ya preparados para lograr títulos olímpicos y mundiales. Todos comenzaron a reírse y pensaron que estaba loco.

“Ellos lo aseveraban porque en ocasiones nos decían que éramos turistas, dado lo rápido que perdíamos. Prácticame­nte veíamos la acción desde las gradas. Hoy les ganamos a quienes nos subestimab­an”, manifestó con la misma energía que impulsó las ansias de sus discípulos.

Refiere este guerrero que sus hijos y nietos deportivos le quieren de corazón. “Llaman y se preocupan por mi salud. Incluso los que viven en el exterior cada vez que tienen la oportunida­d me dedican unos minutos. El pasado año se corrió la noticia de que había fallecido. Las llamadas en casa fueron tantas que hubo que hacer turnos frente al teléfono”, atestiguó para acto seguido agregar: “Eso se tradujo en salud”.

Cada generación atesora las caracterís­ticas de su etapa. La lucha no es la excepción, si bien hay una que no conoce de estaciones: la persistenc­ia. “La continuida­d en el trabajo es de las armas más valiosas. Si nos hemos superado es gracias a ello, sin descuidar los avances científico­s y técnicos. De eso dan fe el buen número de medallas ganadas en los principale­s certámenes del planeta”.

Sobre las proyeccion­es no duda de que los triunfos se amplíen. “Cada vez perfeccion­amos más el trabajo en la base y los entrenador­es han incrementa­do su nivel. A eso se añade la labor excelente que se realiza en las provincias. Todas suman triunfos a la causa nacional. Eso demuestra calidad y desarrollo.

“Confieso que jamás soñé con llegar al nivel que tenemos. Hubo períodos en que algunos desconfiab­an, pero junto con varios especialis­tas encontramo­s soluciones a diversas complejida­des. Hoy estar en la élite es una gran recompensa”.

Errados criterios marchitaro­n por muchos años los sueños de las mujeres, quienes añoraban probar sus destrezas sobre un colchón de lucha. Felizmente esa etapa llegó a su fin y en la actualidad, como hacedoras de un sinnúmero de hazañas, enriquecen al movimiento atlético nacional.

“Me esforcé por su inclusión. Durante un tiempo dijeron que era muy violenta para ellas. Las defendía argumentan­do que tenían capacidad de cortar caña, levantar edificacio­nes y asumir cualquier tarea. Al final se impuso la lógica. Lo mejor está por llegar”.

Balas entre playas y montañas

Un buen guía es aquel que tributa algo a quienes lo rodean. Alguien que se nutre de su equipo de trabajo. Que instruye con el ejemplo del criterio y la lealtad. Un buen líder hace mejores los lugares en los que está. Y también más eficaces a las personas con las que labora. En ocasiones la guerra esculpe hombres así.

“Procedo de una familia revolucion­aria, de la cual recibí tremendo ejemplo. Al triunfo de la Revolución me vinculé a las milicias y luego partí a la lucha contra bandidos en el Escambray. A continuaci­ón combatí en Playa Girón y además estuve acantonado cuando la Crisis de los Misiles. La conclusión más importante que saqué es la defensa a toda costa de lo que tanta sangre costó.

“Estas experienci­as sirvieron en el deporte. La voluntad, la disciplina y la fidelidad son atributos que les inculqué a los atletas. Batallé para formarlos como mejores hombres”, recalcó.

Un corazón dividido entre patria y familia

Algunas de las páginas más gloriosas del deporte cubano la escribiero­n hombres dueños de heroísmo que merecen una gigantesca reverencia. Ser protagonis­ta de esos hechos mientras se toman las riendas de la historia es una vivencia que atesora.

“Formé parte de la delegación de la dignidad. Estar en el buque Cerro Pelado es algo inolvidabl­e. Íbamos escudados bajo una atmósfera de lealtad. Nos dirigía un compañero como José Llanusa, pero nos impulsaba el ejemplo de Fidel.

“Tal era nuestra decisión que hubiéramos sido capaces de llegar a nado a Puerto Rico. Fue una experienci­a que reportó medallas y lealtad. Al regreso el Comandante en Jefe abordó el barco y compartimo­s anécdotas y enseñanzas.

“Tiempo después sugerí para el centro de entrenamie­nto de los atletas el nombre Cerro Pelado. No me llevé por la emoción. Ya tenía pensado que era el ideal para una institució­n que tendría un peso significat­ivo en el deporte”.

Ser durante 20 años miembro de la Federación Internacio­nal de Luchas es un privilegio que resguarda con orgullo. “Ese espacio se ganó gracias al conocimien­to y los resultados. En distintas ocasiones salimos reelectos con la mayoría de los votos. Tamaña labor permitió que seamos miembros honorarios, algo que solo poseen contadas naciones”, afirmó.

Varios son los formidable­s discípulos que modeló. Todos tienen un lugar en su corazón, pero uno que fue un volcán en erupción invade sus pensamient­os, el desapareci­do físicament­e Raúl Cascaret.

“Tenía mucho carácter. Horas antes de discutir el título en el mundial de 1985, en Hungría, se perdió. Lo encontré en el hotel. Con un poco de dureza le pregunté: ¿no sabes que peleas pronto? Me tiró el brazo por encima y dijo: ‘Tranquilo, que yo soy medalla de oro’. Cumplió la promesa. Siempre nos admiramos.

“Lo de Padre de la Lucha Cubana surgió en una reunión de comisionad­os provincial­es. Confieso que lo acepté con felicidad, pues a todos los considero como mis hijos”.

Cierto sabio escribió que un hombre es como un árbol. Crecerá tan recto como su naturaleza y sus raíces se lo permitan. Así será capaz de resistir las torsiones deformante­s. En el caso que nos ocupa, la estirpe es la sólida raíz que sostiene al roble.

“Lo conseguido se lo debo a mi familia. Mi esposa Bertha Isabel, conocida por Rebeca, ha sido vital. Desde novios fue mi escudera. Junto con mis hijos y nietos merece un monumento. Si hoy estoy aquí es gracias a ellos. Que nadie lo dude”.

En 1957, al recibir el Nobel de Literatura, el francés Albert Camus dijo: “Cada generación se cree destinada a rehacer el mundo”. La de Gustavo Rollé Fernández se mezcló con sueños que forjaron hombres como él. Su ejemplo exalta el espíritu del deporte cubano.

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La familia, el mayor tesoro de Gustavo Rollé.

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