Que las ilegalidades sean del pasado
De la sección La Guagua, de nuestra edición digital
Nadie puede negar que ese mal se encuentra a la vista de todos, pero tampoco es posible desconocer las medidas que se han ido aplicando, tanto desde el punto de vista de procedimientos como de sanciones, unas veces más fuertes que otras, pero se aplican.
Recordemos que cuando ha habido aprobación mayoritaria de algún modo de vender o prestar un servicio, también a la vista de todos se ha podido apreciar cómo el mal resurge donde menos se espera, y hasta con mayor intensidad que antes y más extendido.
Tal pareciera que no hay método para cortarle los tentáculos a ese monstruo de la desidia y la ilegalidad, que cobra una cantidad nada despreciable de víctimas, pues hasta los procederes aplaudidos en general son burlados y aprovechados por los inescrupulosos que renacen con más bríos.
Vale la pena meditar: ¿la solución está en la habitual búsqueda de mecanismos que impidan la actuación de los inescrupulosos? ¿No será que hasta el más perfecto de los procedimientos tiene como eslabón débil el de la pérdida de valores humanos, que impiden a una persona actuar mal aun cuando tenga todas las oportunidades?
Hay comentarios digitales en redes sociales, como los de Antonio Rodríguez Salvador, que dan respuesta a esas preguntas:
“En el campo donde me crié no había normas comunitarias escritas como aquí en Facebook, pero todos las respetaban. Pasabas por la finca de cualquiera y, sin pedir permiso, podías coger un mango o una guayaba. En cambio, a nadie se le ocurría tumbar un aguacate o arrancar un pepino.
“Había frutas que no eran ensalada y, sin embargo, no podían cogerse: por ejemplo, los mameyes. Es un misterio para el cual aún no tengo explicación, a no ser que estuviese relacionado con aquel adagio: ‘Quien siembre una mata de mamey no come de sus frutos’. Es un árbol de trabajoso crecimiento, demora muchos años en parir.
“Lo curioso es que, si a la hora del almuerzo alguien pasaba por la finca, siempre se le voceaba: ‘Desmóntese y arrímese’. Era común compartir el almuerzo con el visitante casual, que entonces podía servirse su generosa tajada de aguacate o ración de pepinos sin pena alguna. Antes de irse se le obsequiaba un par de mameyes maduros y se le decía: ‘Tenga, para los chicos’. Y entonces el hombre los recibía conmovido, con sinceras muestras de agradecimiento. Eran tiempos en que se vivía con sencillez material, pero con una riqueza espiritual extraordinaria”.
Tras ese criterio, Mary Corres dice: “Hermosas palabras. La educación adquirida en los hogares estaba basada en el respeto y la justa medida”.
Y Moraima Borges Mariscal se sumó: “Me evocaste a mis abuelos”.
Antonio Rodríguez Salvador ha puesto un ejemplo de cómo nadie tomaba un aguacate o un pepino de un sembrado ajeno, aunque no hubiera cercas ni alquien custodiándolos, lo cual sucede gracias a lo que plantea Mary Corres en cuanto a la educación basada en el respeto.
Notemos cómo Moraima Borges Mariscal evocó inmediatamente a sus abuelos al leer el texto de Antonio.
En resumen: todos los comentarios están escritos con el verbo en pasado, ya sea al referirse a las normas comunitarias (la respetaban), o a los familiares (se vivía con sencillez material, pero con una riqueza espiritual extraordinaria). Y tampoco las referencias son del presente, ni siquiera se alude a los tiempos de los padres, sino de los abuelos.
Sin duda, las medidas y mecanismos son necesarios, lo mismo que las sanciones, no obstante hay que perfeccionar lo que hacemos (en tiempo presente en pos de un futuro mejor) para crear, fortalecer y rescatar valores que son valladar infranqueable contra esos males que pululan de manera evidente.