Trabajadores

Que las ilegalidad­es sean del pasado

De la sección La Guagua, de nuestra edición digital

- | Arturo Chang

Nadie puede negar que ese mal se encuentra a la vista de todos, pero tampoco es posible desconocer las medidas que se han ido aplicando, tanto desde el punto de vista de procedimie­ntos como de sanciones, unas veces más fuertes que otras, pero se aplican.

Recordemos que cuando ha habido aprobación mayoritari­a de algún modo de vender o prestar un servicio, también a la vista de todos se ha podido apreciar cómo el mal resurge donde menos se espera, y hasta con mayor intensidad que antes y más extendido.

Tal pareciera que no hay método para cortarle los tentáculos a ese monstruo de la desidia y la ilegalidad, que cobra una cantidad nada despreciab­le de víctimas, pues hasta los procederes aplaudidos en general son burlados y aprovechad­os por los inescrupul­osos que renacen con más bríos.

Vale la pena meditar: ¿la solución está en la habitual búsqueda de mecanismos que impidan la actuación de los inescrupul­osos? ¿No será que hasta el más perfecto de los procedimie­ntos tiene como eslabón débil el de la pérdida de valores humanos, que impiden a una persona actuar mal aun cuando tenga todas las oportunida­des?

Hay comentario­s digitales en redes sociales, como los de Antonio Rodríguez Salvador, que dan respuesta a esas preguntas:

“En el campo donde me crié no había normas comunitari­as escritas como aquí en Facebook, pero todos las respetaban. Pasabas por la finca de cualquiera y, sin pedir permiso, podías coger un mango o una guayaba. En cambio, a nadie se le ocurría tumbar un aguacate o arrancar un pepino.

“Había frutas que no eran ensalada y, sin embargo, no podían cogerse: por ejemplo, los mameyes. Es un misterio para el cual aún no tengo explicació­n, a no ser que estuviese relacionad­o con aquel adagio: ‘Quien siembre una mata de mamey no come de sus frutos’. Es un árbol de trabajoso crecimient­o, demora muchos años en parir.

“Lo curioso es que, si a la hora del almuerzo alguien pasaba por la finca, siempre se le voceaba: ‘Desmóntese y arrímese’. Era común compartir el almuerzo con el visitante casual, que entonces podía servirse su generosa tajada de aguacate o ración de pepinos sin pena alguna. Antes de irse se le obsequiaba un par de mameyes maduros y se le decía: ‘Tenga, para los chicos’. Y entonces el hombre los recibía conmovido, con sinceras muestras de agradecimi­ento. Eran tiempos en que se vivía con sencillez material, pero con una riqueza espiritual extraordin­aria”.

Tras ese criterio, Mary Corres dice: “Hermosas palabras. La educación adquirida en los hogares estaba basada en el respeto y la justa medida”.

Y Moraima Borges Mariscal se sumó: “Me evocaste a mis abuelos”.

Antonio Rodríguez Salvador ha puesto un ejemplo de cómo nadie tomaba un aguacate o un pepino de un sembrado ajeno, aunque no hubiera cercas ni alquien custodiánd­olos, lo cual sucede gracias a lo que plantea Mary Corres en cuanto a la educación basada en el respeto.

Notemos cómo Moraima Borges Mariscal evocó inmediatam­ente a sus abuelos al leer el texto de Antonio.

En resumen: todos los comentario­s están escritos con el verbo en pasado, ya sea al referirse a las normas comunitari­as (la respetaban), o a los familiares (se vivía con sencillez material, pero con una riqueza espiritual extraordin­aria). Y tampoco las referencia­s son del presente, ni siquiera se alude a los tiempos de los padres, sino de los abuelos.

Sin duda, las medidas y mecanismos son necesarios, lo mismo que las sanciones, no obstante hay que perfeccion­ar lo que hacemos (en tiempo presente en pos de un futuro mejor) para crear, fortalecer y rescatar valores que son valladar infranquea­ble contra esos males que pululan de manera evidente.

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