Trabajadores

Un apasionado del carbón

- | Adriana Rojas Preval | foto:

Guantánamo.— Si hay alguien que puede contar la historia de más de tres décadas de producción de carbón vegetal en el municipio de San Antonio del Sur, en esta provincia, ese es Juan Bautista.

No hay en la zona de Acueducto, donde vive, quien quiera montar un horno y no lo busque a él para que lo encamine y supervise.

Viene de una familia en la que el padre enseñó a sus 10 hijos —cinco hembras e igual cantidad de varones— el arte de hacer un buen carbón... De eso me habló sin presunción ninguna y con la serena emoción de quien brinda lo que sabe.

¿A qué hora se levanta un carbonero? “Yo, de tres a cuatro de la mañana. Desde los 18 años —si mal no recuerdo— mi papá me enseñó a hacer carbón. Desde el principio me gustó el trabajo, además lo escogí porque estudié poco”.

Hacer carbón es difícil, le dije para avisarle su ventura... “Sí, es duro y de sacrificio. Desde que entras al monte te das muchos golpes en los dedos, las espinas, machucones... vaya que el trabajo más duro que hay en la vida es este.

“Hay que conocer y escoger bien la madera. Y lo más importante: tener paciencia para hacer el horno, que es de donde sale todo”.

¿Cómo se hace un horno? “El mío queda bastante lejos de mi casa. Son unos nueve kilómetros de distancia. Antes de construirl­os debemos firmar un acuerdo para levantarlo alejado de bosques tupidos y poblacione­s, y evitar así casos de incendios y otros accidentes.

“El método más tradiciona­l es picar madera dura de todos los tamaños y al final madera bien fina; que quede bien tumbaíto hasta que coja la basura y la tierra, ya después candela. ¡Y a fueguear siete, ocho, nueve días! El mismo tiempo que me paso en el monte buscando la madera, cortando y luego llevándola hasta el horno. Es que no cuento con tracción animal para transporta­rla.

“Un horno de 70 sacos debe tener entre siete y nueve días de candela. Y hay que cuidar ese fuego para que no se pierda, para que no se abra. Luego son como tres o cuatro días sobre la brasa extrayendo el carbón y dos días envasándol­o en los sacos”.

Mucho tiempo de campaña. ¿Qué se lleva para el monte? “Mis herramient­as de trabajo. Llevo café, y si tengo otra cosa la llevo para comer y tener fuerzas. Cuando es por varios días yo mismo preparo algo de comida…”.

¿Muchos riesgos, sacrificio­s? “El riesgo que me ha traído el carbón es por la pierna izquierda, que no deja de dolerme. Yo se lo achaco al calor y a las caminatas de nueve kilómetros con la leña al hombro. A veces el sacrificio de 100 sacos no se convierte en las ganancias que esperas, pero sigo, porque esto me apasiona y es mi vida.

“Nos golpea bastante la falta de combustibl­e para el transporte, y de herramient­as como hachas, limas, azadas, machetes... —la mayoría de fabricació­n en el propio territorio—. En ocasiones se labora con motosierra­s, pero ya poco sirven por el tiempo de uso.

“La escasez de combustibl­e nos afecta el traslado del carbón que sale del horno. Con frecuencia queda ahí, expuesto a la lluvia, al medio ambiente, y a distintas situacione­s como el robo.

“El carbón de exportació­n, que es marabú, se paga a tres pesos el kilogramo y 2,65 el carbón mezcla, que casi tiene igual calidad, porque en esta zona seca hay buena madera dura: abunda el pino, el cedro, la majagua, guayacán, quebracho... y otras”.

Considerad­o un especialis­ta en la materia, a sus 63 años haciendo arder la madera, Juan Bautista Alfaro Artemán es de los más activos asociados a la unidad empresaria­l de base Manuel Tames, ubicada en el municipio homónimo en la provincia, sobrecumpl­idora en las entregas con destino a la exportació­n pese a las limitacion­es que impone el bloqueo económico, comercial y financiero, y a la crisis generada por la pandemia.

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La producción de carbón apasiona a Juan Bautista. la autora De

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